3.- 2. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA AÚN VIVO EN LA MONTAÑA ASTURIANA
2. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA AÚN VIVO EN LA MONTAÑA ASTURIANA. I. HALLAZGO DE UNA POESÍA MARGINADA: EL TEMA DEL CORAZÓN DE DURANDARTE
uién habría podido imaginar que, transcurridos trescientos setenta y cinco años desde la parodia cervantina, pudiera seguir estando hoy vivo en un poema el tema del envío del corazón enamorado a Belerma? Y, sin embargo, he aquí que lo está.
El 29 de junio de 1980 siete equipos de encuestadores, dirigidos por otros tantos «monitores» del «Seminario Menéndez Pidal» (un centro de investigación de la Universidad Complutense de Madrid), emprendieron, como prácticas de campo de un cursillo sobre el Romancero, la exploración de la tradición romancística leonesa, utilizando como base de encuesta el lugar de Villablino, en Laciana. Los logros de anteriores encuestas, realizadas en 1977 y 1979 en las comarcas de Ancares, La Fornela y el alto Sil, aseguraban el éxito de la experiencia didáctica 10. Pero el hallazgo más llamativo se produjo, esta vez, no en León, sino al otro lado de la Cordillera, en Asturias, a donde yo me adelanté el primer día de las encuestas, con tres alumnos, a tantear el estado de la tradición.
El objetivo de mi jornada era recorrer la pequeña parroquia de los «conqueiros» o «tixileiros», constituida por cuatro aldeas, Sisterna, El Bao, Tablado y Corralín, repartidas entre dos concejos de la montaña asturiana, el de Ibias y el de Degaña. Los habitantes de esa parroquia deben su nombre a que, en tiempos pasados, se especializaron en la elaboración artesanal de cuencos, «tixelas» y otros utensilios de madera, que los varones salían a vender fuera de la montaña, dejando en soledad durante largos meses a las mujeres, quienes lo mismo arreglaban los asuntos judiciales, que araban los campos, dimían las castañas o cuidaban los ganados sin ayuda de hombres. Los viajantes «conqueiros», como otros artesanos ambulantes, desarrollaron una jerga secreta 11 con que entenderse entre sí cuando, echándose las «calichaldas» (alforjas) al hombro y con su «carrela» (carga que puede transportar una caballería), salían a ganarse sus «vechus, tanudas y tousus» (reales, pesetas y duros), «caneando» (vendiendo) por tierras de «panochus, peirones, convises, cazurros y underetrancas» (asturianos, bercianos, gallegos, castellanos y aragoneses), jerga ésta que aún se precian de saber los «canusqueirus» que se dedican al comercio ambulante de tejidos, aunque hoy vayan motorizados en «galápagu» (automóvil).
Por otra parte, el aislamiento en que quedaban las mujeres «conqueiras», respecto a sus circunvecinos, se manifiesta en la enorme personalidad del dialecto de la parroquia, en el cual se superponen rasgos fonéticos tan gallegos como la caída de n entre ciertas vocales a un sistema de palatales asturiano-leonés muy singular. Pronunciaciones como «ü home ya o mudyer» "un hombre y una mujer", «o escudieta tsia de teiti» "una escudilla llena de leche", «o gatia tsueca» "una gallina clueca" resultan tan exóticas a sus vecinos de habla gallega del resto del concejo de Ibias como a sus vecinos de habla astur-leonesa de Cangas, Degaña, Laciana y La Fornela12.
Llegados en nuestra expedición a El Bao, subimos hacia el cementerio para, desde lo alto, contemplar, al otro lado del profundo valle del río Ibias, el corte hecho en la montaña por los mineros astures o galaicos al servicio de sus amos romanos —«a esos romanos no los alcancé yo (nos explicaría el socarrón tabernero de Sisterna), pero a los moros sí, que me quemaron la casa en el ’36»—; y también para rendirle homenaje, aunque fuera a distancia, a una de las cuatro aldeas que tanto habían ocupado mi pasión de dialectólogo en los años cincuenta13: Corralín, abandonada recientemente por sus últimos vecinos y hoy cubierta ya de malezas, no lejos de la mina14.
