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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

37.- 1. EL ÇEZEO [ÇEZ̧EO] SEVILLANO Y EL ESPAÑOL DE CANARIAS Y LAS ANTILLAS EN EL PRIMER CUARTO DEL S. XVI

37.- 1. EL ÇEZEO [ÇEZ̧EO] SEVILLANO Y EL ESPAÑOL DE CANARIAS Y LAS ANTILLAS EN EL PRIMER CUARTO DEL S. XVI

1. EL ÇEZEO [ÇEEO] SEVILLANO Y EL ESPAÑOL DE CANARIAS Y LAS ANTILLAS EN EL PRIMER CUARTO DEL S. XVI. V GÉNESIS DEL ESPAÑOL ATLÁNTICO (ONDAS VARIAS A TRAVÉS DEL OCÉANO) 

      La historia del español americano se inicia con el «periodo antillano» de la colonización (1493-1519), trentenio en que se forja la comunidad hispana de ultramar desde la cual se realizará después, en las dos décadas inmediatas (1520-1540), el asalto al Continente. Allí en las Antillas, los colonos, desliga­dos de su terruño, rotos los lazos que unían a cada cual con su particular comunidad, se amalgaman en una sociedad nueva que necesita crearse su propio lenguaje comunal. La sociedad «criolla» adquiere muy pronto —lo sabemos de cierto— personalidad, y el «cachupín» recién llegado de Europa empieza a asimilarse a ella desde que toca tierra, o mejor desde que se em­barca para la larga travesía atlántica.

      Si militarmente las Antillas constituyeron el campamento español para la conquista del Nuevo Mundo, lingüísticamente fueron el campo de aclima­tación de la lengua española en América: es bien sabido que en el español los indigenismos procedentes de las dos lenguas de la Isla Española, el arahuaco y el caribe, rebasan en número a los de las grandes lenguas americanas, a pesar de la inferioridad cultural de esos salvajes pueblos antillanos, y que esas voces arahuacas y caribes han sido llevadas, juntamente con el español, a las tierras del continente colonizadas con posterioridad, imponiéndose por doquier a costa del olvido de las correspondientes palabras locales (es el caso de maíz, cacique, hamaca, naguas, canoa, baquiano, macana, bahío, ají, ma­guey, mamey, cabuya, etc.). Dentro del propio vocabulario de base hispáni­ca, podemos documentar la aparición en el periodo antillano de algunos tér­minos que también harán luego fortuna por todas partes en el español de América: estancia, ’granja’ y estanciero, quebrada ’arroyo’, cimarrón («indio cimarrón o bravo», «puerco cimarrón o salvaje»), etc. También desde las Antillas se propagarán al continente las adaptaciones del vocabulario que hubo que hacer desde el primer momento para dar nombre a la flora y fauna exóticas del Nuevo Mundo, etc. En fin, sin que pretendamos generalizar, atribuyendo a aquella primer comunidad hispana de ultramar todo rasgo singular común a la mayor parte del español americano, parece demostrado, al menos, que la koiné lingüística realizada en las Antillas en el primer tercio del siglo de la empresa americana está en la base de todo el español ultramarino.

