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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

20.- 14. DE NUEVO EL DOCTOR DE LA PARRA

 

14. DE NUEVO EL DOCTOR DE LA PARRA.  II  PERMANENCIA DE MOTIVOS Y APERTURA DE SIGNIFICADOS: MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN.

     omentábamos al comienzo de esta exposición que nuestro romance heredó de la Historia un drama familiar y nacional muy rico en posibilidades reinterpretativas gracias a la pluralidad de relaciones que la personalidad del agonizante y su muerte ponían en juego, en tensión. De una parte las «naturales»: Hijo-Padres, Esposo-Esposa, Enamorado-Enamorada, Padre-Hijo; de otra las forzadas por su desa­parición: Padres-Nuera, Padres-Amada, Padres-Nieto, Esposa-Muerte. Todas ellas han reclamado poderosamente la atención de los cantores-transmisores de la na­rración, provocándoles a una continua revaluación de sus contenidos explícitos y latentes. De este juego de relaciones sujetas a reinterpretación y, por tanto, a cam­bio, parece quedar excluido uno sólo de los personajes o «actantes»: el doctor De la Parra. Su papel en el romance sería, en consecuencia, fijo, estaría cerrado a toda posibilidad reinterpretativa.

      Ello es verdad para una mayoría de las versiones. Sin embargo, en los romances, organismos dinámicos, nada hay definitivamente cerrado. Y en efecto, la fun­ción del doctor De la Parra ha sido radicalmente reinterpretada por un grupo de versiones de Zamora, Ourense y el Occidente de León. Allí donde [la versión ma­nuscrita del siglo XVI y] muchas otras modernas describen el examen del paciente, diciendo:

[Ynco rodilla en el suelo    mirándole está la cara235];

Hincó la rodilla en tierra,    luego el pulso le tomara236,

Fincó su rodilla en tierra   y la lengua le mirara237,

Se assentó a su cavecera,    el pulso ya le atentava238,

o cosa similar con otras fórmulas equivalentes239, treinta y tres versiones acusan 240:

Trae solimán (~ el veneno) en el dedo    y en la lengua se lo planta241.

      Américo Castro, en 1925 y 1929 (bien lejos todavía de su preocupación por la historia «ocultada» de España), al comentar una de estas versiones (por él recogida) en que se acusa al «doctor De la Parra», se conforma con decir: «la fantasía popular vio en ello un envenenamiento»242. Pero hoy, alertados por el mismo don Américo, nos parece claro que la variante no es tan ajena a la historia como Castro suponía entonces, aunque sepamos con certeza que los Reyes Católicos pagaron generosamente al De la Parra los servicios prestados243. La variante acusatoria de­bió de surgir en algún período de fuerte anti-semitismo, cuando la profesión médi­ca seguía estando aún dominada por «confesos», por cristianos nuevos; pudo muy bien tener su origen en la etapa inicial de propagación del romance noticiero.

      En efecto, con la muerte del príncipe don Juan comienza una nueva era políti­ca en España, y no simplemente por los obligados reajustes en las relaciones internacionales dependientes de la incierta y cambiante situación sucesoria. Es la ante­sala de la gran crisis de los reinos españoles a principios del nuevo siglo. Los reyes renuevan entonces bruscamente su Consejo y salen de él los poderosos administra­tivos conversos, el Doctor Talavera y el Secretario Fernán Álvarez Zapata o de To­ledo, sustituidos por los más influyentes miembros del antiguo Consejo del Prínci­pe. Es la hora de fray Diego de Deza, quien, a finales de 1498, sucede a Torquemada como Inquisidor General.

      Gonzalo Fernández de Oviedo, que tuvo «las llaves de la Cámara en los postreros días de la vida del príncipe»244, tiene bien presente en la memoria, al escri­bir casi cincuenta años después245 el Libro de la Cámara real del príncipe don Juan, que los «dos o tres» miembros de la corte del Príncipe de Asturias y Gerona que no eran cristianos viejos «eran muy bien conocidos como por extraños al rebaño de su Gracia»246. Y nada puede darnos mejor idea del ambiente de intolerancia racial que se respiraba en el entorno del príncipe niño, bajo la guía espiritual de Deza, que el auto de fe que organizaron, como juego, el príncipe y sus donceles247, en el cual tomaron como uno de los reos a Antonio Álvarez, el hijo del Secretario real Fernán Álvarez, «y, yendo el juego adelante, hicieron su sentencia, y llevaron a quemar a Antonio Álvarez y a otros muchachos (seguramente también de esos dos o tres «confesos»), y como ya los desnudasen para ponerlos en el palo», un paje fue a dar aviso a la reina, quien, «alçando un poco las faldas y sin chapines», llegó corriendo al corral y con un bofetón dado al príncipe puso fin al juego cuando ya iban a dar garrote al hijo de su Secretario248.

