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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

ENAMORADA DE UN MUERTO

ENAMORADA DE UN MUERTO

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ENAMORADA DE UN MUERTO

a)

En las huertas de mi padre
--herido me le he hallado.
Cosíle las sus heridas
--con la aguja del bordado,
y atéselas, bien atadas,
--con tocar de mi tocado.
Tres años lo tuve muerto
--en mi cámara encerrado.
Cada vez que le iba a ver
--parecía vivo y sano;
lavaba su blanco rostro
--con rosas y vino blanco,
le mudaba la camisa
-- todos los viernes del año.
Van días y vienen días,
-- la carne se iba dañando.
Un día, por mi desgracia,
--se le descoyuntó un brazo.
-¿A quién contaré mi mal?,
--¿a quién iré yo a contarlo?
Si se lo digo a mi madre,
--es mujer y lo dirá;
si se lo digo a mi padre,
--luego me manda matar;
¿si un tío, que tengo monje,
--me lo quisiera enterrar?
Se lo diré a mi tío,
--que sabe de bien y mal.-
-Tío mío, tío mío,
--un favor vengo a buscar:
tengo mis amores muertos,
--¿si me los quiere enterrar?
-Yo te los enterraré;
--tus ojos no han de llorar.

---- La narración en primera persona, la poética indeterminación de la identidad de ese “le” con el cual se presenta al muerto, que nunca llega a saberse si hace referencia a un hombre previamente conocido por la “enamorada” o si meramente convierte a un desconocido mortalmente herido en el destinatario del amor de la doncella, el cambio de asonante al pasar del monólogo narrativo a las palabras dirigidas al tío, son recursos poéticos, todos ellos, magníficamente gobernados, que inscriben al romance en la mejor tradición de los romances escena, de que tanto gustaron los ambientes cortesanos que, en el tránsito del siglo XV al XVI, sacaron a la luz el romancero oral venido de la Edad Media. Y, sin embargo, no hay la menor noticia del romance en los Siglos de Oro.
---- En el Romancero del siglo XX, que nos lo ha salvado del olvido, es, desde luego, un romance marginado. Sólo nos es conocida una versión de la tradición judeo-española. Fue recogida, hacia 1904, por José Benoliel, en Tánger. Pero nos basta, pues es espléndida. A ella se debe todo lo mejor de la aquí publicada. La tradición catalana lo conserva, en cambio, bien: figura ya en todas las colecciones impresas en el siglo XIX, y cuando, en 1970, por primera vez lo estudié, pude manejar y comentar otras 27 versiones, procedentes de las más varias regiones del Principado y de Mallorca. En Aragón, también ha subsistido, pero no como romance autónomo, sino interpolado en el de “El conde Niño” (o “Amor más poderoso que la muerte”); esa misma simbiosis se documenta también en Canarias. Que, en un tiempo pasado, el romance tuvo difusión en la tradición peninsular castellana nos lo asegura un romance “a lo divino”, recogido en Aliseda y Torrejoncillo (Cáceres), en que se adapta un pasaje de la “Enamorada de un muerto” para combinarlo con versos que contrahacen los de otro romance viejo: el del “Entierro de Fernand Arias”. Mediante la asociación de los dos temas que convergieron en un solo romance en Aragón y en Canarias, surgió una historia trágica, de argumento completo, recargada de sucesos, que no puede considerarse falta de unidad argumental, ni dramáticamente mal construida, según puede verse en la versión con que a continuación ejemplifico el resultado:

b)

-Melisenda, si durmieres,
-- si durmieres, despertad,
oirías a la sirena
-- cómo cantaba en el mar.
-No es la sirenita, madre,
-- que no tiene tal cantar;
es un rico mancebito
-- que a mí me viene a rondar.
-Si eso supiera yo, hija,
--le mandaría matar.-
-¡Escúchame, dama hermosa,
-- si me quieres escuchar,
veinticinco heridas tengo,
-- la que menos es mortal,
y otras tantas mi caballo,
-- desde la cincha al petral!-
Ya baja la dama hermosa
-- con su aguja de bordar,
ya baja la dama hermosa,
-- tendido lo vino a hallar.
Estándoselas cosiendo,
-- se le fuera a desmayar;
lo cogiera entre los brazos,
-- lo llevó bajo un rosal.
Allí lo viste y lo calza
-- como si hubiese de andar;
le lavaba la boquita
--con agua linda de azahar,
para que no oliese a muerto
-- cuando lo fuera a besar.
Un día grande de fiesta,
-- día de San Sebastián,
mudándolo de camisa,
-- se quiso descoyuntar.
-¡Ay, desgraciada de mí,
-- qué vida voy a llevar!
Si se lo digo a mi madre,
-- es cosa que lo dirá;
si se lo digo a mi padre,
--luego me manda matar.
Se lo diré a mi tío,
--dentro del Pilar está.
-Tío mío, tío mío,
--secretos os vengo a dar:
los amores se me han muerto,
--llevádmelos a enterrar.-
Al bajar de la escalera,
--un abrazo le fue a dar:
-Id con Dios, los mis amores,
--pronto os iré a visitar.-
A los tres y no cumplidos,
--la infantita muerta está.
A él lo entierran en la iglesia,
--a ella en gradas del altar.
De ella nació una azucena,
--de él un rico naranjal.
La reina, llena de envidia,
--luego lo mandó cortar;
como el tronco era verde,
--siempre volvió a rebrotar.

---- El romance de la “Enamorada de un muerto” tiene, por otra parte, el interés de haber sido fuente de una balada post-medieval en éuskara: “Goizian goizik”. Esta balada “histórica” narra la muerte de Pierre d’Irigaray, en Soule, el 8 de julio de 1633, en el día mismo de sus esponsales con Gabrielle de Lohitéguy; pero la tercera estrofa de la canción da al caso un giro novelesco y la cuarta lo transforma en legendario, al tomar claramente como modelo el romance castellano:

Zazpi urthez atxiki nuen senharra hillik khanberan,
--egunaz arrosapian eta gauaz bi besoen artean.
Zidroin urez garbitzen nuen astean egun batean,
--astean egun batean eta ortzirale-goizean.

Siete años tuve a mi marido muerto en la cámara,
--de día bajo un rosal, de noche entre mis brazos.
Con agua de limón le lavaba una vez por semana,
--una vez por semana, los viernes por la mañana.

Diego Catalán

Imagen: cuadro de Carl Spitzweg

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