      Así valorado el papel que en la historia del español americano representó la comunidad hispana de las Antillas de los años 1493-1519, se impone estudiar separadamente esta primer etapa de la colonización. Gracias a las pacientes y metódicas pesquisas de Peter Boyd-Bowman sobre la región de procedencia de los colonizadores de América anteriores a 1600, contamos al fin con una riqueza de material suficiente para desglosar del resto el testimo­nio estadístico de esos años de 1493-1519. Los datos son bien significativos: de 1493 a 1508, durante los años primeros del descubrimiento, los andaluces representan nada menos que un 60% de los colonos, mientras Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, León y Extremadura aportan sólo un 6% cada cual. Aunque más adelante se acabe este monopolio de la empresa americana por Andalucía, la proporción de andaluces sigue siendo notabilísima, de tal modo que durante el «periodo antillano» en conjunto (hasta 1519), de cada tres colonos, uno procedía del reino de Sevilla y entre las mujeres nada me­nos que dos de cada tres; sólo de la ciudad de Sevilla (con Triana) había un colono entre cinco y la mitad del total de mujeres. El contraste entre la apor­tación humana de Sevilla ciudad, con 958 inmigrantes identificados, y la de la imperial Toledo, con 101, o la de Burgos, con 63, es desde luego concluyente; pero no lo es menos el que el pequeño puerto de Palos, con 151 colo­nos, doble casi la cifra de los que salieron de toda una Salamanca (88), o que un Moguer, con 56 colonos conocidos sobrepase a Madrid, con sólo 53, y un Jerez, con 45, a Valladolid, con 39, etc. Entre los primeros colonos de Puerto Rico un 41 % eran andaluces y sólo un 32% de Castilla la Vieja, León, Astu­rias y Castilla la Nueva (16,5% eran vascos). En el Istmo, en la pequeña colonia de Darién, antes de la llegada en 1514 de Pedrarias Dávila, resulta identificable la procedencia de 146 hombres (entre los 515 de Balboa y algu­nos otros venidos previamente) y de estos 146, más de la mitad, 83, eran andaluces, 15 vascos, 12 castellanos viejos, 11 del reino de Toledo y 10 ex­tremeños. Incluso las primeras expediciones a Méjico de Cortés y Narváez, hechas desde Cuba, llevan un fuerte grupo de andaluces (un 30%), más nu­meroso que el de extremeños (un 13 %) o el de castellanos viejos (un 20%), a pesar de la naturaleza de los capitanes.

      En fin, con Boyd Bowman podemos poner de manifiesto que durante el periodo antillano de la colonización los andaluces del reino de Sevilla domi­nan claramente «en número, unidad y prestigio»; este predominio, unido al esplendor de Sevilla, metrópoli de las Indias, admirada entonces en su cali­dad de gran ciudad por todos los españoles del interior, nos asegura que fue esa minoría (a veces mayoría) sevillana la que dio el tono inicial a la nueva sociedad hispana de ultramar. No nos puede chocar, después de esta verifica­ción, que los sevillanos lograsen imponer a toda la naciente comunidad hispano-hablante del Caribe algunos de sus rasgos lingüísticos regionales y que luego esos rasgos del español «antillano», llevados por las primeras ex­pediciones al Continente (1520-1540), arraigasen en todo el español del Nue­vo Mundo, tras cierto forcejeo.

      Entre los «sevillanismos» que tendieron a generalizarse desde un princi­pio en la nueva sociedad de españoles indianos ocupa lugar prominente la desfonologización que entonces se llamó «çeçeo» y hoy conocemos con el nombre de «seseo» (con la aclaración de «seseo, con s dorso-dental»).

      Ese [şezeo] como es bien manifiesto para un hablante portugués conoce­dor de los dialectos de más allá del Duero, consistió históricamente en el «çezeo» de las sibilantes ápico-alveolares /ss/ /s/, que desaparecieron como fonemas, identificándose sus realizaciones con las de las sibilantes dorso-dentales /ç/ y /z/.

      El punto de partida del «çezeo» (lo mismo en Lisboa que en Sevilla) fue un sistema de sibilantes análogo al que hoy pervive en el norte de Portugal

/ç/ [ş] : [ṡ] /ss/
/z/ [ ] : [ż] /s/   

surgido de la fricatización de /ç/ y /z/ : [tş] > [ş]; [d] > []. Este sistema fue, en un momento u otro, propio de todas las hablas castellanas, y en él tuvo también su punto de arranque la «zetización» de /ç/ y /z/ que caracte­rizaría pronto el castellano cortesano frente al de Sevilla: la interdentalización de /ç/ y /z/ amplió convenientemente el exiguo margen de seguridad que separaba a las ex-africadas dorso-dentales [ş], [] de las ápico-alveolares [ṡ], [ż] desde el olvido de la antigua marca fundada en la oposición oclusión : fricación.

