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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

12.- 6. LAS DOS SECUENCIAS DEL ROMANCE ORAL EN UN MANUSCRITO DEL SIGLO DE ORO

12.- 6.   LAS DOS SECUENCIAS DEL ROMANCE ORAL EN UN MANUSCRITO DEL SIGLO DE ORO

6.   LAS DOS SECUENCIAS DEL ROMANCE ORAL EN UN MANUSCRITO DEL SIGLO DE ORO. II PERMANENCIA DE MOTIVOS Y APERTURA DE SIGNIFICADOS: MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN

      [legado a este punto, resulta forzoso romper con mi exposición de 1981 para ac­tualizarla y dar seguidamente entrada a un testimonio que hasta diez años después de esa fecha seguía permaneciendo oculto para la crítica romancística.

      En un cartapacio manuscrito conservado en la Biblioteca de Palacio Real, encuadernado conjuntamente con otros manuscritos de contenido muy dispar, se conserva un curioso cancionero, típico de los gustos de un colector conservador de fines del siglo XVI o principios del siglo XVII, con un variado muestrario de roman­ces, villancicos y otras poesías (temáticamente afines unos a otros)59. Entre los ro­mances figura el siguiente60:

      Nueva triste, nueva triste
      que sona por toda España,
2    que ese príncipe don Juan
      está malo en Salamanca,
      malo está de callentura,
      que otro mal no se le halla.
4    Yvalo a ver el duque
      ese Duque de Calabria.
      — ¿Qué dizen de mí, ay, duque,
      que dizen por Salamanca?
6    — Que está malo Vuestra Alteza
      mas que su mal que no es nada.
      — Ansí plegue al Dios del çielo
      y a la Virgen coronada.
8    Si desta no muero, duque,
      duque, no perderéis nada.—
      Estas palabras diziendo,
      siete dotores entravan.
10   Los seis le miran el pulso,
      dizen que su mal no es nada.
      El postrero que lo mira
      es el dotor De la Parra.
12   Yncó rodilla en el suelo,
      mirándole está la cara.
      —  ¡Cómo me miras, dotor,
      cómo me miras de gana!
14   — Confiésese Vuestra Alteza,
      mande ordenar bien su alma;
      tres horas tiene de vida,
      la vna que se le acava.—
16   Estas palabras estando,
      el Rei su padre llegava:
      — ¿Qué es aquesto, hijo mío,
      mi eredero de España?
18   ¿O tenéis sudor de vida
      o se os arranca el alma?
      ¡Si os vos morís, mi hijo,
      qué ara aquel que tanto os ama!—
20   Estas palabras diziendo,
      ya caye que se desmaya.

      La primera observación que la lectura de este texto manuscrito del romance nos sugiere es la de la fundamental continuidad textual de la narración poética al pasar de voz a memoria y de memoria a voz en una larga cadena de transmisores por el espacio temporal de cinco siglos, sin necesidad de que para la conservación del texto medie la escritura61.

      Espigando en el conjunto de la tradición oral moderna los versos más afines, podemos todavía hallar en el siglo XX un «romance» que dice como en la versión del siglo XVI:

      Tristes nuevas, novas tristes
      que se suenan por España,
2    que ese príncipe don Juan
      está malo en Salamanca,
      malo está de calentura,
      que otro mal no se le halla.
4    Llamaron siete doctores
      doctores de grande fama.
      Todos le toman el pulso,
      dicen que su mal no es nada.
6    Sólo falta por venir
      aquel dotor De la Parra.
      Hincó la rodilla en el suelo,
      muy atento le mirara.
8— ¿Qué me mira usted, doctor,
      que así me mira de gana?
      — Confessa-te, dom João,
      ordena pa la tu alma;
10   tres horas tienes de vida
       y la una ya se acaba.—
       Estando en estas palabras,
       el rey su padre llegara.
12    — ¿Qué e isso, ó meu filho,
       regalo de la mi alma?
       — Unas calenturas, madre,
       que me han de arrancar el alma.
14   ¡Cómo hará por el su hijo,
       espejo en que se miraba!

      Junto a la fidelidad en el recuerdo textual, la confrontación de la versión facti­cia, que hemos extraído de la lectura del total de las versiones modernas, con la versión manuscrita de fines del siglo XVI nos pone, a la vez, de relieve la existencia de un importante olvido colectivo en la tradición oral moderna: jamás aparece en ella la escena de la visita del Duque de Calabria al príncipe enfermo.