Fue ese mismo tabernero socarrón de Sisterna, uno de los antiguos vecinos de Corralín, quien nos recomendó entrevistar en El Bao a Domingo García, otro sobreviviente de la aldea muerta, que tenía fama de cantar romances. Desgraciadamente, Domingo estaba ausente, vendiendo género con su camioneta por los pueblos gallegos del Ibias; pero, frente a la puerta de la casa, su padre Anselmo, de 93 años, sentado en un poyo, leía, sin gafas, una novela del Oeste. Muy sordo, nada entendía de nuestros propósitos, hasta que su hija, Benigna, se prestó a actuar de intérprete. Acababan de llegar al pueblo desde Oviedo para pasar el verano en la aldea. Anselmo, aunque su sordera y una respiración trabajosa hacían, de entrada, su dicción prácticamente indescifrable para nosotros, resultó ser, gracias a la amorosa colaboración de su hija, un informante excepcional. Nada más comenzar la entrevista, nos dijo la primera versión recogida en Asturias de El Cid y el moro que reta a Valencia:
Cómo se pasea el moro, el moro por la calzada,
de cara mira a Sevilla, de cara mira a Granada,
de cara mira a Valencia que le dice mas cercana:
—Oh Valencia mi Valencia, oh Valencia valenciana,
que yo mañana a estas’horas te ha de tener yo ganada;
y su hija que tiene ha de ser mi namorada
y su madre Filumena nos ha de hacer la cama
y a su padre don Diego lo he de arrastrar por la barba ... etc.15,
para, enseguida, al preguntarle por el romance de Belardo y Valdovinos, arrancarse con un relato, en versos de indudable abolengo tradicional, enteramente desconocido. Mi nerviosismo era grande, pues, si en audición directa difícilmente captaba algunas palabras del texto musitado por Anselmo, ¿cómo íbamos a poder después descifrar la cinta? Recurrimos al expediente de reoírlo allí mismo para que Benigna nos aclarase amablemente lo que su padre iba diciendo, acto que, una vez avezados a escuchar al viejo en la cinta, resultó ser superfluo, pues hoy podemos entender perfectamente todas sus versiones. El romance desconocido decía así:
Caminaba Montesinos por una verde montaña,
con el fusilín al hombro como aquel que va de caza,
y encontrara un hombre muerto en par de una verde faya.
No conoce el caballero por mucho que lo repara,
que le conturban la vista las cintas de la elada.
Le levantó el sombrero y le descubrió la cara.
— ¡Oh mi amigo Montesinos, mal nos fue en esta batalla,
que mataron a Guarín, capitán de nuestra escuadra!
Me sacas el corazón por la más pequeña llaga,
lo llevas al Paraíso, a donde Guillerma estaba.—
Guillerma estaba en Paraíso de doncellas enrodeada.
—¡ Ay triste de mí, cautiva, ay triste de mí, cautada,
ay triste de mí, aburrida, algún mal se me acercaba;
ahí viene Montesinos embozado en una capa!—
Lo primero que pregunta: —Tu primo ¿cómo quedaba?—
— Mi primo quedaba bueno, mi primo bueno quedaba,
mi primo quedaba muerto, en par de una verde faya.
Aquí traigo el corazón, yo mismo yele sacara,
y al mismo tiempo te traigo esta siguiente palabra:
Que el que muerto te lo umbia, vivo no te lo negara.—
Al oír esta palabra, Guillerma cae desmayada.
Ni con vino ni con agua no fueron a recordarla.
El hallazgo de este magnífico romance viene a ilustrarnos una vez más el «estado latente» en que, a pesar de siglo y medio de fructuosas exploraciones por parte de los «letrados», vive el Romancero oral. En estos últimos años se han recogido, de la forma más inesperada, varios romances cuya existencia en la tradición oral no había sido constatada (o era casi desconocida) hasta el presente: el primer Marquillos en lengua castellana desde el siglo XVI16, la primera versión de El Cid pide parias al moro recogida de la tradición oral moderna (contaminada con El renegado y la Virgen)17, las primeras versiones portuguesas del romance cíclico de Las mocedades de Rodrigo18, la segunda versión peninsular de Lanzarote y el ciervo del pie blanco y la primera versión castellana de Alfonso V ante Nápóles19. Y, junto a estos casos de novedad extrema, muchos otros en que las versiones recientemente recogidas enriquecen, de forma sustancial, los conocimientos sobre romances de escasa o media difusión. Tanto las piezas únicas como las de intrínseco valor nos exigen emprender, antes de que sea demasiado tarde, una campaña nacional para localizar, registrar y conservar las especies poéticas en peligro de extinción que han llegado hasta el presente a través de cadenas pluriseculares de cantores repartidas por todo el ámbito de las lenguas hispánicas20.
