DURANDARTE ENVÍA SU CORAZÓN A BELERMA
22 DURANDARTE ENVÍA SU CORAZÓN A BELERMA
Las campanas de París
estaban tocando al alba,
cuando el noble Montesinos
de noche entró en la batalla,
iba al pesque de Roldán,
ese señor de Loraña.
Por un reguero de sangre,
Montesinos se guiaba,
y encontrara un hombre muerto
al par de una verde haya.
No conoce al caballero
por mucho que lo repara,
que le conturban la vista
las cintas de la celada.
Y se apeó del caballo
y le descubrió la cara.
—¡Oh, mi amigo Montesinos,
mal nos fue en esta batalla,
que mataron a Guarín,
capitán de nuestra escuadra!
Cuando mi cuerpo esté muerto,
muerto que no tenga alma,
me sacas el corazón
por la más chiquita llaga
y lo llevas a París,
a donde Belerma estaba;
y de mi parte le dices
estas siguientes palabras:
“Que el que muerto se lo envía,
vivo no se lo negara”.—
Berlerma estaba en París
de doncellas rodeada.
—¡Ay, triste de mí, cativa,
ay, triste de mí, cuitada;
ay, triste de mí, aburrida,
algún mal se me acercaba,
ahí viene Montesinos
embozado en una capa!-
Lo primero que pregunta:
—Tu primo ¿cómo quedaba?
—Mi primo quedara bueno
mi primo bueno quedara;
mi primo quedara muerto
al pie de una verde haya,
aquí traigo el corazón,
yo mismo se lo sacara;
y al mismo tiempo te traigo
estas siguientes palabras:
“Que el que muerto te lo envía
vivo no te lo negara”;
corazón el más valiente,
que el rey tenía en España.—
Al oír estas palabras,
Belerma cae desmayada.
Ni con agua ni con vino,
no fueron a recordarla.
Así se canta el romance en los pueblos “conqueiros” del Occidente de Asturias; también es recordado por los gitanos del Puerto de Santa María y de Triana. El tópico de que el enamorado (o enamorada), cuando verdaderamente ama, entrega a su amada (o amado) su corazón, tema muy recurrente en la literatura medieval europea, fue desarrollado en el Romancero del siglo XV en un famosísimo romance, en que un caballero anónimo, malherido, exige a su primo Montesinos, antes de morir, que, como último acto de caballería, lleve su corazón a su amada Belerma. Tenía este comienzo:
¡Oh Belerma, oh Belerma,
por mi mal fuiste engendrada!
¡Siete años te serví,
que de ti no alcancé nada,
y agora que me querías
muero yo en esta batalla!
El enorme éxito de este romance en el siglo XVI dio lugar a que se creara un nuevo romance, a modo de segundo acto de “Oh Belerma, oh Belerma”, en que Montesinos cumple el encargo del muerto (a quien ahora se identifica como Durandarte). Esta continuación gozó, a su vez, de tanta popularidad que fueron numerosos los arreglos a los que fue sometida en su divulgación escrita. De las seis versiones conocidas de este nuevo romance, cinco comienzan:
Muerto yaze (o queda) Durandarte
al pie de una alta (o grande) montaña,
localización que en una de ellas, glosada por Burguillos, se precisa con un segundo verso:
tendido baxo una fuente,
al pie de una verde rama,
el cual fue modificado en textos derivados de esa glosa en la forma:
un canto por cabecera,
debaxo una verde haya;
de donde surgió el nuevo comienzo del romance:
Muerto yaze Durandarte
debaxo (o al pie de) una verde haya.
Este “motivo” de la verde haya fascinó a cuantos en adelante trataron el tema a finales del siglo XVI según una estética nueva, hasta el punto de que, en los Cartapacios manuscritos de entre 1580 y 1600, hallamos cuatro “romances nuevos” sobre Durandarte en que aparece.
También en el curso de las transformaciones de los dos primeros romances citados se forja la expresión:
que quien (o a quien) vivo se lo dio,
muerto no se lo negara (o puede negallo),
antecesora del verso:
que el que muerto te lo envía,
vivo no te lo negara.