      Deza fue —hoy resulta innegable 249— el gran responsable de la inicua y sanguinaria persecución desatada en Córdoba contra los conversos por el tristemente famoso Diego Rodríguez Lucero, seguida inmediatamente por los procesos (inicia­dos en 1505) contra el círculo de colaboradores y familiares del ilustre Arzobispo de Granada fray Hernando de Talavera, el antiguo hacendista y consejero espiri­tual de la reina, y finalmente contra el propio arzobispo, máximo representante de aquella generación de conversos que había puesto las bases del nuevo estado 250. Las vicisitudes de la persecución llevada a cabo por Lucero dependieron pronto de la batalla política entablada entre el rey don Fernando, viudo de la reina doña Isabel (muerta el 26 de noviembre de 1504), y el nuevo Rey de Castilla, el archidu­que Felipe 251, quien, provisto de un ideario muy distinto al del Rey Católico, apo­yó a la burguesía conversa y sus aliados, los aristócratas emparentados con ella, al tiempo que conseguía su alianza252. La enemiga a los «confesos» del rey aragonés se convirtió en verdadera obsesión al ver el crecimiento del partido filipino en Cas­tilla, que le puso en el trance de tener que ceder el gobierno del reino a su odiado yerno 253. En aquellos días críticos de 1505-1506 don Fernando trató por todos los medios de convencer al Papa de que España estaba a punto de convertirse en cis­mática si no se extremaba la represión de la herejía conversa con el fuego inquisi­torial254.

      Los perseguidos hallaron alivio temporal a sus males con la llegada de Felipe I a Castilla y la llamada concordia de Villafáfila, 27 de junio de 1506, en que el Rey de Castilla impuso a su suegro, con el apoyo de los Grandes, el abandono de la go­bernación del reino castellano y la retirada al reino de Aragón. Don Felipe oyó los cargos de los cordobeses contra Lucero y Deza y, por consejo de Garcilaso de la Vega obligó al Inquisidor General Único a delegar su cargo en el Obispo de Cata­nia don Diego Ramírez de Guzmán y suspendió la jurisdicción del Consejo Gene­ral del Santo Oficio dominada por personas afectas a Deza. Los presos fueron tras­ladados a Toro y Valladolid, el Obispo de Catania envió un inquisidor a Córdoba para estudiar el caso de Lucero y el propio Deza fue llamado «a la Corte sobre lo que no es para en carta» (como él recordará al Rey Católico algún tiempo des­pués), esto es, a responder de los cargos que se le imputaban255.

      Pero las medidas del Obispo de Catania se vieron, pronto, interrumpidas por la muerte, súbita y extraña256, del Rey de Castilla don Felipe (25 de noviembre de 1506). Deza reclamó y obtuvo, inmediatamente, el cargo de Inquisidor Gene­ral Único y reemprendió la persecución 257. Afortunadamente para los derechos de los conversos, la reentrada del Rey de Aragón en Castilla (21 de agosto de 1507), nuevamente como Gobernador de ella, fue negociada con los Grandes y puesta en práctica bajo la estela ascendente del Arzobispo de Toledo fray Fran­cisco Ximénez de Cisneros, nombrado Cardenal de España e Inquisidor del reino de Castilla, pese a las presiones de Deza sobre don Fernando258. El hábil Cardenal supo dar una salida pactada al enconado conflicto que amenazaba la paz del reino259.

      El doctor Juan de la Parra 260 se formó en la escuela médica del monasterio Jerónimo de Guadalupe, orden y monasterio con un numeroso e influyente componente «confeso»261. En tiempos del poderoso secretario converso Fernán Alvarez obtuvo de los reyes una secretaría (1490)262. Su más que probable pertenencia a esa gran «familia» se confirma en la carta, rebosante de familiaridad y desenfadado ingenio, que le dirige el 23 de julio de 1508 el médico converso Francisco López de Villalobos263; en ella hay un comentario jocoso, casi entre paréntesis264, que constituye un indicio clarísimo del origen judaico de De la Parra. En la descripción de un banquete pantagruélico al que le invitó un amigo, Villalobos alude a la gran variedad de carnes que incluía, desde los silvestres estorninos y los faisanes, hasta los pemiles salados, «non certe porcorum, sed anserum» ("no ciertamente de puercos, sino de ansarones"), y, a continuación, burlonamente, añade: «iam intelligis quid pro quo: sic enim interdum utitur apud nostram familiam» ("ya entendéis el quid pro quo, que así se acostumbra a las veces entre nuestra familia"). Está claro que esa «familia» no es otra que la de los conversos, con su heredado prejuicio contra la carne de puerco, familia en la que se incluye al destinatario de la carta mediante el adjetivo «nuestra».

      Es verdad que el doctor De la Parra no perdió la confianza ni el favor reales durante esos difíciles años de principios de siglo. Desde el 21 de julio de 1504 en que la reina doña Isabel lo «recibió» como su «físico» estuvo al servicio del infante don Fernando, el segundo hijo varón de los reyes Felipe y Juana nacido en Alcalá en 1503 265, y con ocasión de la enfermedad mortal de Felipe el Hermoso fue lla­mado a consulta, muy a última hora, y escribió un memorial en que salía al paso (aunque no con demasiada convicción) del rumor que corría entre los servidores y partidarios del rey forastero de que había muerto envenenado266; hasta aprovechó esa ocasión para intentar ocupar el puesto de uno de los médicos del rey don Fer­nando, el doctor De la Reina, cuando éste médico converso se retira, quizá por te­mor, del servicio del Rey de Aragón (octubre de 1506)267. Pero Villalobos, en su carta de 1508 al De la Parra en el momento en que entra a servir al Duque de Alba, se pregunta, mezclando la broma con lo serio:

    ¿Qué va a ser de nosotros? Nada digo de ti, que perdiste cuanto podías perder. Sólo nos queda la esperanza, peor mil veces que el sepulcro...268.