La maravillosa conservación del romance de Durandarte envía su corazón a Belerma en la memoria de Anselmo García representa, a la vez, una muestra muy llamativa de la situación crítica en que el Romancero parece hallarse y de hecho se halla. El poema, cuya existencia hemos venido a constatar por primera vez en 1980, vive «milagrosamente». Los pormenores, ya destacados, de cómo fue hallado constituyen un cúmulo de pruebas de la extrema marginalidad de la poesía oral romancística: una comarca secularmente apartada, una aldea muerta; un portador de la tradición de 93 años, sordo y casi incapaz de comunicación oral, quizá imposibilitado de oír las novedades de la cultura ciudadana, pero ya integrado en ella a través de la lectura de la literatura, y desterrado de su aldea a la ciudad por seguir a su hija, de cuyos cuidados depende21. ¿Cabe idear un caso más extremo de último eslabón de una cadena de portadores de un acervo tradicional?
Y, sin embargo, la impresión de que estamos asistiendo al irremediable fin de una tradición cultural debe matizarse.
Por lo pronto, la cadena tradicional de la cual Anselmo es eslabón no se cierra en él. Su hijo, Domingo, joven aún, es también un buen cantor de romances, y no ha desechado de su repertorio el de Belerma. Se lo oímos, más tarde, cantar en la taberna de El Bao el 30 de junio ante un atento auditorio de hombres y muchachos «conqueiros». Su versión (que volvió a cantarnos el 1° de julio) difería en algunos detalles de la de su padre:
Caminaba Montesinos por una verde montaña
con el fusil al hombro como aquel que va de caza
y encontrara un hombre muerto al par de una verde faya.
— No conozco el caballero por mucho que lo amiraba
que le contorba la vista las cintas de la elada.—
Y se apeó del caballo y le descubrió la cara.
— ¡Oh, mi amigo Montesinos, mal nos fue en esta batalla,
que mataron a Guarín, capitán de nuestra escuadra!
Me sacas el corazón por la más chiquita llaga,
lo llevas al Paraíso a donde Guillerma estaba
y de mi parte le dices estas siguientes palabras:
«El que muerto se lo umbia, vivo no se lo negara».—
— Ahí viene Montesinos embozado en una capa.—
Lo primero que preguntan: — Tu primo ¿cómo quedara?—
— Mi primo quedara bueno, mi primo bueno quedara,
mi primo quedara muerto al par de una verde faya.—
Entre unas cosas y otras Guillerma cayó esmayada;
ni con vino ni con agua no fueron a recordarla.
Por su parte, Benigna, la hija de Anselmo, aunque preocupada por ceder a su padre el protagonismo de la encuesta, sabía también muchos romances y, según nos informó, sus hijos, que se habían quedado con el padre en Oviedo, gustaban oír —¿y aprender?— los romances que ella y el abuelo sabían...22. Corralín, cubiertas sus casas en ruinas por la maleza, aún se empeña por dejar oír su particular voz en el concierto polifónico de la tradición oral de los pueblos del mundo pan-hispánico.
La pequeña diáspora de los antiguos vecinos de esa aldea muerta, con que aquí hemos querido ejemplificar la suerte de muchos cientos de aldeas y pueblos peninsulares, revive, en el corazón de España, la experiencia, más trágica y por ello mejor sabida, de la doble diáspora de los judíos españoles, que a finales del siglo XV se llevaron en su memoria el Romancero a tierras del Imperio turco y en el siglo XX volvieron a transportarlo desde Salónica, Rodas o Tánger a otras patrias de adopción. Los cantores expatriados de Corralín, como esos judíos, perdido el solar en que nacieron, se esfuerzan por conservar su identidad como «nación», como grupo humano diferenciado de los demás, aferrándose al recuerdo de su cultura tradicional.