      Como el título de Duque de Calabria era propio de los príncipes herederos del rey de Nápoles, la identificación del personaje romancístico está condicionada por la reciente investidura en el trono del «realme» de Fadrique o Federico III, después de la muerte, el 7 de octubre de 1496, de su sobrino Ferrante II o Fer­nando.

      Fadrique, para contrarrestar las aspiraciones del rey de Aragón, que se creía con más títulos que él a la corona, buscó el apoyo del papa Alejandro VI, quien, pese a las presiones de Fernando el Católico, le otorgó la investidura el 11 de ju­nio de 1497. El rey don Fernando aceptó la decisión papal, cuidándose de que el Gran Capitán renovase con el nuevo Rey de Nápoles las capitulaciones que garan­tizaban la presencia española en una serie de lugares fuertes del reino. El hijo de Fadrique, Ferrantino o Fernando, que había sido nombrado Duque de Calabria y reconocido como heredero, fue en seguida, a pesar de ser aún un niño, objeto de planes matrimoniales muy dispares, según variados esquemas de alianzas interna­cionales. La tradicional dependencia respecto a Aragón de la rama «bastarda» aragonesa de reyes de Nápoles, que, en los reinados anteriores, había obligado a Alfonso II y a su hijo Ferrante II a tomar como mujeres a la hermana y la sobrina de Fernando II de Aragón (el Rey Católico), ambas de nombre Juana, aconsejaba ahora que el nuevo rey buscara reforzar esos lazos casando al Duque de Calabria en la familia del Rey Católico, como un seguro de que los Reyes de España acudi­rían en su auxilio si el rey Carlos (Charles) VII de Francia invadía Italia; pero también cabía la opción de intentar salirse de la tutela española mediante una boda francesa y una pactada retirada de las fuerzas del Gran Capitán a Sicilia, una vez que el Rey de Francia renunciara a sus pretensiones de dominio sobre Nápoles.

      Según cuenta el Cura de los Palacios y capellán de fray Diego de Deza, Arzobispo de Sevilla,

   como reinó Federico, el Rey de España quisiera, y tanbién la reina su hermana, que casara su fijo de Federico, Duque de Calabria, con la muger del rey Fernando el Moço, su sobrina, que era asaz moça y de muy grand merescimiento, el qual casa­miento Federico ni su hijo diz que no quisieron conceder. E diz que el rey don Fer­nando escrivió algunas cartas a Federico su sobrino, Rey de Nápoles, sobre el dicho casamiento e sobre otras cosas convenientes para entre ellos, e que teniendo a él no temiesse al Rey de Francia ni a otros, que él le ayudaría e defendería el reino de Ná­poles... Y el rey Federico diz que era mucho más aficionado a Francia que no a España... E non se pudo acabar con Federico e su hijo que el dicho casamiento se fiziese 62

y afirma que el fracaso de esa negociación sería la causa de que las dos reinas viudas, la vieja y la moza, se volvieran en 1499 a España desavenidas con el rey Federico. Pese a que esta propuesta era evidentemente la solución preferida por Fer­nando el Católico, después que vino a producirse el asesinato en Roma del Duque de Gandía, Juan Borgia, el 14 de junio de 1497, y que las ambiciones seculares de César Borgia, apoyadas por su padre el Papa, introdujeran un nuevo factor político en la inestable situación de Italia, llegó a pactarse otra alianza matrimonial más grata para el Rey de Nápoles, la de su hijo el Duque de Calabria con la infanta doña María, la única hija por desposar de los Reyes Católicos; pero el convenio se man­tuvo secreto, a instancias españolas, mientras duraban las negociaciones de una posible paz con el rey Charles VII de Francia63.