      Hoy por hoy, nada sabemos de un posible paréntesis en la carrera cortesana del doctor De la Parra durante el regreso a Castilla de Fernando el Católico. Sólo nos consta que, tras la venida a España de Carlos V, en 1517, seguía en su puesto de médico del infante don Fernando, con quien entonces (1518) marcharía a Flandes269. Pero si no fue víctima, y bien pudo serlo, de persecución inquisitorial, no estaría a salvo de insidiosas acusaciones.

      Para valorar el testimonio que le levanta ese grupo de versiones del romance conviene comentar también el verso con que en algunas de ellas se introduce al doctor:

Aún faltaba por venir    aquel doctor De la Parra,
que dicen es gran dotore,    gran dotor que adivinaba 270;

el verbo «adivinar» no es inocuo. En 1510 Villalobos, después de haber sufrido 80 días de prisión inquisitorial en solitario, precisamente cuando más seguro se sentía en su posición de médico del rey, escribe:

    Entre el vulgo corrían de mí muchos y variados juicios: Tiene el diablo en el cuer­po y lleva un familiar en el anillo, decían unos; no, replicaban otros, sino que es char­latán y hechicero, que por medio de ciertos pactos y contratos con los demonios en­gaña a los demás y gana sus voluntades; otros afirmaban que era adivino («divinator est»), presagiaba lo futuro e interpretaba los oráculos milagrosamente escritos, y no eran pocos los que sostenían que era dueño de ligar y desligar y hacer que las mujeres acudiesen de noche contra su voluntad a mi llamamiento 271.

      Aunque la profesión médica colocaba a médicos como De la Reina, De la Parra o Villalobos en puestos muy próximos a los círculos de mayor poder, el ejercicio de su profesión no dejaba de tener riesgos en la España del yugo (en representa­ción del nudo gordiano cortado con la espada) y el haz de flechas (símbolo de la fortaleza generada por la unidad nacional).

Diego Catalán. Arte poética del Romancero oral II. Memoria, invención, artificio.

 OTAS

235  Versión manuscrita del Cartapacio de Palacio.

236  Avedillo (Zamora), inf.: Ana Rodríguez, 74 a., col: equipo del Seminario Menéndez Pidal (Jon Juaristi, Suzanne Petersen, Ana Vian y Ana María Martins), julio, 1981. Y expresiones semejantes en otras versiones del tipo «Castellano-Leonés».

237  Rihonor de Castilla (Zamora], inf.: una anciana, col.: Tomás Navarro Tomás, 1910.

238  Versiones sefardíes de Oriente (mayoría). Son semejantes Paradaseca b, Buxán a, b (Ourense) y Molezuelas (León): «sentóse en su (~ se sienta a la) cabecera    y el pulso se lo (~ le) tomaba(~ -ra»).

239  En versiones de los tipos «Montaña astur-leonesa» y «Picos de Europa».

240  En Zamora: Fuente Encalada, Uña (5 versiones), Congosta de Vidriales, San Pedro de la Viña, Villardeciervos, Doney de la Requejada (2 versiones), Villarino de Manzanas, Figueruela de Abajo, Calabor (3 versiones). En Trás-os-Montes: Guadramil (localidad fronteriza de habla leonesa). En Ourense: Vilardesilva. En León: Acebo, Fasgar, Vegapujín (2 versiones), Rodrigatos de Reguera, Valle de Finolledo, Calzada de Valdería, Felechares de Valdería, Quintanilla de Somoza, La Baña b, Pereda de Ancares, Candín (2 versiones). Veinte de ellas reseñadas en el CGR, III, p. 397.

241  El segundo hemistiquio ofrece formas varias; «y en la (~ su) lengua (~ boca, labios) se lo planta (~ l’implantará ~ se lo echaba)».

242  «El príncipe don Juan». El ensayo (de tono periodístico) se escribió en 1925; fue incluido en Santa Teresa y otros ensayos, Santander. «Historia nueva», 1929, pp. 141-151. La versión del romance se cita en la p. 146. Procede, en realidad, de Uña de Quintana.

243  Véase atrás, § 1 y n. 5.

244  Según recuerda en el Libro de la Cámara. Tomo el dato de C. Pérez Bustamante. Contestación al Discurso del Académico Electo... J. Camón Aznar, Madrid: Real Academia de la Historia, 1963, p. 127.

245  Él mismo consigna que lo estaba acabando cuando esperaba en Sevilla ocasión de embarcarse para regresar a Santo Domingo. Hay que colocar su escritura en torno a 1546-1548.

246  Testimonio recogido por J. Camón Aznar, Sobre la muerte del príncipe don Juan. Discurso, Madrid: Real Academia de la Historia, 1963, p. 60, quien destaca (a lo que parece complacido) que entre los «rasgos personales» del príncipe que «se pueden espumar» de la relación de Fernández de Oviedo en el Libro de la Cámara Real del Príncipe don Juan se halla el «antisemitismo».

247  Dato sacado del olvido por F. Márquez Villanueva, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, «Anejo IV del BRAE», Madrid: S. Aguirre, 1960, p 94.