Esta actitud, que pudiéramos calificar de «conservacionista» (más que de «conservadora»), de «ecologista» si se quiere, no supone una hieratización de la herencia tradicional, con su consecuencia inmediata de fijación ritual de los textos23. Basta ver cómo, en el romance de Belerma, Domingo coloca en boca del caballero moribundo «el que vivo (muerto) se (te) lo umbia, muerto (vivo) no se (te) lo negara», mientras que su padre lo reservaba para cuando Montesinos le presenta el corazón a «Guillerma». La misma apertura, en grado aún más llamativo, se daba dentro de la familia en la Muerte del príncipe don Juan: mientras que Benigna conservaba una versión estrictamente astur-galaica del tema24, análoga a la recogida en El Bao por Aurelio del Llano en 192125, su hermano la había contaminado con motivos muy llamativos típicos de la forma que el romance tiene en la llanura leonesa y castellano-vieja26, y el padre de ambos se mantenía, curiosamente, a mitad del camino, aceptando sólo a medias las novedades de la versión «mixta» del hijo27.
Por otra parte, en días sucesivos, pudimos comprobar que el romance de Belerma, nunca recogido por las varias generaciones de colectores de romances que visitaron el occidente de Asturias y el N.O. de León desde 1860 (en que Amador de los Ríos reunió las primeras muestras de romances en el extremo occidental de Asturias28), no era una exclusiva de la familia del señor Anselmo, ni de los antiguos vecinos de Corralín, era también conocida por varios cantores de Tablado, donde obtuvimos versión y media29, a pesar de que el hermano de la mejor cantora de ese romance (según informes de los que de ella lo habían aprendido y escuchado), Alicia del Rumbón, nos dio en dos ocasiones con la puerta en las narices cuando intentábamos recoger el saber romancístico de su hermana30. Curiosamente, en la versión de Tablado los versos:
Le sacara el corazón por la más chiquita llaga,
se lo llevara al castillo donde la Guelerma estaba
constituyen una secuencia independiente y no tan sólo una parte de las instrucciones del moribundo, como en las otras versiones, evidenciando, así, que la tradición de las aldeas «conqueiras», dentro de la relativa uniformidad con que mantienen la historia del envío del corazón a Belerma, ha seguido estando abierta a la variabilidad creativa que caracteriza a la transmisión oral.
[Últimamente, la tradicionalidad del romance en este rincón occidental de Asturias (las aldeas conqueiras) ha sido ampliamente confirmada por las encuestas realizadas en 1991 por Jesús Suárez López, quien en su tesis doctoral «Una nueva colección de romances asturianos de tradición oral (1897-1992)», 3 vols., Universidad de Oviedo, 1995, ha editado, aparte de una nueva realización cantada de la versión de Domingo «Santos» (esto es, García), cinco versiones, dos fragmentos y un incipit inéditos. Las versiones proceden de El Bao: Ramira Sal Rodríguez, 83 a.; Sisterna: Belarmina Sal González, 83 a., y Manuela Rodríguez Gavela, 81 a., y Tablado: hermanas Araceli y Matilde González González, c. 60 a. y c. 45 a. (entrevistadas en Cerredo). Los fragmentos (Basilisa González Menéndez, 90 a., y María Gayolas, 60 a.) y el incipit (Adela González, 78 a.) son también de Tablado (recogidos respectivamente en Sisterna, Tablado y Cerredo). Cada versión ofrece sus particularidades; pero, básicamente, todas ellas reflejan un texto, mejor o peor recordado, muy similar al que ya conocíamos. Aparte de variantes, como «al pie de una verde faya», «no lo podía (~ pudo) conocer», «se (~ y se) bajara (~ bajó ~ baja) del caballo», «y le quitara las cintas las cintas de la elada», los nuevos textos tienen el interés de desconocer todos ellos el verso «con un fusilín al hombro como aquel que va de caza» y darnos a conocer, a través de más o menos versiones, algún verso nuevo de vieja prosapia. Así, el caballero que yace en el suelo declara antes de hacer su encargo:
Tengo trescientas heridas que me traspasan el alma
(o «Tengo la muerte conmigo que el corazón me traspasa», o «Tengo la muerte en el cuerpo, nadie me la quitara») y, luego, al ordenar a su primo que le saque el corazón, le advierte que aguarde a verlo muerto:
Cuando mi cuerpo esté muerto y mi corazón sí[á] en sin alma
(o «Te esperas aquí un momento, cuando mi cuerpo finara»). En fin, Montesinos, tras cumplir la dolorosa «manda» y sacarle el corazón,
lo envolvió en un pañuelo y se lo llevó pa casa.]*
Diego Catalán. Arte poética del Romancero oral II. Memoria, invención, artificio.