      El 1 de agosto de 1497 Fadrique III se coronó pacífica y solemnemente en Nápoles, ceremonia en la que el pequeño Duque de Calabria ocupó un destacado lu­gar al lado de César Borgia, legado del Papa. Pero la continuidad de la casa «bas­tarda» aragonesa estaba lejos de hallarse asegurada. Fadrique III sabía bien que, en las negociaciones de paz, iniciadas por Francia y España durante la tregua fir­mada en Lyon (la cual en la frontera pirenaica se había iniciado el 5 de marzo y en Italia el 25 de abril y que abarcaba hasta el fin de octubre), se contemplaban fór­mulas diversas de disponer del futuro del reino de Nápoles con o sin participación suya y de su hijo. De ahí que, al igual que otros potentados europeos, enviara em­bajadores especiales a la corte española (en su caso a micer Antonio de Genaro) con el fin de defender sus intereses.

      En los meses que siguieron a las velaciones del príncipe don Juan y madama Margarita (el 2 de abril de 1497), las idas y venidas de embajadores entre Francia y España se sucedieron y, durante la estancia de la corte en Medina del Campo (a partir del 13 de junio, hasta mediados de setiembre), fueron acudiendo a ella en­viados de todas partes de Europa. Los Príncipes de España se separaron por en­tonces de los reyes y se fueron a su ciudad de Salamanca, donde entraron, según ya dije, el 23 de setiembre.

      No nos consta que el pequeño Duque de Calabria, después de la ceremonia de la coronación de su padre (1° de agosto), en la que figuró de forma destacada, via­jara a España. Pero es posible que viniera con ocasión del envío por su padre de la embajada arriba mencionada para seguir de cerca lo que en la corte española se negociaba, con el objetivo de que se celebraran cuanto antes los desposorios concertados con la infanta doña María. Lo que sí es posible asegurar es que, de ser cierta la noticia de su visita al príncipe en Salamanca, la promesa que don Juan de Castilla hizo al pequeño duque en caso de salir con vida de su enfermedad («si d’esta no muero, duque, duque no perderéis nada») tuvo que ser la de apoyar los desposorios del muchacho y, como natural consecuencia de tal pacto matrimonial, el derecho del duque a heredar el reino de su padre; esto es, a que la paz con Fran­cia no se hiciera a costa suya, como a la postre vendría a hacerse pocos años des­pués, cuando el Rey Cristianísimo Luis (Louis) XII de Francia, sucesor de Car­los VII (muerto el 8 de abril de 1498), y el Rey Católico, Fernando II de Aragón, se repartieron el «realme» y Fadrique III tuvo que entregarse y ponerse bajo la protección del rey francés64. En ese año de 1501, sólo seguiría la guerra el joven Duque de Calabria Ferrante de Aragón, entonces de 13 años (nació en 1488), quien, junto con el Conde de Polenza Juan de Guevara, resistió eri Tárente valien­temente el cerco terrestre y marítimo de Gonzalo Fernández de Córdoba. Al fin, los sitiados negociaron la capitulación y las tropas españolas entraron en la ciudad el 1 de marzo de 1502. Aunque en la capitulación con el Gran Capitán el duque quedó en libertad de escoger entre ir a vivir con su padre en Francia o venir a Es­paña a servir al Rey Católico, don Gonzalo, en connivencia con su rey, detuvo al duque en el reino, impidiéndole la salida durante meses, y acabó por llevarlo a Si­cilia y de allí deportarlo a España, donde el Rey Católico lo retuvo en prisión como rehén, en flagrante incumplimiento de lo con él pactado65. Pese a que la conducta poco digna del Rey Católico y del Gran Capitán reportaría, a la larga, el beneficio de conseguir, tras una larga guerra con Francia, la incorporación de Nápoles a la corona de los Reyes de España, Ja prisión del Duque de Calabria fue lamentada en Castilla en una hermosa glosa (Quejas del Duque de Calabria) hecha a la famosa canción bilingüe italiana y latina «Alia mía gran pena forte», canción que, según la opinión en 1548 de Gonzalo Fernández de Oviedo, habría compuesto el propio «serenissimo rey don Federique de Nápoles, año de mili e quinientos e uno que perdió el reyno porque se juntaron entre si los Reyes Católicos de España y el rey Luis de Francia»66. La glosa dice así:

¿Qu’es de ti, mi reyno antig(u)o,
o Calabria, mi ducado?
Auiendo te sido amigo,
te me has mostrado enemigo
por verme deseredado,
Que me veo sin deporte
mi cara tornada fea,
¿con quién tomare conorte
a la mía gran pena forte
dolorosa, afflita y rea?