248  «y como en su tiempo empezase la Inquisición y viesen castigar algunos conffesos, concertáronse el Príncipe y sus donceles jugar a este juego. Echaron las suertes quién serían jueces y quién pe­nitenciados y cupo el serlo a Antonio Álvarez y a otros. Y yendo el juego adelante, leieron su senten­cia, y llevaron a Antonio Álvarez y a otros a quemar, y como ya los desnudasen para ponerlos en el palo, un paje mayorcillo parecióle que yba más adelante el juego que burla, y fingiendo que tenía una necesidad, fuese al aposento de la Reyna, que estava en siesta, y como oyó lo que pasava, sin tener cuenta de su autoridad y gravedad real, alçando un poco las faldas y sin chapines, se fue al trascorral donde se executaba el juego, que estava a pique que querían dar a los relajados garrote, y, según yba el negocio, de veras se le dieran; estavan tan metidos en el juego que con el calor de él [no] echaron de ver que venía la Reyna, y, aunque entró por el trascorral, buen rato no la sintieron; llegó al Príncipe y dióle un bofetón, y quitó los presos y lléveselos consigo cubiertos con unas capas. Súpose esto, y a Fernán Dálvarez se dio satisfacción de aquel juego, y hiço merced de una encomienda de Calatraua para Diego López, su hijo, que estaba en la cuna», Román de la Higuera, Familias de Toledo, fols. 225v-226. El cronista, que está tratando en su libro de Fernán Álvarez de Toledo, da como debido a la suerte que el papel de «penitenciado» recayera en el hijo del Secretario; obviamente, si el príncipe y sus donceles «echaron las suertes», se cuidaron de trucarlas. La enemiga de Deza al Secretario se ma­nifestaría abiertamente después de morir la reina, cuando su mano derecha, Lucero, le acusa nada me­nos que de preparar en Toledo, en unión con los familiares y colaboradores del Arzobispo de Grana­da, un plan de predicación de la ley de Moisés por todo el reino.

249  Desde los estudios clásicos de J. A. Llórente (Memoria histórica sobre cuál ha sido la opinión na­cional de España acerca del tribunal de la Inquisición, Madrid: Sancha, 1812 y Anales de la Inquisición en España, I, Madrid, 1812), de J. Amador de los Ríos (Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Portugal, III, Madrid: 1876) y de H. C. Lea (A History of the Inquisition of Spain, I, New York, 1906) la crítica contaba con datos suficientes para reconocer la directa responsabilidad de fray Diego de Deza en los terribles desmanes de Diego Rodríguez Lucero. Basta leer a su gran apologista A. Cotarelo Valledor, Fray Diego de Deza, Madrid: Perales y Martínez, 1902, pp. 211-234, para conven­cerse de que Deza (a pesar de ser él mismo un marrano, de linaje converso por vía de hembra) aspiraba a una limpieza étnica de España mediante la desaparición (vía inquisitorial) de todos los cristianos nue­vos procedentes de judíos o moriscos. Sólo a los que, como herederos del integrismo católico (como es el caso de Cotarelo), aplauden los resultados depuradores del fuego para la sanidad del cuerpo nacional, cabe considerar «inicuos» a los acusadores de Deza, que lograron removerle del cargo de Inquisidor ge­neral tras arduas gestiones. Sobre la campaña de Deza contra fray Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, véase F. Márquez Villanueva, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, «Anejo IV del BRAE», Madrid: S. Aguirre, 1960, pp. 131-154. Especialmente significativos son la carta de Gonzalo de Áyora al secretario Miguel Pérez de Almazán (que publica C. Fernández Duro, «Noticias de la vida y obras de Gonzalo de Áyora y fragmentos de su crónica inédita», BRAH, XVII, 1890, 446-453) y los razonamien­tos que en Medina del Campo hicieron al Rey Católico, el 15 de setiembre de 1507, «los procuradores de Toledo y de Cordova y de Granada» (en especial el maestrescuela don Francisco Álvarez de Toledo y Gonzalo de Áyora), doc. en la R. Academia de la Historia, Calece. Salazar A-12, fols. 195r-198v (pu­blicados por Márquez Villanueva, Investig. sobre J. Álvarez Gato, 1960, pp. 404).

250  Debemos a F. Márquez Villanueva los más completos y esclarecedores estudios acerca de la etapa final de la vida de fray Hernando, de su ideología de converso y de su persecución por Deza y el rey Fernando, primero en Investig. sobre J. Álvarez Gato (1960), cap. IV, luego en su estudio prelimi­nar de Fray Hernando de Talavera. O. S. H., Católica impugnación, ed. y notas de F. Martín Hernán­dez, Barcelona: Juan Flors, 1961.