10 En 1977 el «Seminario Menéndez Pidal» puso en práctica un nuevo método de encuesta que pretendía combinar la exploración extensiva de la tradición oral, recorriendo en pocos días una multiplicidad de pueblos y aldeas, con la intensiva, gracias al empleo de manuales de encuesta que hicieran posible penetrar en las capas más profundas de la tradición de cada lugar. Los resultados fueron espléndidos (véanse D. Catalán, «El romancero de tradición oral en el último cuarto del siglo XX», en El romancero hoy, 1: Nuevas fronteras, ed. A. Sánchez Romeralo et al., Madrid: Seminario Menéndez Pidal, 1979, pp. 217-256, en especial 242-256, y F. Salazar y A. Valenciano, «Arte nuevo de recolección de romances tradicionales», en Voces nuevas del romancero castellano-leonés [AIER 1 y 2], ed. S. H. Petersen, Madrid: Seminario Menéndez Pidal, 1982, pp. LXI-LXXXII y los textos que a continuación allí se publican). Desde entonces el «Seminario Menéndez Pidal» organizó anualmente (hasta 1985) una o varias encuestas colectivas en que participaban numerosos investigadores (distribuidos en equipos de composición variable formados por tres o cuatro personas). En 1980, 1981, 1982 y 1985 las encuestas fueron precedidas de un «Cursillo Intensivo Teórico-práctico sobre la Investigación del Romancero Oral» (esos cursillos fueron celebrados en Segovia, los tres primeros, y en León, el último). Estas encuestas han multiplicado varias veces el caudal de los romances recogidos con anterioridad en la tradición oral de cada una de las regiones nuevamente exploradas.
11 Véase A. del Llano Roza de Ampudia, «La tixileira. Dialecto jergal asturiano», artículo publicado inicialmente en el Boletín del Centro de Estudios Asturianos (Oviedo), núm. 1 (1924), y reproducido en folleto aparte.
12 El habla de las cuatro aldeas atrajo ya la atención de R. Menéndez Pidal en su encuesta dialectológica por el Occidente de Asturias de 1910. Visitó aquellos lugares y tomó notas sobre sus peculiaridades lingüísticas los días 28 y 29 de julio (las notas pidalinas se publicarán, algún día, en el libro Isoglosas del asturiano que el «Seminario Menéndez Pidal» tiene en preparación). Más tarde, reunieron nuevos datos L. Rodríguez Castellano en 1932 (cfr. Aspectos del bable occidental, Oviedo: IDEA, 1954), M. Menéndez García, «Cruce de dialectos en el habla de Sisterna (Asturias)», RTyTP, 6 (1950), 355-402, y J. A. Fernández, El habla de Sisterna, Anejo LXXIV de la RFE, Madrid: CSIC, 1960.
13 D. Catalán, «El asturiano occidental», Romance Philology, 10 (1956-1957), 71-92, y 11 (1957-1958), 120-158. Reed. en D. Catalán, Las lenguas circunvecinas del castellano, Madrid: Paraninfo, 1989, pp. 29-98.
14 En 1980 no llegué a acercarme a la aldea abandonada; pero el tabernero de Sisterna, natural de Corralín, me habló de cómo salieron de ella las últimas familias. No eran sino 14 vecinos. En 1982 volví, acompañado de algunos de mis hijos, a Sisterna y, en esa ocasión, cruzamos el profundo valle y visitamos las ruinas de Corralín. Sólo quedaba en pie la ermita, con los santos abandonados y los restos de las últimas velas que, enhiestas en botellas vacías, dejaron ardiendo los emigrantes al partir. Las casas, quemadas por sus antiguos vecinos, estaban ya engullidas por la naturaleza vegetal.