Pero, para comprender la génesis del romance tradicional moderno, tenemos que recurrir a una etapa posterior a la de la proliferación de “romances nuevos” inspirados en viejos temas del romancero. Cuando ya estos romances de los poetas de fines del siglo XVI habían sido pasto de los lectores de las “Flores de romances” (que, llegado el año 1600, reunió en un gran libro el llamado Cancionero general), surgieron unos tardíos compiladores que, para dar noticia más cumplida de los temas de mayor fama, trataron de combinar las versiones viejas y nuevas publicadas a lo largo de los tiempos. En el caso de Montesinos y Durandarte, el responsable de esa recuperación de los romances más antiguos al lado de los más nuevos fue un editor, residente en Valencia, llamado Damián López de Tortajada, que en una Floresta de varios romances sacados de las historias de los hechos famosos de los doze Pares de Francia aora nuevamente corregidos (1642), para recuperar buena parte de los pormenores narrativos y expresivos de los romances viejos, rehizo el ciclo que sobre esos personajes había compuesto Lucas Rodríguez (en 1581, o quizá ya en 1579). Tortajada combinó el punto de vista del romance nuevo “Por el rastro de la sangre” con el discurso de “O Belerma” y alternó motivos nacidos en uno y otro; además introdujo alusiones a otros temas del ciclo de Roncesvalles.
Es esta labor del compilador de mediados del siglo XVII la que se refleja en la tradición moderna. Pero es sorprendente cómo, de los doscientos cincuenta y dos octosílabos de que consta el ciclo publicado por Tortajada, la tradición oral, desde la segunda mitad del siglo XVII hasta el último tercio del siglo XX, ha acertado a destilar un relato de unos cincuenta octosílabos, en un estilo tan similar al de los”romances viejos” venidos de la Edad Media como el de la versión por mí recogida el 29 de junio de 1980 en Corralín (Asturias) de boca de Anselmo García, de 93 años, similar a las de otros vecinos de las aldeas “conqueiras”. Los textos gitano-andaluces, asimismo basados en el ciclo de Tortajada, pero peor “tradicionalizados”, nos testimonian que la labor de poda de los modelos del siglo XVII no fue obra previa al proceso de oralización, sino resultado de ese proceso.
Otra cuestión digna de nota es la vigencia en la cultura rústica, en que el Romancero tradicional sobrevive de ordinario (dejados aparte los casos particulares de las comunidades judeo-españolas y las gitanas), de los códigos y los motivos simbólicos de la poesía “cortesana” y “clásica” que trasmitió la Edad Media hasta el Renacimiento, cuando ya, en la ideología y la estética de los grandes escritores del Barroco, tales conceptos sólo podían tratarse tomándolos a chirigota.
Para Góngora, en 1582, para Cervantes, en 1615, el famoso corazón de Durandarte llevado a Belerma era un tema “momificado”, según manifiestan el romance gongorino “Diez años vivió Belerma / con el coraçón difunto” y el sueño del hidalgo manchego en la Cueva de Montesinos, durante el cual llega a encontrarse con Durandarte (el arquetipo romancístico de caballeros enamorados) y oye a Montesinos relatar:
- “Ya, señor Durandarte, caríssimo primo mío, ya hize lo que me mandaste en el azyago día de nuestra pérdida, ya os saqué el coraçón lo mejor que pude, sin que os dexasse una mínima parte en el pecho, ya le limpié con un pañizuelo de puntas, y partí con él de carrera para Francia, aviéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían de averos andado en las entrañas, y, por más señas, primo del alma, en el primer logar que topé saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro coraçón porque no oliesse mal y fuesse, si no fresco, a lo menos amojamado a la presencia de la señora Belerma”.
Resulta maravilloso ver cómo trescientos setenta y cinco años después de que Cervantes diera por momificado el tópico de la entrega del corazón enamorado, un conjunto de aldeanos, artesanos y mercaderes “conqueiros”, dedicados a labrar y a vender, como mercaderes ambulantes, “cuencos” de madera de haya, sigan haciendo parte de su sentir un “concepto” de la poesía trovadoresca medieval forjado en la ideología amatoria del mundo cortés.
Dibujo: Montesinos con el corazón de Durandarte
por Gustavo Doré
Dibujo de portada: www.numerical.rl.ac.uk
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