251  Poco antes de que la reina doña Isabel muriera (25 de noviembre de 1504), el 24 de noviembre, el Rey Católico había remitido a su yerno, a través de sus embajadores en la corte flamenca (Gutierre Gómez de Fuensalida, don Juan Manuel y el Obispo de Palencia), las tajantes condiciones con que es­taba dispuesto a recibirle en Castilla: «Dezid claramente al Prinçipe, nuestro hijo, y a los suyos, sy en ello hablaren, que sy la Reyna muere (guárdela Dios), la Prinçesa ha de venir a tomar la posesyón y governaçión d’estos reynos, como señora propietaria que entonçes será dellos, y que syn ella el Prínçipe no es parte, ni sería reçebido en ninguna manera» (Duque de Alba, Correspondencia de Fuensalida, p. 310). Don Felipe no sentía tentación alguna de ir a España en términos tales: «ni acá se haze aparejo para yr a España, ni creo que desde el día que fuese neçesario sería su partida dentro de medio año, avyendo de levar a la Prinçesa, porque d’esto tyene tanto temor como ya avemos escrito, qu’el señor y los servidores temen de ser todos enpozados o deshonrrados», contesta Fuensalida, desde Amberes, el 3 de diciembre de 1504 (obra cit., p. 315). Al saberse en Flandes la muerte de doña Isabel y que don Fernando (invocando el testamento de la reina) ha quedado «por perpetuo governador de sus rey­nos», el embajador reitera al Rey Católico su máxima «salus omnium consistit in filio [esto es, en el in­fante don Carlos], porque sy los padres van a reynar y vuestra alteza alça la mano de la governaçión, poderoso es Dios para hazer todo lo que quisyere, mas, sy por razón humana lo avemos de juzgar, byenaventurados serán aquellos que no lo verán» (Bruselas, 22 de diciembre) y, por su parte, la Corte flamenca teme, incluso, que el Rey Católico pacte con el Rey de Portugal su matrimonio con la despo­seída doña Juana, «la Beltranica» (obra cit., p. 318). Con cierta razón mose de Villa se quejaba enton­ces al embajador: «Pues a qué ha de yr allá el Rey, o para qué le llamáys Rey, que llamalle Rey y no te­ner reyno o yr al reyno de que se llama Rey y no mandar en él como Rey qué será?. Será syno como vn niño governado. Pardiós, yo no sé entender esta cosa» (carta de Fuensalida, 27 de diciembre de 1504, obra cit., p. 319). El rey don Fernando siguió adelante con su plan y obtuvo la aprobación de él en las Cortes de Toro (11 y 23 de enero de 1505, fecha esta última en que probó ante las Cortes la incapaci­dad de su hija la reina con cartas de Martín de Mújica).

252 El triunfo del Rey-gobernador fue efímero. En Bruselas, su antiguo embajador extraordinario don Juan Manuel pasó a servir al nuevo Rey de Castilla, don Felipe (ya en 22 de diciembre de 1504, Duque de Alba, Correspondencia de Fuensalida, pp. 318, 320), hecho que denuncia, con gran alarma, Fuensalida el 16 de enero de 1505 (obra cit., pp. 321-324). Por entonces, don Juan Manuel ya actuaba como portavoz y enlace de los Grandes de Castilla que iban tomando partido por el Rey de Castilla contra el Gobernador Perpetuo: la casa de los Manrique, el Duque de Nájera (don Pedro Manrique de Lara) y el Marqués de Villena (don Diego López Pacheco) y su parentela (según la carta de Fuensa­lida, obra cit., p. 322). En los meses sucesivos del año 1505 el embajador aragonés va consignando, carta tras carta, cómo, pese a que el Rey Católico haya creído que «tiene ya las cosas de allá puestas en seguro» (p. 329), Grandes como el Marqués de Villena, el Almirante y el Conde de Benavente (don  Alonso Pimentel) van enviando mensajeros al nuevo rey y que el Obispo de Catania es de la «opinión» de don Juan Manuel (16 de febrero); que el propio rey don Felipe le ha hecho saber «que tenía mensa­jeros del Marqués de Villena y del Almirante y del Duque de Nájera y del Conde de Benavente y car­tas de otros muchos señores de Castilla» (5 de marzo) y que también «cada día» envía cartas el Carde­nal de Santa Cruz (don Bernardino de Carvajal) y trabaja por tener potestad de legado (26 de marzo). Aparte de «la costunbre de los castellanos, mayormente de los Grandes, que son amigos de mutaçiones», está bien claro que el partido pro-filipino se ha reclutado entre las grandes familias cuya sangre noble se hallaba mezclada con la «suzia» de las hijas de poderosos y acaudalados conversos, y que, por lo que les toca, han sido y seguirán siendo protectores de otros conversos más desprotegidos. El papel de esa gran «familia» de los «confesos» en esta coyuntura política la denuncia también Fuensalida (26 de marzo de 1505), cuando lo ocurrido en Toro agría la actitud del Rey de Castilla y los suyos: «çierto digo a V. Al. que quisiera más que V. Al. me mandara echar por dos años en vna galera, que no que me mandara quedar aquí, porque yo no puedo escapar de muerto o deshonrrado, según son malos los que consejan y ligeros de creer los consejados, que no solamente han trabajado de ponerme en mala graçia del Rey, mas aquello han hecho con la Reyna, por yndustria de don Juan y de muchos conversos que están aquí al seruiçio de su alteza».

253 En carta a don Francisco de Rojas, su embajador en la corte papal, de 9 de junio de 1506, el Rey de Aragón le explica: «Y porque sepáis algo de lo de aquá, mis fijos desembarcaron en La Coruña y yo iba derecho allí a los recibir. Los Grandes, que piden cosas de la Corona Real, y los conversos han fecho grandísimas diligencias y estremos para poner desconfianza del Rey mi fijo a mí... y esto ha sido causa de dilatarse nuestras vistas» (publicada por A. Rodríguez Villa, «Don Francisco de Rojas embajador de los Reyes Católicos», BRAH, XXVIII, 1896, p. 449). Y a la alianza de los Grandes y los conversos atribuye igualmente su secretario Miguel Pérez de Almazán que don Fernando tenga que abandonar el reino (1 de julio de 1506, art. cit., p. 452): «los Grandes lo facen por repartirse la Corona Real, los conversos por librarse de la Inquisición, que ya no la hay, e por gobernar... si Dios no lo pro­vee milagrosamente, Castilla se perderá e destruyrá sin remedio, e cumplirse ha lo que dicen: El año de siete, dexa a España y vete». En su carta del 9 de junio, el Rey-Gobernador, que aún no aceptaba su derrota, seguía insistiendo para que Rojas utilizase ante el Papa las confesiones de los conversos que había extraído Lucero, entre las que se incluía el plan de reunirse en Toledo en la casa del antiguo secretario de la reina Isabel, Fernán Alvarez, y conversos bajo la guía del Arzobispo de Granada fray Hernando de Talavera para organizar la predicación por todo el reino de Castilla de la ley de Moisés y el anuncio de la llegada del Mesías (véase Márquez, Investig. sobre J. Álvarez Gato, pp. 132-133).