15 Sigue así: «— Detenme ese moro, mi hija, deténmelo en palabra. / — Yo de amores, yo, mi padre, yo de amores no sei nada. / — Tú de amores, tú, mi hija, tú de amores tas cercana. / — ¿Quién es ese caballero que pasa y no me habla? / — Siete años hay, señorita, que po’ usted no corto barba. / — Otros tantos, cabaflero, que po’ usted no me peinaba. / — ¿De qué es ese ruido que por los palacios anda? — Son los criados de mi padre que manejan bien las armas. — ¿De qué es ese ruido que por la cuadra andaba? / — Son caballos de mi padre que rinchan por la cebada. / ¿Y qué trae el caballero pa regalar a la dama? / — Yo traigo un anillo de oro en la punta de mi lanza, / el hombre que lo tuviera nunca moriría en campaña, / la mujer que lo tuviera nunca moriría encentada. / —Anda, moro, anda, moro, non digas que te soy falsa, / que el traidor del rey mi padre ya enseñara y acavara. / —Poco me importa a mí que enseñara y acavara, / que no hay caballo ni yegua que alcance a mi yegua baya / no siendo un potrenzuelo que he perdido en la montaña. / — Ese potrenzuelo, moro, mi padre le da cebada—. / Daba voces al barquero que le prepare la barca. / El barquero, como es amigo, muy pronto se la prepara. / Donde la yegua saca el pie, el potro mete la pata. / —¡Malas las hayan los hijos que a sus padres les maltratan! / — ¡Malas las hayan los padres que por sus hijos no aguardan! / — Yo no entiendo la muerte, aunque la veo cercana, / yo siento a [la] mi yegua que me queda en tierra extraña. / — Si el potro come pan blanco, la yegua come cebada—. / Y lo derriba en el suelo de la primera estocada». Es muy hermana de la que, al otro lado de los montes, dijo en julio de 1916 el mendigo de Guímara Santiago Cerecedo Ramón, de 73 años (recogida por E. Martínez Torner) y de la que habíamos oído en Trascastro J.A. Cid y yo en boca de David Ramón, de 69 años, en 1977.
16 J. A. Cid, «Recolección moderna y teoría de la transmisión oral: El traidor Marquillos, cuatro siglos de vida latente», en El romancero hoy: Nuevas fronteras, Madrid: Seminario Menéndez Pidal, 1979, pp. 281-359.
17 Grabada el 19 de noviembre de 1984 en una cinta titulada «Los magos de Chipude. Chácaras y tambores de La Gomera», producida por Martha Ellen Davis, actuando como coordinador Isidro Ortiz Mendoza (distribuida por Sonolevante S. L.). La versión se halla cantada, con acompañamiento de tambor, dos veces por Ruperto Chineda de Chipude, en la isla de La Gomera (Canarias), la primera con el «responder» tradicional «Verde montaña florida / el verte me da alegría», la segunda con un «responder» propagandístico.-Debo el conocimiento de la cinta a su productora, la antropóloga norteamericana Martha Davis. En febrero de 1985, acompañado de Flor Salazar (y de un grupo de antiguos alumnos de la Universidad de La Laguna que celebraban el 25 aniversario de su fin de carrera), entrevistamos de nuevo a Ruperto Chineda, mientras araba en un cerro con su burro y un arado romano, después de localizarlo mediante el empleo del silbo gomero por parte de nuestro acompañante, el taxista Isidro Ortiz.
18 P. Ferré, com a colaboração de V. Anastácio, J. J. Dias Marques y A. M. Martins, Romances tradicionais, Funchal: Câmara Municipal, 1982, romances núms. 3-7.
19 La de Lanzarote, recogida por Francisco Romero y Ramón Pons en 1974 de una informante de Beas de Segura (Jaén), entrevistada en Segorbe (Castellón), cfr. El romancero hoy: Nuevas fronteras, pp. 229-232; la de «Miraba de Campoviejo» recogida por Luis Suárez Ávila en 1987 de un gitano de El Puerto de Santa María, Luis Suárez La O, a. «Pañete», y publicada en la «Addenda» a su espléndida ponencia «El romancero de los gitanos bajoandaluces. Del romancero a las tonas», en Dos siglos de flamenco. Actas de la Conferencia Internacional. Jerez, 21-25 junio 88, Jerez: Fundación Andaluza de Flamenco, 1989, pp.29-129: 104.