Que me tiene aquí tu alteza,
sin hazelle yo traycíón
ni le tocar yo en vileza,
preso en esta fortaleza
de Xatiua de Aragón.
Ponte donde yo te vea.
¿Qué es de ti, do estáys, mis cortes?
mal por bien en mi se emplea,
diuiserunt vestem meam
et super eam miserum sortem.

¿Qu’es de tanto cauallero
que a mi mesa comía pan?,
siendo yo el propio heredero
me hizo ser estrangero
el noble Gran Capitán,
Que a la hora que fue visto,
por señor le obedescieron
y anduuo luego tan quisto
que me han fato como a Christo
quem pro nobis vendederunt.

Assí como me prendió
el esforçado y valiente,
a Castilla me imbió
y el buen rey me recibió,
pero no como a pariente,
Porque luego me metieron
donde nadie no se vea;
la fiesta que me hizieron
manus, pedes me fixerunt
dinumerauerunt ossa mea.

E fín.

Estando assí aprisionado,
falto de toda virtud,
¡o triste desventurado,
de mis tierras apartado
en mi tierna jouentud!,
Porque todo el mundo crea
a donde mi mal aporte
que, como quiera que sea,
diviserunt vestem meam
et super eam miserunt sortem
67.

      Es de notar que, pese a haberse adueñado de todo el reino de Nápoles por las armas y a tener al heredero de Federico III en prisión, los Reyes Católicos nunca llegarían a desechar de sus cálculos políticos, como una posible solución a la siempre conflictiva situación de derecho del «realme»68, la restauración de la rama bastarda aragonesa en el trono de Nápoles y el matrimonio del Duque de Calabria con la reina sobrina de don Fernando. La opción reaparecerá, con efectos políticos devastadores para la política de alianza con la Casa de Austria, en los críticos momentos en que el Rey Católico tuvo que verse cara a cara con su yerno borgoñón al llegarle a la Reina Católica la hora de la muerte69. El ma­quiavélico rey aragonés parece haber caído en esta ocasión en una hábil trampa tendida por Luis XII en unas nuevas conversaciones de paz que los embajado­res españoles mantenían en Francia, pues su tentativa de sondear un acuerdo con el rey francés a partir de esa propuesta70 le costó la ruptura con el Rey de Romanos y emperador electo Maximiliano71 y la definitiva desconfianza de su yerno el príncipe don Felipe72.

      Aclaradas las circunstancias históricas del episodio, vuelvo nuevamente a considerarlo en cuanto narración literaria. Nada más lógico en la evolución textual de un romance al transmitirse oralmente durante siglos que esta diferencia señalada  entre la versión del Siglo de Oro y las modernas. Al acercarnos en el tiempo al su­ceso cantado en el romance, hacen en su texto aparición recuerdos de detalles his­tóricos que el arte narrativo de la colectividad juzgará después inesenciales para la historia narrada y que, consecuentemente, optará por borrar del texto memorizado. Fuera del contexto político de los años 1497-1504, la visita del Duque de Cala­bria y la promesa que el Príncipe de España le hace carecían de todo sentido o función en la narración73.

       La segunda secuencia del romance (el príncipe, ante la evidencia de su muerte inminente, expresa su última voluntad) consiste, en la versión del manuscrito de la Biblioteca de Palacio, al igual que en las versiones tradicionales modernas, en el desarrollo de la patética escena histórica de la visita del rey a su hijo moribundo que Vélez de Guevara no aprovechó en su «tragedia».

      A diferencia de la primera secuencia, esta segunda es en el texto del manuscri­to sumamente simple; su escaso desarrollo contrasta con lo que hallamos como norma en la tradición oral moderna. Una mera consideración estadística lo pone bien de relieve: sus cinco versos, que representan solamente el 25% de la exten­sión del texto, resultan ser bien pocos frente a Ja media de versos que ocupa la se­cuencia en los diversos bloques de versiones tradicionales del siglo XX (y finales del siglo Xix). Escogiendo a voleo un conjunto de versiones pertenecientes a cada una de las áreas de la tradición, obtengo los siguientes datos sobre la extensión relativa de esa segunda secuencia: 50% en la tradición sefardí de Oriente; 51% en la tradi­ción sefardí del Norte de África; 65% en las versiones del N.O. de España; 77% en las versiones de Portugal. Este contraste es, ciertamente, coherente con lo que sabemos sobre las tendencias estilísticas propias de las distintas tradiciones 74. Pero, aunque esta observación nos exige atribuir a la diacronía un papel relevante en el origen del contraste notado, es preciso tener presente que, tanto en nuestro particular caso, como en los cálculos generales sobre diferencias estructurales de la tradición antigua y la moderna hechos en otras ocasiones, el gusto de los colectores-transcriptores de textos tradicionales del siglo XVI por los finales truncos, inconclusivos75, puede también ser un factor que contribuya de forma notable a la diferencia notada. La importancia de este factor nos impone el tratar de superar las simples constataciones estadísticas acudiendo al análisis del contenido narrativo de la secuencia.

