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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

OGIER Y ROLDÁN

OGIER Y ROLDÁN

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OGIER Y ROLDÁN

Salió Roldán a cazar
--una nochecita oscura,
de podencos y lebreles
--lleva cercada la mula,
halcón lleva en la su mano,
--halcón de la primer pluma.
Se levantó viento largo,
--con un agua muy menuda
y fue a ampararse a una torre,
--por no mojarse la pluma.
Allí estaba el conde Urgel,
--aquel de las fuerzas muchas;
está cantando un romance,
--que Roldán muy bien escucha,
diciendo iba diciendo:
--“¡Quién estuviera en mi ayuda!,
¡quién tuviese aquí ahora
--mi caballo y ni armadura,
mataría al rey de Francia
--con toda la gente suya!”

----Este romance, que, en la tradición del siglo XX, comparten en su repertorio los judíos sefardíes de Sarajevo (Bosnia), Salónica (Macedonia griega) y Lárissa (Tesalia) con los gitanos de los puertos de Cádiz (una solitaria versión recitada en Canarias es de origen libresco), carecería de documentación antigua si no fuera por un despacho diplomático del embajador de Felipe II en la Corte de Catalina de Médicis, fechado en París el 28 de mayo de 1562 (con postdata de 6 de junio) y enviado cuando está a punto de estallar la confrontación armada entre los “papistas”(concentrados en París) y los “hugonotes” (concentrados en Orleáns) con que se inicia la Primera Guerra de Religión de Francia. El despacho diplomático, firmado por Thomas de Perrenot Granvelle, Señor de Chantonnay, dirigido a su rey, está todo él escrito, por un auxiliar de su Secretario de cartas españolas Miguel Bellido, en cifra, y la cita de nuestro romance forma parte de un curiosísimo (literaria y políticamente) centón de romances y canciones recordados de memoria y acompañados de comentarios hechos al paso. El texto de esta singular carta lleva en su inicio el siguiente consejo:

----“no se ronpan la caveça en descifrar esta carta porque es cifra perdida para engañar a los que abren las cartas...”,

dirigido a los calvinistas que “han hecho barra” a lo largo del Loire e interceptan el correo que va para España, ya que Felipe II hace preparativos para invadir Francia en apoyo de “los triunviros” que gobiernan París.
----El texto que aquí nos interesa dice así:

2 3. o-o 9 o-o quam 6º 5 6 ó ·6 ·3 º3 0 2 `6 2 2+ 2 2+ q 3/ 3+ /4 4/ º7 q /4 7+ ,2 o-o +7 -- 3. ¿ +9
o-o 2+

y, puesto “en claro”:
a ca ce va e l e Rey ro d ri go co n u n n a a gu a mu y me nu da de pe ro s y de sa be e ss o ce r ca da ll e va la mu la.