20 Cifr. Diego Catalán «Introducción» a L. Díaz Viana, La tradición oral castellana (Recopilación y estudios, Valladolid: Centro Castellano de Estudios Folklóricos, 1981, pp. 5-7.
21 Hoy tendría que decir «dependía», pues ya en el verano de 1982, cuando volví a El Bao, me entere, con dolor, de la muerte del señor Anselmo.
22 Cuando en el verano de 1982 volví a pasar por El Bao, en compañía de varios de mis hijos, Benigna estaba acompañada por una de sus hijas, una hermosa y atractiva muchacha. No conseguí que en esa circunstancia la hija quisiera también cantar; pero, en el curso del diálogo, dio muestras de conocer el repertorio tradicional local, distinguiéndolo de los romances ciudadanos que «cualquiera» podía saber en Oviedo. [Algunos años después, en 1985, «L’andecha Folclor d’Uvieu» grabó a Domingo García (entonces de 66 a.) la versión cantada de nuestro romance y esa grabación puede hoy oírse en la colección, editada por J. M. Fraile, Romancero panhispánico. Antología sonora, Salamanca: Diputación de Salamanca y Junta de Castilla y León, 1991, grab. B.b.7.]
23 Como tiende a ocurrir con el Romancero sefardí transportado a América. Cfr. A. W. Hamos, «La crisis de la tradición romancística sefardí en los Estados Unidos: Una documentación analítica», en De balada y lírica, 2. Tercer Coloquio Internacional del Romancero [ed. D. Catalán et al., Madrid: Fundación Ramón Menéndez Pidal y Universidad Complutense de Madrid, 1994, pp. 249-254].
24 Como ocurre en la generalidad de las versiones del tipo astur-galaico, comienza con un episodio previo de origen extraño al tema de la muerte del príncipe don Juan: «Allá arriba en aquel alto una viuda habitaba / en compañía de una hija, Teresina se llamaba / y el que la pretendiera era Príncipe de España. / Pasan tiempos, vienen tiempos, Teresina embarazada. / Don Diego, de que lo supo, empezó a comendarla: / — ¡El fuego te queme, niña, y al fuego seas quemada!— / Y el Príncipe, que lo supo, cayó muy malito en cama»; y el diálogo entre el Príncipe desahuciado y su padre consta de las siguientes palabras: «—¡Qué poco duras, mi hijo, qué poco duras, mi alma, / que poco duras, mi hijo, siendo el Príncipe de España! / — Bastante duro, mi padre, hasta que Dios lo mandara. / Ahí queda Teresina, Teresina embarazada, / ella si trae un varón, será el Príncipe de España / y ella si trae una hembra, será monja en Santa Clara.—». Finalmente, la escena del diálogo entre el Príncipe y su amada se remata con la oferta: «—Aquí te traigo tres peras, tres peras y una manzana; / si te atreves a comerlas, te las doy de buena gana. / — Yo comerlas, sí por cierto, basta que me lo mandaras.— / Y terminando la pera y empezando la manzana, / ’tando empezando la pera, el alma se le arrancaba. / Don Pedro murió a la noche, Teresina a la mañana. / Y aquí se acaba la historia de dos amantes del alma / y aquí se acaba la historia y aquí se acabó y se acaba».
25 Que comienza igualmente: «Por las calles de Madrid una viuda habitaba, / esa tal tenía una hija Teresina se llamaba, / y el que la pretendía era Príncipe de España. / Su madre des(de) que lo supo, empezó a encomendarla: / —¡Mal fuego te queme, niña, y en el fuego seas quemada, / que por una mala noche dejaste de ser casada!— / Bien lo había oído don Pedro que en altos balcones estaba. / — Calle, la mi suegra, calle, no se halle incomodada, / Teresina, Teresina conmigo ha de ser casada.— / Estando en estas palabras, don Pedro cayó en la cama...»; que incluye los mismos diálogos entre el Príncipe y su padre y entre el Príncipe y su amada y que remata el romance diciendo también: «y estando en estas palabras, el alma se le arrancaba / Don Pedro murió a la noche, Teresina a la mañana. / Aquí se acabó la historia, aquí se acabó y se acaba, / aquí se acabó la historia de los amantes del alma». Versión dicha por Luisa Rodríguez, de 24 años.