      Esta etapa evolutiva, hecha en común por todas las hablas castellanas antes de tomar caminos divergentes, creo que se cumplió en el propio castellano-toledano mucho antes de lo que ha admitido Amado Alonso. A fines del siglo XV, en el habla descuidada del común de las gentes, la z debía tener dos variantes, una [d] reservada en general para los pocos casos en que la /z/ figuraba en posición fuerte, esto es inicial, otra [] propia de los mucho más numerosos casos en que el contorno vocálico favorecía la pérdi­da de la oclusión. Esta alternancia, que reconstruyo gracias al judeo-español, explica las descripciones de una /z/ ya fricativa que cabe recoger en las gra­máticas de la primera mitad del s. XVI, /z/ fricativa que oscilaba, en el habla  cortesano-toledana, entre las realizaciones dentales [] y las interdentales [δ]. La [ç], en cambio, gracias al fuerte contingente de voces en que ocupaba una posición fuerte, mantuvo mejor su carácter de africada (incluso durante los dos primeros tercios del siglo XVI), aunque sin duda en posición intervocáli­ca tendería desde el siglo anterior hacia [ş] (>[θ]).

      Pero si el habla cortesana de Toledo —patrón del fino castellano— con­servaba todavía en el primer cuarto del s. XVI memoria del originario carác­ter africado de /ç/ y /z/, en el reino de Sevilla el triunfo de las variantes fricativas era ya completo desde fines del s. XV (Nebrixa), y esa temprana fricatización había abierto el paso a la práctica çezeosa. Hoy (después de las aportaciones de Amado Alonso, Lapesa y Menéndez Pidal) podemos docu­mentar suficientemente la práctica del çeçeo - zezeo en el reino de Sevilla durante el último cuarto del s. XV, pudiendo asegurar que era un fenómeno Lingüístico ya profundamente arraigado en el habla común sevillana. Sólo una minoría social lingüísticamente más selecta (de la que Nebrixa puede constituir un buen ejemplo) continuaba practicando la antigua distinción y oponía una /ss/ y una /s/ ápico-alveolares a una /ç/ y una /z/ dorso-dentales, pero también fricativas. En el último cuarto del s. XV, el hábito del çezeo estaba ya muy lejos de ser una característica fonológica privativa de la canalla sevillana: un canónigo sevillano, limosnero de la Reina Católica en 1487, un escribano real en 1492, un hidalgo de Sanlúcar, nacido hacia 1490 y capitán de la conquista de México (adonde pasó en 1519), o un clérigo, «apa­sionado de la casa de Niebla» en 1522, çezeaban como cualquier albañil o gitano de Sevilla.

      Podemos, por tanto, afirmar que, al tiempo de iniciarse la expansión atlántica de Castilla, aquellos hablantes «quos vulgo Hispani ceceosos vocant» (que decía Nebrixa) constituían la inmensa mayoría de la población en el reino de Sevilla y, en consecuencia, prácticamente la totalidad de los sevi­llanos que se embarcaban para América (pues pocos Nebrixas colaboraron durante esa primera época en la conquista); ¡con qué razón hermanaba en México Bernal Díaz del Castillo las calificaciones de «çeçeoso» y «sevillano», diciendo de un capitán venido de Sanlúcar en 1519 que «çeçeava como un sevillano»!

      El auge de la práctica çeçeosa —entonces en su creciente de expansión— en los puertos atlánticos de España al tiempo de iniciarse la aventura coloni­zadora, nos asegura que fueron los propios europeizadores del Caribe, Da­rién y México, salidos de la Península, los que desde un principio implantaron entre las nuevas comunidades ultramarinas el hábito de çezear como sevillanos (según la expresión de Bernal Díaz).

