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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

5. EL ROMANCERO ¿AÚN VIVE?, 1973-1975.


5. EL ROMANCERO ¿AÚN VIVE?, 1973-1975. VIII EL ARCHIVO DEL ROMANCERO RENACE COMO PATRIMONIO CULTURAL DE INTERÉS MUNDIAL.

      El encuentro entre investigadores de áreas distintas del Romancero, propiciado por el "Pri­mer coloquio internacional" de 1971, tuvo como consecuencia lateral reactivar la labor de exploración del Romancero oral en la Península Ibérica, que el Seminario Menéndez Pidal había dejado morir por haber dado prioridad a la publicación de los ingentes materiales ya reunidos. La experiencia recolectora en la sub-tradición sefardí, de S. G. Armistead, J. H. Silverman e I. J. Katz, y en la sub-tradición portuguesa, por J. B. Purcell 77, constituían un nuevo modelo para la investigación de campo. Las posibilidades de recoger textos y músicas con las nuevas graba­doras manuales que la industria electrónica había colocado en el mercado y que venían siendo eficazmente utilizadas por los citados investigadores norteamericanos invitaba a reformular los métodos de encuesta que en tiempos pasados habían permitido reunir el conjunto de los textos del "Archivo del Romancero Menéndez Pidal / Goyri".
      En consecuencia, con ocasión del "Coloquio" de 1971 (publicado en 1973) me decidí a "insi­nuar" lo que debiera ser un proyecto prioritario en el campo del Romancero tradicional español:

    "Debemos organizar su sistemática recolección en un futuro inmediato (...). La nueva re­colección debe hacerse con métodos y aparatos modernos, en una forma similar a como tra­bajan los profesores Armistead, Silverman y Katz sobre el Romancero sefardí emigrado a Is­rael y los Estados Unidos, o como ha trabajado últimamente la señora Purcell en las Islas Portuguesas (...). Es preciso seguir el ejemplo de aquellos países que, como Rumania, tratan de simultanear la transformación social y, por otro lado, cultural del país, con una recolección «total» de su folklore, de su cultura tradicional amenazada de extinción. En la España de hoy, si hay en curso alguna revolución, es claro que ésta afecta especialmente a las masas rurales, cuya vida tradicional está dejando paso a otra vida nueva de raíces no campesinas. En tal co­yuntura, esta obligación de que hablamos se hace perentoria (...). Creo que la exploración del Romancero en España nos deparará sorpresas extraordinarias. Pero no hay tiempo que per­der. Es preciso que la recolección se lleve a cabo antes de que esos campesinos, que hoy se sientan delante de un televisor escuchando pasivamente una música ciudadana, olviden su vieja y noble cultura musical, antes de que el impacto repetido de los nuevos ritmos mate su añoranza por la música que oyeron junto a la lumbre del hogar en las noches de invierno o como acompañamiento de las faenas del campo o de la casa"78.

      Pero mi esperanza de que la tradición romancística heredada siguiera aún viva en España, como entre los emigrantes sefardíes y portugueses o los habitantes de las Islas Atlánticas, era sólo una hipótesis: ¿habría podido sobrevivir el Romancero español al impacto de la "revolución del campo" que, propiciada por la emigración masiva del campesinado durante los últimos decenios a las ciudades industriales españolas y al extranjero, había acabado con una multisecular forma de vida? El "Seminario Menéndez Pidal" no estaba, por entonces, en condiciones de responder a esta pregunta:

    "El fin de las excursiones romancísticas de Galmés y mías, en los años 50 [recordaría yo en 197779], coincide con el comienzo de una importante empresa, la publicación del Romance­ro tradicional de las lenguas hispánicas de R. Menéndez Pidal y M. Goyri por el Seminario Menéndez Pidal. La publicación exhaustiva de textos —viejos y nuevos— del romancero, que en él se acometía, es una tarea tan apabullante para el pequeño equipo de investigadores con que la Cátedra-Seminario Menéndez Pidal ha podido contar, que no puede extrañar que, duran­te varios decenios, volviésemos provisionalmente la espalda a la tradición oral en cuanto fuen­te inagotable de nuevas versiones".