----Aunque equivoque el nombre del cazador sorprendido por la lluvia (y el cifrador cometa algunos errores), está claro que se trata del comienzo del romance que en los siglos XIX y XX se seguía cantando por los judíos de Bosnia, Macedonia y Tracia y por los gitanos de Andalucía la Baja, donde se le identifica con Roldán.
----El romance, pese a la “variante” del siglo XVI, era de tema carolingio, referente a Ogier (o, dicho a la castellana, Urgel), y de muy viejo abolengo. Tiene como antecedente remoto una chanson de geste francesa de Raimbert de Paris, “La chevalerie Ogier de Danemarche”, aunque en este larguísimo poema no aparezca Roland.
----En la parte IV de esta gesta, se nos cuenta cómo el duque Ogier va, completamente solo, huyendo en su caballo Broiefort del emperador Kallemainne (Charlemagne), que le persigue con un ejército de dos mil caballeros dispuesto a apoderarse de él y darle muerte, y cómo llega un momento en que se siente perdido al ver que su caballo desfallece de hambre (versos 5.970-6.014). Pero, en ese punto, descubre un aislado castillo, al que se dirige a pie, llevando de la rienda a su caballo, cruza el puente levadizo y la puerta, que halla sin cerrar, y sorprende a los castellanos de aquel castillo mientras comen; prestamente, se deshace de ellos (versos 6.015-6.053). Mientras Ogier, una vez cerrado el puente y puerta, come algo y bebe mucho de lo que halla en el castillo, llega Kallemainne con sus caballeros y, apeándose de sus caballos, contemplan el alto muro y la gran torre (versos 6.054-6.076). Dispuesto a que el fugitivo no se escape, el emperador, aconsejado por Namles (Naimes), hace que sus hombres rellenen los fosos de árboles y ramaje y construyan escalas; seguidamente inicia el asalto a la gran torre. Pese a la resistencia del danés, el duque habría sido preso si no fuera por la llegada de la noche y una tremenda tormenta de lluvia. Kalles se queja de que Dios le muestre con esa lluvia su odio; pero Namles le calma y le aconseja cercar bien el castillo con los dos mil hombres y esperar a la mañana manteniéndose armado y en vela. Ogier contempla desde lo alto las dos mil antorchas encendidas que rodean el castillo por todas partes y pide a Dios venganza contra el rey injusto. Aunque echa de menos a su escudero Beneoit y piensa que nunca volverá a ver Castel-Fort, jura a los santos que, al amanecer, saldrá armado a morir matando montado sobre Broiefort, si puede contar con él, o, si no, a pie, y que, como encuentre al rey, de un solo golpe tomará de él venganza. A continuación, baja de la torre al establo, ve que su caballo se ha repuesto comiendo avena en gran cantidad y le dirige una arenga, en que le hace saber que, en el mundo, nadie le quiere salvo él y que afuera le esperan mil hombres para darle muerte. El caballo hace entender a su amo que está dispuesto a ayudarle, y Ogier, eufórico, lo ensilla, encincha y enfrena y él mismo se arma de todas sus armas, toma a Curtain, su espada, en mano, su lanza y su escudo y sale a galope del castillo (versos 6.266-6.3069.)
----La dependencia del romance respecto a lo contado por la gesta es evidente: Ogier encerrado en la torre; la lluvia; el juramento de que, si cuenta con su caballo, está dispuesto a salir a hacer frente al rey y darle muerte a él y a todos sus caballeros. Menos obvio es cómo se relacionan entre sí los dos poemas. Hasta la aparición de la cita del despacho diplomático de Perrenot, entre los versos épicos franceses de Raimbert de Paris, a comienzos del siglo XIII, y los romancísticos gitano-andaluces que oyó Serafín Estébanez Calderón (primer colector del romance) c. 1838 o los que en 1910 recogió Manuel Manrique de Lara de los sefardíes asentados en los Balcanes, se abría un espacio de siete siglos; ahora sabemos que la escena en forma de romance castellano ha venido cantándose por lo menos durante cuatrocientos veinticinco años (de 1562, texto de Perrenot, a 1987, última versión gitana recogida por Luis Suárez Ávila), y, en vista de ello, no podemos dudar de que el romance de “Ogier y Roldán” figuraba entre los llevados en su memoria por los judíos que abandonaron España en 1492 y que dieron origen a las comunidades sefardíes asentados en el Imperio Otomano, de las cuales descienden los actuales cantores del romance de Sarajevo, Salónica y Lárissa. Siendo así, el arquetipo del romance habrá que situarlo algunos decenios antes de esa fecha para que en ella hubiera adquirido vida tradicional y entrado a formar parte del acervo de canciones narrativas de los judíos peninsulares antes de su expulsión. El medio milenio de vida oral del romance de Ogier convierte los dos siglos y medio que aún siguen separando la escena épica de la escena equivalente romancística en un lapso de tiempo relativamente pequeño. Durante él no es necesario suponer que la escena de Ogier refugiado en la torre careciera de vigencia tradicional. Puesto que sabemos documentalmente que hubo chansons de geste francesas que se refundieron en España, no sólo para cantarlas en lengua castellana sino para ajustarlas a la forma métrica imperante en la épica castellana y a los gustos de esa tradición nativa, y que de esos cantares de gesta de temática carolingia surgieron después romances tradicionales basados en escenas particulares de ellos, cabe pensar que la fuente inmediata del romance de “Ogier y Roldán” fuera una gesta hispana de “Urgel de las Marchas”. La incorporación de Roland-Roldán a la escena de Ogier-Urgel encastillado en la torre no creo que fuera invención del romancista, sino que le vendría impuesta de una refundición épica. Claro está que, entre la hipotética gesta hispana y el poema de Raimbert pudo mediar alguna refundición surgida en la propia tradición francesa o en la provenzal, como parece ser el caso en la hispanización de la Chanson de Roland. Lo que me parece, de cualquier forma, claro es que el romancista del siglo XV no tendría que acudir a desempolvar el poema de Raimbert de Paris, sino atender a tradiciones épicas más próximas a sus días.

Autor: Diego Catalán

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