      Al hacer la historia del çezeo en América no hay por qué sorprenderse de la presencia de la práctica confundidora (atestiguada a través de las caco­grafías) desde los mismos años de la conquista. Lo que verdaderamente inte­resa es documentar, como ha destacado Lapesa, la aceptación de ese «sevillanismo» por los miembros de la comunidad hispánica ultramarina procedentes de regiones no çezeosas: el que el propio Bernal Díaz del Casti­llo, natural de Medina del Campo, al manuscribir en Guatemala, siendo ya viejo, su Historia verdadera (1568) confunda completamente /ss/, /s/, /ç/ y /z/ (sertificaba, abonansó, ençenada, vaçallo, apasible, pueblesuelo, payzes, quize, zuele, etc.)* sólo puede ser debido al prestigio que entre los conquista­dores de México tenía, allá por los años de 1519-1526, la norma lingüística çezeosa característica ya del español del Nuevo Mundo; lo mismo cabe decir de las cacografías mez, desiseis, concejo ’consejo’, profeçion que se le escapan más tarde en un autógrafo a todo un poeta y presbítero como Fernán González de Eslava, nacido en Tierra de Campos (a lo que parece), después de pasar en México diecisiete años (de 1558 a 1574). En fin, estos casos de ilustres «cachupines» asimilados en el s. XVI al ambiente lingüístico de la comunidad de ultramar nos muestran claramente cómo el andalucismo, me­jor el sevillanismo, de las primeras colonias españolas vino a informar la lengua nueva de las nuevas comunidades hispanas en aquel Mundo Nuevo. El gezeo arraigó con gran fuerza entre las primeras generaciones «criollas» y las subsiguientes aportaciones humanas de Castilla la Vieja, el reino de Tole­do y Extremadura sólo lograron hacer más larga la pugna entre el sistema castellano distinguidor y el sistema sevillano-antillano çezeoso; pero al cabo la norma «criolla» se impuso a toda la gran comunidad hispano-americana.

      El nacimiento de una koiné lingüística en el Nuevo Mundo tiene su per­fecto paralelo en la formación de un español canario. Al mismo tiempo que tomaba perfil la comunidad hispano-hablante antillana, en Canarias avanza­ba lentamente la europeización de Tenerife. El español ultramarino de las islas africanas y el de las islas americanas debió de ser en muchos aspectos algo muy similar; las mismas flotas que iban a la Española tomaban puerto en Canarias.

Las notables confusiones gráficas de s por z, z por s y ç  por s que apare­cen en las Actas manuscritas día a día por los escribanos del Cabildo de Tenerife desde los primeros años del s. XVI en adelante, nos prueban que ya hacia 1500 el çezeo había arraigado decididamente en el español canario. Las cacografías incluso se dan en un escribano, Antón de Vallejo, nacido en Me­dina del Campo, un caso de rápida acomodación al ambiente lingüístico lo­cal análogo al que notamos atrás respecto a su paisano Bernal Díaz del Castillo.

      El çezeo debió de ser pronto un rasgo tan característico del español criollo canario, como del antillano. Aunque algo tardía (de comienzos del s. XVII), no deja de ser una buena muestra de cuál era para los castellanos la nota sobresaliente del habla canaria la ficción de Castillo Solórzano, quien, en 1634, nos presenta a un segoviano que, a fin de hacerse pasar en Salaman­ca por «nacido en Canarias», «comenzó a cecear un poco».

      El çezeo [şeeo] canario de hacia 1500, dada la posición geográfica del Archipiélago en medio de la ruta de España a América, constituye un testi­monio de primer orden para la concepción monogenética del çezeo y para la historia de su expansión desde los puertos atlánticos del Viejo Mundo al Nuevo.

Diego Catalán. El español. Orígenes de su diversidad (1989)

* [Sobre la necesidad de evaluar diferentemente estas cacografías véase la n. 28 del trabajo Publicado en el capítulo 2]

 

CAPÍTULOS ANTERIORES:  EL ESPAÑOL. ORÍGENES DE SU DIVERSIDAD

ADVERTENCIA

1.- EL ESPAÑOL. ORÍGENES DE SU DIVERSIDAD

I ORÍGENES DEL PLURALISMO NORMATIVO DEL ESPAÑOL DE HOY

*   2.-1. EL FIN DEL FONEMA /Z/ [DZ - Z] EN ESPAÑOL

*   3.- 2. EL FIN DEL FONEMA /Z/

*   4.- 3. ¿PROCESO FONÉTICO O CAMBIO FONOLÓGICO?

*   5.- 4. ¿PROPAGACIÓN DE UN CAMBIO FONÉTICO O DE UN SISTEMA FONOLÓGICO?