Era preciso regresar al campo para poder determinar si el Romancero "aún vive" y qué sorpre­sas podía aún deparar la recogida de romances en tierras de España antes de que "la secular­mente «moribunda» tradición romancística"80 se encontrase "muriendo de veras, víctima de los golpes fatales que asesta( )n la emigración, de una parte, y la pantalla televisiva, de otra".
      Diversas experiencias puntuales de exploración de la tradición oral española realizadas en 1973, 1974 y 1975, proporcionaron, por entonces, respecto a esta incógnita, datos en aparien­cia contradictorios: de una parte, era evidente que la vida rural estaba profundamente alterada por los factores señalados; pero, a la vez, en cuanto al romancero se refería, pese a la decadencia de la tradición, se producían preciosos hallazgos inesperados. El 17 y 18 de Marzo de 1973, Je­sús Antonio Cid, que había empezado a trabajar sobre el Romancero en el "Archivo Menéndez Pidal / Goyri"81, realizó, de improviso, una excursión a Extremadura, que, al planearla pocos días antes (el 10-III-1973), me había anunciado en los siguientes términos:

    "El jueves próximo iré con don Julio Caro Baroja a Garganta la Olla. Él va a estudiar y ha­cer dibujos en relación con la vivienda rural, yo le ayudaré algo en el estudio que va a conti­nuar sobre la diosa del mito que está en la base de la Serrana y, por mi cuenta, intentaré hacer algo de recolección de romances, aunque no me hago muchas ilusiones por la inexperiencia y el poco éxito que tuve hace algún año en Galicia y Guadalajara (...)";

pese a esta desconfianza en sus dotes de colector, lo recogido por Cid en aquella visita a Gar­ganta de la Olla (Cáceres) dejó ver que el romancero extremeño no parecía estar abocado a una próxima extinción 82
      En Diciembre de aquel año, estando impartiendo los cursos graduados, arriba descritos, del programa de la Universidad de California en conjunción con el "Seminario Menéndez Pidal"83, aproveché un fin de semana para trasladarme con los estudiantes y con algunos colegas intere­sados en la experiencia (Antonio Sánchez Romeralo, Elena Romero y Antonio Cid) al Maes­trazgo (Teruel y Castellón), a ensayar una especie de seminario-encuesta. La rápida excursión (medio turística, medio educativa) me permitió entonces constatar:

    "Fuera del lugar de Pitarque, en donde la existencia próxima, hasta hacía poco, de unas fá­bricas de hilaturas y de tejidos había favorecido la creación de un acervo tradicional común entre los trabajadores, los pueblos y aldeas visitados nos ofrecieron una tradición muy decaí­da y una vida comunal fuertemente minada por la emigración masiva de hombres y mujeres en edad de trabajar";

no obstante, la experiencia colectora produjo alguna versión curiosa, como la del romance del Conde Niño complementado con La enamorada de un muerto de Cantavieja (Teruel), en que es San Lorenzo el galán que corteja a la doncella y de quien, una vez muerto por la madre, ella tra­ta de guardar, como prenda de amor, la cabeza; versión en que, por muy santo que fuera el de­gollado, la reliquia se descompone, ante la perplejidad de la enamorada, según ocurría en las ver­siones del tema no absorbidas por el romancero sacro:

Y ella cogió la cabeza    y a un arca la fue a echar.
Y al otro día ’e mañana    la cabeza fue a mirar:
los ojos se le sumían,     la cabeza se le hacía mal.
—Si se lo digo a mis padres,     mis padres me matarán;
si se lo digo a mis tíos,     mis tíos lo callarán (...)84.