26 Aunque en su conjunto la versión de Domingo es muy similar a la de su hermana (y a la de Luisa Rodríguez, dicha 59 años antes), se aparta de ella en la incorporación al diálogo entre el Príncipe y su padre de un motivo nuevo: «—Padre, de lo que ’o le di, padre, no le quite nada, / no siendo un anillo de oro que ’o le di de enamorada. / — Se tú le diste un de oro, yo le daré un de plata», y en la presencia de un episodio adicional después de la muerte de los dos «amantes»: «y le abrieron el vientre y un niño lindo le sacan. / Los echan los tres juntos en un ataúd de plata». Ambas novedades proceden de otro tipo del romance (el «Castellano-leonés»), difundido por Tierra de Campos, desde donde está penetrando en la montaña leonesa.
27 Anselmo recordó, fuera de contexto, el verso: «y de lo que ’o le ha dado, padre, no le quite nada», y remató el romance contando, como su hijo: «y dentro ’e su cuerpo lindo un niño le sacan, / y meten a los dos juntos en un atazud de plata».
28 Guiado por prejuicios románticos, José Amador de los Ríos retocó malamente las versiones de su colección, y esos textos retocados son los que utilizó en sus publicaciones sobre el Romancero y los que transmitió a Juan Menéndez Pidal, quien incluyó varias de las versiones de Amador en su colección de romances asturianos. Afortunadamente, los originales con las lecciones auténticas se conservan en el «Archivo Menéndez Pidal», gracias a que Rodrigo Amador de los Ríos los entregó a Ramón Menéndez Pidal en noviembre de 1906.
29 «Caminaba Montesinos por una verde montaña; / alcontrara un hombre muerto al pie de una verde faya, / No le pudió conocer, por mucho que lo repara. /[...] [...]/Le sacara el corazón por la más chiquita llaga, / se lo llevara al castillo donde la Guelerma estaba». Versión de Tablado, dicha por Elena Ramos, 48 años. Recogida por Diego Catalán, María Luz García Parra, Ana María Martins y Eduardo Siverino, el 30 de junio de 1980.
30 Un nuevo intento, en el verano de 1982, de entrevistar a la señora Alicia tropezó con la misma actitud negativa de la familia. La hostilidad se nutría, en parte, del resentimiento de su hermano respecto a cierto periodista que le había interrogado tiempo atrás sobre la jerga de los conqueiros y que había utilizado la entrevista para publicar un reportaje que desagradó profundamente al informante. En un principio, el hermano se empeñaba en identificarme con ese periodista. Pero la negativa se fundamentaba, además, en otras razones que nos hizo ver la propia hija de la señora Alicia: consideraba el saber tradicional de su madre como una herencia personal a la que las demás gentes no tenían por qué tener acceso a través de la escritura y nos aseguró que ese saber jamás se perdería, pues de ella lo recibirían sus hijas, como ella lo recibía de su madre y su madre lo había recibido de la suya. Tuve que respetar su concepto de la tradición como un bien patrimonial y no me atreví a desvalorar su herencia familiar recitando ante los hermanos «Rumbón» el «romance del Cid» (que, según ellos recordaban, iba yo buscando en 1980), esto es El moro que reta a Valencia y al Cid, tal como lo conocía yo de acuerdo con la versión recogida de boca de Anselmo García en El Bao (véase atrás, n. 15) y de otras análogas oídas en la comarca de La Fornela, en 1977, 1979 y 1980, que, sin duda, son muy hermanas, todas ellas, de la que sabía la señora Alicia.
* [Los textos recogidos por Suárez se hallan ya impresos en Silva asturiana VI: Nueva colección de romances (1987-1994), Oviedo-Madrid, 1997, pp. 115-118].
CAPÍTULOS ANTERIORES:
NOTA INTRODUCTORIA
* 1.- NOTA INTRODUCTORIA. MEMORIA, INVENCIÓN, ARTIFICIO
* 2.- 1. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA MOMIFICADO
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