*   6.- 5. LA FALTA DE DISTINCIÓN /Z/ : /Ç/, REGIONALISMO CASTELLANO - VIEJO

*   7.- 6. LA CONFUSIÓN SE CONVIERTE EN NORMA DEL HABLA DE LA CORTE (FINALES DEL SIGLO XVI)

*    8.- 7. LA PÉRDIDA DE LA DISTINCIÓN /Ç/ : /Z/ NORMA GENERAL DEL HABLA (EN EL PRIMER CUARTO DEL SIGLO XVII)

*   9.- 8. EL CAMBIO EN LA NORMA CORTESANA, VISTO POR LOS GRAMÁTICOS EXTRANJEROS

10.- 9. EL ESPAÑOL ORIENTAL ANTE EL TRIUNFO DE LA NUEVA NORMA DE MADRID

11.- 10. RESISTENCIA DEL ANTIGUO SISTEMA TOLEDANO EN LA ALTA EXTREMADURA

*   12.- 11. LA NUEVA NORMA ANTE EL CECEO ANDALUZ

*   13.- 12. CONCLUSIÓN

 II EL ÇEÇEO-ZEZEO AL COMENZAR LA EXPANSIÓN ATLÁNTICA DE CASTILLA.

*   14.- 1. ESTADO DE LA CUESTIÓN

*   15.- 2. CECEOSOS DE LENGUA ESTROPAJOSA

*   16.- 3. CECEOSOS POR HÁBITO LINGÜÍSTICO

17.- 4. COMUNIDADES CECEOSAS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI. SU LOCALIZACIÓN GEOGRÁFICA Y SOCIAL

18.- 5. EL ÇEZEO SEVILLANO EN TIEMPO DE LOS REYES CATÓLICOS, SEGÚN EL TESTIMONIO DE LAS GRAFÍAS

*    19.- 6. EL ÇEÇEO SEVILLANO, DESCRITO POR NEBRIXA

20.- 7. CARÁCTER FRICATIVO DE LA /Ç/ Y DE LA /Z/ DEL SEVILLANO MEDIEVAL

*    21.- 8. LAS GRAFÍAS Y EL ÇEZEO MEDIEVAL

*   22.- 9. CONCLUSIÓN: EL ÇEÇEO-ZEZEO AL COMENZAR LA EXPANSIÓN ATLÁNTICA DE CASTILLA

III EN TORNO A LA ESTRUCTURA SILÁBICA DEL ESPAÑOL DE AYER Y DEL ESPAÑOL DE MAÑANA

* 23.- III EN TORNO A LA ESTRUCTURA SILÁBICA DEL ESPAÑOL DE AYER Y DEL ESPAÑOL DE MAÑANA

* 24.- 1. CONSIDERACIONES DIACRÓNICAS ACERCA DE LA ESTRUCTURA SILÁBICA DEL ESPAÑOL

* 25.- 2. LAS SIBILANTES IMPLOSIVAS EN EL ESPAÑOL DE ESPAÑA: GEOGRAFÍA Y DIACRONÍA

26.- 3. LA EVOLUCIÓN DE -S, -Z COMPARADA CON LA DE -R, -L

*   27.- 4. FONÉTICA Y FONOLOGÍA

* 28.- 5. LOS ALÓFONOS DEL ARCHIFONEMA SIBILANTE EN EL ESPAÑOL Y LA ESTRUCTURA SILÁBICA DEL ESPAÑOL DE MAÑANA

IV CONCEPTO LINGÜÍSTICO DEL DIALECTO «CHINATO» EN UNA CHINATO-HABLANTE

29.- IV CONCEPTO LINGÜÍSTICO DEL DIALECTO «CHINATO» EN UNA CHINATO-HABLANTE

*    30.- 1. SINGULARIDAD DEL HABLA «CHINATA»

*    31.- 2. PERSONALIDAD LINGÜÍSTICA DE NUESTRO AUTOR

*    32.- 3. TEXTOS

 * 33.- 4. EL SISTEMA FONOLÓGICO «CHINATO» EN LA CONCIENCIA DE NUESTRO AUTOR

*   34.- 5. PROBLEMAS DE FONÉTICA SINTÁCTICA

*   35.- 6. DEBILIDAD DE LA ANALOGÍA MORFOLÓGICA

V GÉNESIS DEL ESPAÑOL ATLÁNTICO (ONDAS VARIAS A TRAVÉS DEL OCÉANO)

*  36.- V GÉNESIS DEL ESPAÑOL ATLÁNTICO (ONDAS VARIAS A TRAVÉS DEL OCÉANO)

       Diseño gráfico:

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Imagen: Letra mayúscula D de Durero

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