La excursión fue, por otra parte, productiva como consecuencia de su carácter didáctico. Varios de los participantes en la encuesta trataron posteriormente de repetir, por su cuenta, la expe­riencia recolectora.
      En efecto, uno de los estudiantes del curso, Francisco Romero, realizó seguidamente varias pe­queñas encuestas, cuyos resultados remitió al "Archivo del Romancero Menéndez Pidal / Goyri". En una de ellas, en Abril de 1974, tuvo la fortuna de recoger un romance de extraordinaria rare­za en Segorbe (Castellón), de boca de una mujer, de 84 años, procedente de Beas de Segura (Jaén)85: se trataba de la segunda versión peninsular conocida del romance de Lanzarote y el cier­vo del pie blanco, comentado métricamente en el s. XV por Nebrija, del cual, fuera de Canarias, sólo se había recogido en el pasado otro texto también andaluz. Como la versión turolense del Con­de Niño + La enamorada de un muerto, este romance artúrico había adquirido carácter sacro:

Sale Jesú el Nazareno     con la espada enguarnecida,
s’ha encontrado un ermitaño     y estas palabras decía:
—Dime aónde está ese ciervo,     ese ciervo ’e la guarida.
—Esta mañana lo he visto,     tres horas antes del día,
comiendo manos de hombre    y otra cosa no tenía (...).

      Por otra parte, Antonio Sánchez Romeralo, en el mes de Mayo de 1975, viajó por unos días al valle de la Alcudia (Ciudad Real) con la intención de seguir las huellas de "la loba parda", so­bre cuya muerte cantan los pastores de toda España un romance que, según ya dije, don Anto­nio estaba publicando, a invitación mía, en el volumen del Romancero tradicional de las lenguas hispánicas titulado Romancero rústico86; y allí, en los "quintos" del Valle, recogió versiones de La loba parda entre pastores trashumantes de diversas comarcas. No dejó, sin embargo, de observar factores negativos para la pervivencia del Romancero:

    "El Valle de Alcudia, un valle ancho y dilatado, es todo él rico pastizal, dividido en quin­tos, cada uno con su caserío y sus corralizas, muchos de los cuales se alquilan a pastores del Norte que vienen a pasar la invernada. El invierno es largo y es duro pasarlo en soledad. An­tes, los pastores dependían más los unos de los otros, para conversar, y, en las fiestas, para ale­grarse en común, y las reuniones conducían de modo natural a la transmisión de la tradición oral (cuento, canción, romance...). Ahora la televisión, que vimos en casi todos los quintos que visitamos (en forma de aparatos de pilas, porque hay muchos quintos aislados, fuera de las redes de conducción eléctrica), hace que los pastores vivan más encerrados en sus caseríos y aislados entre sí. La cuestión es saber cuánto durará la fascinación de la televisión, y si, cuan­do ella pase, retornarán las costumbres de antaño"87.

      Aquel mismo año de 1975, Antonio Cid indujo a un grupo de estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid a realizar (para la profesora Alicia Redondo) un trabajo de recogida de material folklórico con especial atención al Romancero y los instruyó someramente sobre cómo realizar la encuesta. Los romances reunidos en comarcas varias por los estudiantes fueron trans­mitidos después por Cid al "Archivo del Romancero Menéndez Pidal / Goyri"88; su sorpresa fue extraordinaria cuando, entre los materiales procedentes de la Maragatería coleccionados por Juan Antonio Sánchez Belén y Dimas Navarro halló una espléndida versión de Marquillos, di­cha, el 21 de Marzo de 1975, por una mujer de 84 años, en Val de San Lorenzo89, romance que, hasta entonces, sólo parecía haber sobrevivido en rincones de la tradición catalana (en Alguer, el enclave catalán de la isla de Cerdeña, en Formentera, en Ibiza, y en el lugar de Sora, Barcelo­na), y contaminando a otro romance, en una versión judeo-española de Oriente:

El traidor era Marquitos, todos le llaman traidor:
por dormir con su señora, ha matado a su señor.
—Abre puertas, Catalina, ábrelas, mi lindo amor.—
(................................      ..............................)
Catalina, como diestra, sus puertas trancó mejor;
Marquitos, como valiente, al suelo se las tiró.
(................................     ................................)
La mandara hacer la cama,     y él con ella se acostó.
S’otro día por la mañana     Catalina madrugó:
—Subiráste en aquel alto,     en aquel alto corredor
y allí verás tus criados     si trabajaban o no;
allí verás la truchita    cómo llamaba al salmón
y allí verás la paloma    cómo llama al perdigón.
— Catalina, como diestra,     a la mar honda lo tiró.
(............................    ..............................)
A cabo de nueve meses,     ya Catalina parió.
(.............................    .......................)
S’otro día a la mañana    subió al alto corredor,
allí cogiera su niño    y a la mar honda lo tiró.
—Ahí vaigas tú, mi hijo,     vaigas con mi bendición;
no quiero que quede casta    de aquel gran falso traidor.90

      El hallazgo fortuito, en 1974 y 1975, por encuestadores noveles, de unas "joyas" romancísticas como las versiones de Lanzarote y el ciervo del pie blanco y Marquillos, considerado en el con­texto sociológico de ruina generalizada de las "costumbres de antaño" observable en las más di­versas regiones del campo español, hacía posible pensar, de una parte, que aún estaban al alcance de los investigadores del Romancero oral otras "joyas" de similar valor cuya desaparición era in­minente, y, a la vez, que el riesgo de dejar para mañana la recolección sistemática propuesta en el Primer coloquio del Romancero era enorme. Pero hubo que esperar a la maduración de la "co­nexión americana" para que el "Seminario Menéndez Pidal" pudiera iniciar ese proyecto.
      También por entonces, durante mi estancia en España en el curso 1973-74, hice un descubri­miento acerca de la pervivencia del Romancero en la tradición oral que abría nuevas perspectivas a la investigación: al escuchar cantar a Antonio Mairena, en La gran historia del cante gitano-anda­luz, una versión del romance de El conde Sol (= La condesita) 91, comprobé que no había sido, se­gún todos creíamos, una superchería de Estébanez Calderón, "El Solitario", la reconstrucción que hizo (en una de sus Escenas andaluzas) del ambiente en que, entre la gitanería de Triana, decía ha­ber oído cantar ese romance. En efecto, el texto grabado a Mairena en un disco de "Columbia" no se basaba en la versión que, revestida de ropaje retórico romántico, fue publicada en el siglo XIX, sino en la que en verdad oyó cantar "El Solitario" al gitano apodado "El Planeta" por los años de 1824 ó 1838, versión que, con escasas variantes, evidentemente permanecía aún viva en la tradi­ción de los Puertos siglo y medio más tarde, habiendo sido transmitida de generación en genera­ción por los cantores de corridos y alboreas hasta llegar al conocimiento de Mairena92. ¡La existen­cia de un «romancero gitano» era, pues, una realidad, al margen de su leyenda literaria!

Diego Catalán: "El archivo del Romancero, patrimonio de la humanidad. Historia documentada de un siglo de historia" (2001)

NOTAS

77 Acerca de las cuales informaron en el propio co­loquio J. H. Silverman, "Hacia un gran Romancero sefardí", y J. B. Purcell, "Sobre o Romanceiro portu­guês: Continental, insular e trasatlântico", pp. 31-38 y 85-94, respectivamente, de El Romancero en la tra­dición oral moderna (1973).

78 D. Catalán, "El Archivo Menéndez Pidal y la exploración del Romancero castellano, catalán y galle­go", en El Romancero en la tradición oral moderna (1973), pp. 85-94: pp. 92-94.

79 D. Catalán, "El romancero de tradición oral en el último cuarto del siglo XX", en El Romancero hoy: Nuevas fronteras (1979), pp. 217-256: p. 226.

80 En esta frase hacía yo referencia a la observación con que A. Sánchez Romeralo había abierto en 1977 un nuevo Simposio sobre el Romancero. Sánchez Ro­meralo, después de recordar que, desde los comienzos de la recolección moderna del romancero se daba por casi extinta la tradición, decidió parodiar la famosa ré­plica de don Juan Tenorio a don Luis Mejía subra­yando: "Ante tan antiguos y repetidos lamentos, uno se siente tentado a decirle a los lamentadores: Los muertos que vos matáis / gozan de buena salud". No obstante, a continuación, hubo de admitir, con me­nos optimismo: "Sin embargo, es indudable que la sa­lud de la tradición oral no es buena (...)" (véase El Ro­mancero hoy: Nuevas fronteras, 1979, p. 16).