      Los cinco versos de dieciséis sílabas de la versión antigua manuscrita desarrollan dialoguísticamente un sólo motivo: el del dolor del rey-padre ante la muerte del heredero de la corona de España. Es éste, claro está, el punto de vista sobre el drama de 1497 que tenía que prevalecer en el tiempo histórico en que se produjo la entrevista del rey don Fernando con su único hijo don Juan, el Príncipe de Espa­ña. Sin embargo, otros personajes, otras interrelaciones humanas y políticas y otros sentimientos dotaban de complejidad a la despedida del príncipe del mundo].

      El joven don Juan que se enfrentaba con la muerte era, en la historia, a) hijo único varón de unos padres-reyes aún vivos, b) esposo y, a la vez, enamorado de una mujer también muy joven, venida de tierras lejanas como parte de una alianza entre familias-estados, con la cual se hallaba recién casado, pero que era ya madre gestante, y c) padre de un futuro niño-heredero, de sexo por el momento incierto. Todas estas personas competían en la Historia (y podían hacerlo en el relato) en el protagonismo del suceso de octubre de 1497: el príncipe o agonizante, los reyes o padres, la princesa o amada y el heredero presunto o hijo «marcado» por su naci­miento póstumo.

Diego Catalán. Arte poética del Romancero oral II. Memoria, invención, artificio.

 OTAS

59  El códice de la Biblioteca de Palacio Real II-961 (olim 2-H-G) ha sido editado por C. Ángel Zorita, Ralph A. DíFranco y José J. Labrador Herráiz, Poesías del Maestro León y de Fr. Melchor de la Serna y otros (siglo XVl). Códice número 961 de la Biblioteca Real de Madrid, Cleveland: Cleveland State University, 1991. El códice, en cuarto, contiene cuatro manuscritos en su origen independientes. El nuestro ocupa los actuales fols. 82 a 115 (un total de 34 folios) y es el cuarto de los manuscritos. Pese a la fecha que por la presencia de ciertos temas históricos hay que asignar a esta sección del códice facti­cio, c. 1578, el gusto predominante responde más al de las colecciones de mediados del s. XVI que al de los cartapacios literarios del último cuarto del siglo.

60  Se halla en el fol. mod. 98r. Impreso con el n° 59 en las pp. 188-189 de la edición citada. En sus notas los editores no realizan la identificación con el famoso romance de la tradición oral moderna. Ha sido José Manuel Pedrosa, en una reseña de la publicación de 1991 (en la Revista de Literatura LV, 109, 1993, 288-293), quien ha llamado la atención sobre este texto: «Pero el romance que acaso mejor puede ilustrar el carácter tradicional de muchas de las fuentes del manuscrito es el n° 59 "perla" indu­dable de la recopilación: la única versión antigua conocida de La muerte del príncipe don Juan» (p. 293). Gracias a Pedrosa, incorporo esta importante novedad a mi estudio.

61 El «fenómeno» es tan habitual que a los estudiosos del romancero tradicional moderno se nos olvida la obligación de enfatizarlo. Sin embargo, no sobra insistir en tal obviedad, pues siempre que se recuerda que los textos literarios almacenados en las memorias humanas son tan dignos de considera­ción como los textos almacenados en escritura, la reacción de los historiadores y críticos literarios es comparable a la de los tres monos que nada quieren ver, oír o comentar y se tapan los ojos, las orejas y la boca.