254 Con su poder como Gobernador Perpetuo del reino de Castilla, don Fernando se apresuró a escribir al Papa (17 de noviembre, 1505) instándole a que revocase las comisiones y advirtiéndole que «si yo o otro Principe huviera declinado d’ello, se hauría puesto tan grande cisma y herejía en la Igle­sia de Dios que fuera mayor que la de Arriano, y V. S. deue dar gracias a Dios que en mi tiempo se haya descubierto, por que sea castigado y reprimido» (Arch. de Simancas, Libro II de cédulas reales, f. 244; edítalo Cotarelo, Fray Diego de Deza, pp. 349-350), y, pese a las cartas de los Reyes de Castilla desde Flandes ordenando a Deza, bajo pena de destierro y confiscación, que suspenda toda suerte de actuaciones hasta su llegada, la represión siguió imparable: el 3 de enero de 1506 (cuatro días antes de que don Felipe y doña Juana embarcaran camino de España), una persona tan adepta al Rey de Ara­gón como Pietro Martire d’Anghiera escribía al Conde de Tendilla escandalizado: «¿Qué oigo, ilustre Conde, cunde la fama de que se ha inventado ese crimen contra nuestro Arzobispo, varón santísimo, y que esa mancha se ha extendido a toda su casa, con testigos presentados a fuerza de mañas y de supli­cios. No sé dónde pueda volver los ojos. No creo sea posible encontrar alguno más santo que este pre­lado» (Epístola 295, versión de J. López de Toro cit., p. 120). En efecto, no había donde volver los ojos, pues el rey don Fernando, el 22 de abril (un día antes de que don Felipe y doña Juana reembar­caran en Inglaterra rumbo a España), daba órdenes a Juan de Loaysa de que presionase al Papa para que desechara las apelaciones contra Deza (Lea, A History ofthe Inquisition, pp. 196-197) y el 9 de ju­nio (trece días después de que los reyes desembarcaran en La Coruña), «yendo de camino para me juntar con el Rey e la Reyna mis fijos», escribía a su embajador en Roma don Francisco de Rojas acu­sando a los conversos de haberle ofrecido cien mil ducados «porque fuese contento que se sobreseye­se en la Inquisición solamente fasta que el Rey e la Reina mis fijos viniesen» y tratando por su parte de conseguir que el tema de los procesos de Córdoba y Granada se acelere y el Papa no dé oídos a los de­fensores de los perseguidos por Lucero y Deza: «En lo de la Inquisición, allá se envían las mismas con­fesiones de los presos, por do verán sus culpas, y, pues aquellas son claras, trabajad en que S. S. revo­que las comisiones que dio, como Loaysa dirá. Quanto a lo del Arzobispo de Granada, para con vos, lo que d’él se dice confesiones son de sus mismas hermanas e parientes e criados e servidores...» (BRAH, XXVIII, 1896, art. cit. en la n. 253, p. 448). Por fortuna para fray Hernando de Talavera, cuando el 13 de junio de 1506 Rojas remite a don Fernando la licencia papal para proceder contra el Arzobispo (D. Clemencín, Elogio de la Reina Católica doña Isabel, Madrid, 1821, p. 490), el Rey Católico se había quedado casi solo frente a su yerno y estaba a punto de tener que ceder el gobierno de Castilla.

255  A. Cotarelo, Fray Diego de Deza, pp. 222 y 350-351. Deza rememora al Rey Católico lo ocurrido en el «Memorial» citado en la n. 257.

256  Sobre las sospechas de que secuaces del maquiavélico rey don Fernando hubieran dado «boca­do» a su yerno, véase adelante n. 266. Ya el 7 de junio anterior, los embajadores en Roma del rey don Felipe le habían advertido (vía don Juan Manuel) que, si quería vivir, nunca comiera con su suegro.

257  J. A. Llórente, Historia crítica de la Inquisición en España. Reed. de Hiperion, Pozuelo de Alarcón, Madrid, 1981, vol. I, pp. 262-265; Cotarelo, Fray Diego de Deza, pp. 255-256. Subsiguientemente, Córdoba se alzó en armas con la protección del Marqués de Priego, obligando a Lucero a huir preci­pitadamente de la ciudad (6 de octubre de 1506).