81  El 2-II-1973 Cid me escribió a California expli­cándome las razones que tenía para querer trabajar en el "Romancero Menéndez Pidal": "Mientras fui pro­fesor en el «Estudio» oí algunas veces a su madre dolerse del poco interés oficial en el Romancero Me­néndez Pidal; ahora, a la vuelta del Sahara, he habla­do con ella y con el profesor Lapesa sobre si había po­sibilidad de trabajar o colaborar de alguna manera en el Seminario, ambos me han respondido afirmativa­mente (...), pero D. Rafael me sugirió que me diri­giera a Vd. personalmente. / Al volver del servicio militar me encontré con todos los cursos empezados (...). Por ello (...) podría aplicarme con bastante de­dicación —que podría ser total— a los trabajos del Romancero, durante el plazo que fuera conveniente. Jimena me habló de una posible subvención en trá­mite para los trabajos del Seminario, pero el interés que tengo está al margen y me gustaría trabajar aun sin remuneración ninguna".

82 J. A. Cid, "Romances en Garganta la Olla (Ma­teriales y notas de excursión)", RDyTP, XXX (1974), 467-527.

83  En el contexto de un curso de doctorado, con validez simultánea en la Universidad de Madrid y en la University of California-San Diego, sobre "Métodos de investigación y análisis sobre el Romancero".

84  D. Catalán, "El romancero de tradición oral en el último cuarto del siglo XX", en El Romancero hoy: Nuevas fronteras (1979), p. 227.

85 La informante se negó a decir su nombre. Sobre este hallazgo de Romero, véase lo que digo en el artí­culo citado de El Romancero hoy: Nuevas fronteras (1979), pp. 229-232.

86 RTLH, IX, Madrid: Seminario Menéndez Pidal, 1978. Con la colaboración de A. Valenciano y también de T. Lee y de A. M. Taylor, S. Martínez de Pinillos, A. Bora, P. Montero y A. Carreira.

87  "El Valle de Alcudia, encrucijada del Romance­ro", en El Romancero hoy: Nuevas fronteras (1979), pp. 267-279: p. 276.

88 Según apreciación de Cid, fueron "especialmente valiosas las colecciones reunidas por Miguel Naveros, en Almería, y por Elisa Martínez Garrido, en Santander y Ávila" (en El Romancero hoy: Nuevas fronteras, 1979, p. 299, n. 19).

89 Carolina Geijo Alonso había ya contribuido de joven, como informante privilegiada sobre tradiciones maragatas, al Cancionero leonés (Madrid: Proa, 1941) de Mariano Domínguez Berrueta.

90 Cid, que acudió prontamente a reentrevistar a Ca­rolina Geijo (y a su hija Dolores Fernández Geijo) el 7 de Setiembre de aquel mismo año, estudió las versio­nes, en el contexto de las restantes que del romance se conocen (tanto del s. XVI, como de los siglos XIX y XX), en "Recolección moderna y teoría de la transmi­sión oral: El traidor Marquillos, cuatro siglos de vida latente", artículo publicado en El Romancero hoy: Nue­vas fronteras (1979), pp. 283-359. En las pp. 236-239 de ese mismo volumen comento, por mi parte, el valor del texto tan inesperadamente descubierto. Espléndidas fotos de Carolina (y de su hermana Antonia) pueden verse entre las pp. 352 y 353 de la misma publicación.

91  "Columbia" MCE 814/816.