62 Memorias del reinado de los Reyes Católicos que escribía el bachiller Andrés Bernáldez, cura de los Palacios,  ed. y estudio por M. Gómez Moreno y J. de M. Carriazo, Madrid: CSIC, 1962, pp. 387-388.

63 Gerónimo de Çurita, Historia del Rey don Hernando el Católico, V, Çaragoça: Herederos de Pedro Lanaja y Lamarca, 1670, fol. 142-142v, al tratar de sucesos inmediatamente posteriores a la muerte del rey Carlos de Francia (8 de abril de 1498), dice que el rey don Fadrique escribió al Rey Católico «que el Rey tuuiese por bien que se publicasse el matrimonio, que se auía tratado, entre la Infanta doña María con el Duque de Calabria su hijo, afirmando que, pues el Rey de Francia era muerto, cessaua la causa por la qual el Rey Católico no quería que se supiesse», pero que el Rey Ca­tólico «estaua muy lexos que el [matrimonio] de la Infanta su hija se concertasse con el Duque de Calabria, aunque se tenía aquello suspenso por él»; y que una vez sabida por don Fadrique la ida de César Borgia a Francia (octubre de 1498), considerando que significaba «su perdición y de su casa», envió dos embajadores a España (Raphael de los Falcones y Hector Piñatelo) para insistir en la nece­sidad de publicar inmediatamente el concertado matrimonio (fol. 158v). No sé en qué meses de 1497 se harían esos tratos, pues Çurita no ha hecho antes referencia a ellos; pero sin duda el matrimonio se firmaría en el verano u otoño de 1497 para apartar a Fadrique de un posible entendimiento con Francia.

64  En cumplimiento del pacto secreto de Fernando de Aragón con Luis de Francia (firmado en Granada el 10 de octubre de 1500), mientras el rey francés avanzaba (8 de julio, 1501) sobre Nápoles y, una vez rendida Gaeta, obtenía la renuncia al trono de Fadrique III, que se conformó con recibir unas rentas en el interior de Francia y vivir de ellas a la sombra de Luis XII, el Gran Capitán desem­barcaba en Tropea (5 julio, 1501) y, en menos de un mes, ocupaba las dos Calabrias. Según Bernáldez, la salida de Tarento del duque se produjo ya en el contexto político del enfrentamiento entre los alia­dos franceses y españoles, una vez destronado Fadrique III: Estando poniendo en práctica la «partija» del reino de Nápoles,

    «començó a fallar la verdad entre los franceses e a crecer la sobervia e la inbidia, porque luego tuvieron manera que Taranto, que era en la parte del Rey de España, se tuviese e se non diesse al Grand Capitán, por manera que el duque don Fernando non se entregasse, como en la capitulación estava. Púsose el cerco sobre Taranto a veinte y ocho de Septiembre del dicho año de MDI y el Martes primero de Março se entregó la cibdad e salió el duque della. E se paso en Mesina para venir en España. El qual llegó en Mesina en fin del mes de Agosto. E éste es el Duque de Calabria, fijo del Rey Federico que perdió el reino» (ed. citada, pp. 405-406).

El Duque de Calabria, Ferrantino o don Fernando de Aragón sólo recobraría la libertad en el reinado de Carlos V, quien trató de compensarle casándole con la reina Germana de Foix (la segunda mujer del Rey Católico) y concediéndole la regencia de Valencia, donde el duque mantuvo una esplendorosa corte, en que la literatura y la música florecieron bajo su muy especial patronazgo. Gracias a él podemos aún hoy gozar las incomparables polifonías del Cancionero de Uppsala y leer El Cortesano de Luis Milán.

65 Çurita dedica varias páginas (obra cit., pp. 228-246) a explicar cómo dilata el Gran Capitán el cumplir lo pactado con el duque y cómo, finalmente, lo deporta.