258  Deza hubo de renunciar (por el mes de marzo de 1507) al cargo de Inquisidor como consecuencia de la firme actitud del Consejo de Castilla, a pesar de haber intentado por todos los medios enemistar a don Fernando con Cisneros, según muestra el «Memorial» que le envió a Nápoles el 11 de enero de 1507 (publicado por Cotarelo, Fray Diego de Deza, pp. 850-855), donde insidiosamente acu­sa al Arzobispo: «digo esto porque de la corte de la Reyna n. s. me an certificado que V. Al. escribyó a su enbaxador que dixese al Arçobispo de Toledo que enviaua a Roma a suplicar al Papa que lo enbiase proueydo por inquisidor general d’estos reinos, de lo qual yo estoy muy marauillado porque V. Al. conoce bien que tal prouisión sería en grande ofensa de Dios y para destruiçión de la Inquisiçión y para malos fines que él sabría tener... porque la impunaçión que él a hecho y haze a este Santo Ofiçio sale de odio y enemiga que le tiene, lo cual está bien conoçido, y seyendo asy y teniendo el Arçobispo de Toledo la osadía para hazer mal y trayción qual V. Al. y toda Castilla sabe, no aurá enpacho de cosa que d’él digan syno hazer su hecho». Don Fernando, en su nueva estrategia política, había decidido ya prescindir de Deza y buscar un acomodo con los Grandes, por lo que el 18 de mayo de 1507 comuni­caba a Cisneros su propuesta al Papa de promoverle a Inquisidor General de Castilla: «Habiendo re­nunciado el Arzobispo de Sevilla la presidencia de Inquisidor General de los reinos de Castilla por cartas que me envió, solicité también que el pontífice máximo señalase vuestra reverendísima persona para este oficio. Y, en verdad, dos cosas os pido agora: la una es..., y la otra que con toda razón y dili­gencia procuréis que no sea en cosa alguna disminuida la autoridad del Arzobispo de Sevilla, sobre lo cual, aunque es supérfluo el advertiros, persuádeme que así lo haga mi afecto solícito a su dignidad» (apud Cotarelo, Fray Diego de Deza, p. 14).

259  Cisneros, como nuevo Inquisidor General de Castilla, hizo prontamente prender a Lucero, el brazo ejecutor de la política persecutoria de Deza, y creó una junta para juzgar el caso (9 de junio de 1508); finalmente, resolvió el tema un imponente tribunal con miembros del Consejo de Castilla, obis­pos y juristas presidido por Cisneros (3 de julio de 1508, resolución que fue publicada el 1° de agosto). Este tribunal, llamado Congregación católica, si bien calificó a los testigos utilizados por Lucero como falsarios y libertó y rehabilitó a las personas perseguidas y acusadas, llegando incluso a ordenar la ree­dificación de las casas de los condenados que habían sido derribadas por orden inquisitorial, se limitó a privar a Lucero de su oficio, dejándolo en libertad en su canongía bajo su protector fray Diego, a quien no se consideró responsable de los excesos cometidos por sus subordinados. El carácter pacta­do de la sentencia nos parece evidente, pese a las consideraciones político-morales con que don Ar­mando Cotarelo (Fray Diego de Deza, pp. 232-234), desde su ideología de hombre anti-liberal del siglo XX, basa su voto particular acusatorio contra la Congregación presidida por Cisneros: «las pesquisas se hicieron con manifiesta animadversión para Lucero»; «la injusticia ha sido patrimonio de todos los tiempos y con frecuencia las pasiones bastardas atrepellan la razón y el derecho: No había entonces, como hoy, periódicos de gran circulación que, sin otra ley que su capricho o particular provecho, infa­masen inicuamente a las más honradas personas y a vuelta de repetidas calumnias lograsen derribarlas y escarnecerlas; pero, en cambio, sobraban los nobles levantiscos e intrigantes ganosos de medrar y que para lograrlo no reparaban en medios, abusando de la débil mano que regía el Estado, y el fin era exactamente el mismo».

260  Los datos que tenemos del doctor Juan de la Parra han sido reunidos por Narciso Alonso Cortés, «Dos médicos de los Reyes Católicos», Hispania-Madrid, XI (1951), 604-657: especialmente, pp. 629-657.

261  Es de sobra conocido el peso que en la orden de los Jerónimos tuvieron los conversos y cómo, pese al foco de judaizantes descubierto en Guadalupe en 1486, lograron impedir la introducción de un estatuto de limpieza de sangre. Sobre la famosa escuela médica del monasterio de Guadalupe (que causó la admiración del viajero Tetzel, acompañante de León Rosmithal de Blatna) véase B. López Díaz, La escuela de Medicina de Guadalupe, Monasterio de Guadalupe, 1918, y N. Alonso Cortés, «Dos médicos» (1951), cit. en la n. 260, pp. 629-630.

262  El nombramiento de Juan de la Parra como secretario real está refrendado por Fernán Alvarez de Toledo. Véase en N. Alonso Cortés, «Dos médicos», art. cit. en la n. 260, pp. 632-634, la edición de la carta real de 9 de febrero de 1490.

263  Algunas obras del doctor Francisco López de Villalobos. Publícalas la Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid: imprenta M. Ginesta, 1886, pp. 221-228: «Reuerendo doctori De la Parra prothomedico, Franciscus de Villalobos. P.P.» (epístola VI).

264  En la edición citada, las cartas latinas van acompañadas de una espléndida versión española, que conserva la gracia y expresividad de la prosa de Villalobos.

265 Dato éste tenido ya en cuenta por María Goyri, «Romance de la muerte del príncipe don Juan» (1904) p. 35, extraído de A. Rodríguez Villa, «El Emperador Carlos V y su Corte», BPAH, XLII, 1903 (2a ed., 1913), p. 473 y La reina doña Juana la Loca, Madrid, 1892, p. 202. Más detalles en N. Alonso Cortés, «Dos médicos», pp. 637-638.