92 Algún tiempo después de hacer aquel "descubri­miento", recordé la impresión entonces recibida (en D. Catalán, "El romancero de tradición oral en el último cuarto del siglo XX" en El Romancero hoy, I: Nuevas fronteras, 1979, pp. 217-256: pp. 234-235), diciendo: "Cuál sería mi sorpresa al escuchar (...) en un disco de Antonio Mairena acompañado a la guitarra por Niño Ricardo y por   Melchor de Mairena, el canto del romance del Conde Sol entre soleares, siguiriyas, bulerías y tientos; y, lo más increíble, el oír que Mairena canta­ba una versión casi idéntica a la recogida por Estébanez Calderón en 1825, pero desprovista de los impertinen­tes retoques de «El Solitario» (...) ¡Mi reconstrucción en 1971 [en RTLH, III, pp. 219-220, num. V.245] de lo que debió oír en 1825 Estébanez resultaba plenamente confirmada!". Cuando escribí estas palabras, aún igno­raba cómo Mairena conoció el romance. En realidad, lo había recibido, no por tradición interna dentro de la comunidad gitana, sino a través de un "payo" estudio­so del Romancero: su versión procedía del repertorio romancístico del gitano Miguel Niño "El Bengala", a quien Luis Suárez Ávila se la había recogido en 1958, pero fue Luis Suárez quien se la facilitó a Antonio Mai­rena en 1966 y no "el Bengala" ni una gitana que "le cortó las uñas" como llegaría a afirmar.

LÁMINAS

Cubierta del catálogo, en tres volúmenes, elaborado por S. G. Armistead, sobre los fondos sefardíes del Ar­chivo del Romancero.

Portada de los volúmenes IV, V y VI de la serie "Fuentes para el estudio del Romancero, serie sefar­dí" (F.E.R.S.)





El Maestrazgo se había vaciado de hombres y mujeres en edad de trabajar. Emigrados a Europa, habían dejado en su tierra a los niños con los abuelos. Era un triste panorama el del campo. ¿Se oían en aquellos pueblos en ruina las últimas voces de una tradición en vías de extinción?.
Cantavieja, donde logramos recoger una versión del
Conde Niño con motivos adicionados de La enamo­rada de un muerto (Marzo 1973).

El hallazgo, poco menos que fortuito, en La Maragatería, el año 1975, del romance de Marquillos, "desaparecido" de la tradición castellana en el s. XVI, fue un aldabonazo en la labor del Semi­nario Menéndez Pidal: ¡La recolección de romances era más urgente e importante que la publicación de los materiales del Archivo!.
Carolina Geijo, can­tora de
Marquillos, laborando en la de­vanadora del telar familiar (foto Joa­quín Amestoy).

Carolina y Antonia Geijo, naturales de Val de San Lorenzo, Maragatería, León (foto Joaquín Amestoy).

Carolina Geijo y su hija Dolores Fernández Geijo en 1978 (foto Concepción Casado).

Versión de Marquillos cantada por Carolina Geijo en Marzo de 1975.

Pliego suelto del s. XVI (de la Biblioteca universitaria de Praga) en que se publicó Marquillos "un roman­ce muy antiguo".

La versión de El conde Sol (= La Condesita) que Estébanez Calderón decía haber oído cantar a “El Planeta" en 1824 ó 1838 sólo nos era conocida aderezada con las invenciones románticas de "El Solitario"y de Agustín Duran; pero en 1958 seguía cantándose en su forma auténtica por los gitanos de El  Puerto. En 1974 una antología del canto flamenco me puso en la pista, del auténtico "romancero gitano": ¡Gracias al canto de Antonio Mairena se me hizo patente que el "Baile en Triana" de Estébanez fue un suceso real! (y no así las supuestas tradiciones "moriscas" de la Serranía de Ronda).
Mairena aprendió los romances de una grabación hecha por Luis Suárez (en 1958) a "El Bengala", gitano de El Puerto que conocía
El conde Sol (= La condesita) y Gerineldo por tradición oral, libre de los aderezos románticos con que "El Solitario" y Agustín Duran los sirvieron en sus días.
Portada de
Baile en Triana donde se halla ambientado el canto de El conde Sol  por "El Planeta”  

Diseño gráfico:

La Garduña Ilustrada

 

 

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