266  Noticia conocida también por María Goyri (1904), p. 35, tomándola de Rodríguez Villa, La Reina doña Juana (1892), p. 441. N. Alonso Cortés, «Dos médicos», pp. 638-641, publica el memorial en que consta como post data el párrafo: «Después se ha dicho en el vulgo de los Flamencos y aun de los Castellanos que le dieron yerbas. No le vi yo señales de tal cosa ni sus físicos, cuando allá estuve, tenían tal sospecha ni pensamiento. La verdad es que la materia fue mucha y por su callar mal socorri­da y de muchos se hizo maliciosa». En su información previa explica cómo fue llamado el miércoles de mañana al entrar el rey en el seteno día de la enfermedad («hicieron correo a mí y no sé si a otros físi­cos, porque yo sólo fui») y que sólo le vio a última hora («Yo llegué a verle este día jueves noche des­pués de media noche a las dos y le hallé que le sojuzgaua ya tanto la enfermedad y la virtud tan cayda que ninguna esperança avía ni aparejo de remedio... En esto estuve allí cinco horas, que fue hasta las siete, y partime...»).

267  N. Alonso Cortés, «Dos médicos», pp. 641-642, que reproduce la carta, escrita el mismo día que el memorial. Sobre la «fuga» del doctor Fernán Alvarez de la Reina, véase Márquez, Investig. sobre J. Alvarez Gato, pp. 146-147. Indudablemente, De la Parra no logró el favor del Rey Católico, a pesar de su diligencia en acercarse al principal beneficiado por la muerte de don Felipe, su suegro el Rey de Aragón.

268  «Quid ergo erit nobis. De te equidem nil loquor. Tantum enim perdidisti quantum perderé potuisti. Sola nobis superat spes, que deterior est sepulcro quippe...» (ed. cit., p. 227).

269  N. Alonso Cortés, «Dos médicos», pp. 642-647. Carlos V le recompensó tardíamente sus mal pagados servicios médicos al infante don Fernando nombrándole en 1520 obispo de Almería; pero no llegó a regresar de Flandes, ya que don Juan murió al año siguiente.

270  En las varias versiones de Uña de Quintana (Zamora). Otra de Congosta de Vidriales (Zamora) dice también: «Sólo falta por venir    el gran doctor De la Parra / que dicen que es buen doctor, buen doctor que adivinaba».

271  «Multiplex opinio de me et varia iudicia inter vulgus spargebantur. Alij enim dicebant quia demonium habet, et familiarem spiritum in anulo secum ducit. Alij vero non nisi quia circulator et maleficus est, quibusdamque pactis et federibus demonum alios seducit et aliorum beniuolentias captat. Alij autem dicebant quia diuinator est et futurorum presagia atque oracula miraculose scripta predicit. Plurimi autem affirmabant etiam quia ligare potest et dissoluere, feminasque sibi inuitas aducere noctu» (ed. cit., pp. 246-247), en carta al Obispo de Plasencia, don Cosme de Toledo (epístola X).

CAPÍTULOS ANTERIORES: 

NOTA INTRODUCTORIA

*   1.- NOTA INTRODUCTORIA. MEMORIA, INVENCIÓN, ARTIFICIO

I.    HALLAZGO DE UNA POESÍA MARGINADA: EL TEMA DEL CORAZÓN DE DURANDARTE

*   2.- 1. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA MOMIFICADO

3.- 2. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA AÚN VIVO EN LA MONTAÑA ASTURIANA

4.- 3. LA TRANSMISIÓN ESCRITA DEL TEMA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII Y EL ROMANCE TRADICIONAL «CONQUEIRO»

*   5.- 4. LA «CREACIÓN» DEL ROMANCE TRADICIONAL. EL TESTIMONIO GITANO-ANDALUZ

*   6.- 5. TRANSMISIÓN Y RECREACIÓN DE CONTENIDOS SIMBÓLICOS. EL EJEMPLO DE EL PRISIONERO

II    PERMANENCIA DE MOTIVOS Y APERTURA DE SIGNIFICADOS: MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN

*    7.- 1. EL ROMANCE DE LA MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN

*    8.- 2. EL ROMANCE EN LA TRADICIÓN ANTIGUA Y MODERNA

*    9.- 3. EL DOCTOR DE LA PARRA DESAHUCIA AL PRÍNCIPE

10.- 4. LA PRIMERA SECUENCIA DEL ROMANCE UTILIZADA EN 1613 POR VÉLEZ DE GUEVARA

*   11.- 5. LA ENTREVISTA CON FERNANDO EL CATÓLICO

*   12.- 6. LAS DOS SECUENCIAS DEL ROMANCE ORAL EN UN MANUSCRITO DEL SIGLO DE ORO

*    13.- 7. LA DOLOROSA SOLEDAD DE LOS PADRES

*    14.- 8. LA «EPHEBI FILII SENEX FORTITUDO»

*    15.- 9. LA PASIÓN AMOROSA POR MARGARITA

*   16.- 10. SUBVERSIÓN DE LA ESTRUCTURA DE LA SEGUNDA SECUENCIA: EL TRIUNFO DEL AMOR EN LA MUERTE

*   17.- 11. LOS DERECHOS DE LA MUJER

*   18.- 12. LA ESPERANZA DE UN HEREDERO PÓSTUMO

*   19.- 13. ACTUALIZACIONES DE LA ESTRUCTURA HISTÓRICA DEL ROMANCE NOTICIERO

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Imagen: cuadro de Piero della Francesca: Madonna del Parto ( año 1460) 


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