66  Gonçalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Parte I, libro V, cap. 1.

67 Las Quejas del Duque de Calabria se hallan impresas en el pliego suelto (DicARM, 771) Comiença el romance del rey Ramiro, con su glosa. Y otra glosa de la canción A la mía gran pena forte. Con la de Rosafresca. Año 1564 (ejemplar en Praga: Universitáts Bibl.), que se había impreso ya en el primer cuarto del siglo XVI pues don Fernando Colón lo compró en Medina del Campo, por «3 blan­cas», el «23 de nouienbre de 1524» (según su Regestrum, núm. 4106, donde lo describe así: «Romançe del rey ramiro con su glosa. I. ya se asienta el rey ramiro glosa. I. pves en los casos de amores. It. glosa de la mia gran pena forte. I. ques de ti mi reyno antiguo, ítem, glosa de rosa fresca. I. quando yo os quise querida de que no sabía de amor. est. in 4° 2. col. [DicARM, 1035]). También se en­cuentran manuscritas en un cancionerillo poético del siglo XVI encuadernado con el Cartapacio de Hernández de Padilla (ms. D79, Bibl. de Palacio Real, Madrid, olim 2-B-10), fols. 228-256v, en el fol. 233. Dio ambas noticias R. Menéndez Pidal, «Cartapacios literarios salmantinos del siglo XVI», BRAE, I (1914), pp. 43-55, 151-170, 298-320: p. 305. Acerca de A la mia gran pena forte, véase la in­formación reunida por J. Romeu Figueras, Cancionero musical de Palacio (siglos XV-XVl), vol. 3-B, «La Música en la Corte de los Reyes Católicos», IV-2, Barcelona: CSIC, 1965, núm. 317, pp. 418-420. La canción A la mia gran pena forte no fue compuesta «a propósito de las desgracias del Duque de Cala­bria», como por un lapsus afirma P. Cátedra, Seis pliegos poéticos barceloneses desconocidos, c. 1540, Madrid: El Crotalón, 1983, p. 32, sino a la deposición de su padre el rey Fadrique III; sólo una de las diversas glosas hechas a la famosa composición italiana, la que aquí comentamos, se centra en la per­sona del Duque.

68 Aunque las armas fueron de ordinario muy decisivas en la determinación de a quién pertenecía el señorío de Nápoles, siendo como era el "realme" feudo de la Iglesia, la posesión podía ser siempre invalidada por una acción diplomática arbitrada por el Papa. Las constantes oscilaciones en los siste­mas de alianzas con que se pretendía eludir una situación en que Francia, España o Austria se alzara con el incontestable dominio de Italia, hacían muy difícil la conservación de un estado de hecho por mucho tiempo. Por ello, aunque la victoria del Gran Capitán en Garellano (28 de diciembre de 1503) y la capitulación de Gaeta (1 de enero de 1504) cerraban la etapa bélica, los Reyes Católicos optarían por una solución política: «agora que Nos tenemos todo el reyno de Napoles y le podemos dar al dicho Archiduque y a su hijo, nuestro nieto [el infante don Carlos], y por no lo tener el Rey de Francia, tene­mos Nos que hazer en acabar que él lo aya por byen, y porque teniéndolo nosotros se podrá asentar esto, mediante Nuestro Señor, de otra manera que antes, ... avemos hecho mover en Roma al Cardenal de Ruan, por mano tercera, como que no salía de Nos, este medio, conviene saber: que se haga el casa­miento del ynfante don Carlos, nuestro nieto, y de madama Glaudia, fija del Rey de Francia, como está asentado, y que renunciemos Nos el derecho que tenemos al reyno de Nápoles en favor del dicho Ynfante, nuestro nieto, y el Rey de Francia renuncie su derecho en favor de la dicha madama Glaudia, e quel Archiduque aya de tener e governar todo el reyno de Napoles como tutor de los dichos don Carlos e madama Glauda, dando nueva ynvestydura La Sylla Apostólica...» (carta de los Reyes Católi­cos, 1 de enero de 1504, Correspondencia de Gutierre Gómez de Fuensalida, 1907, pp. 198-199).

69  Según el testimonio del Cardenal de Rouan, los embajadores españoles, Gralla y el doctor Agus­tín, transcurrido el plazo de 30 días con que el rey de Francia les había conminado (el 15 de julio) para que consigan la aceptación por los Reyes Católicos de las cláusulas a que condicionaba la firma de la paz sobre el reino de Nápoles, vinieron a él el 18 de agosto de 1504 y, ante el Chanciller de Francia, dijeron las siguientes palabras: «qu’el Rey y la Reyna d’España, sus señores, no hallauan mejor medio para venir a la paz con el Rey de Francia, ni más seguro para sus conçiençias, que restituyr el reyno de Nápoles al rey Federico de Aragón, como primeramente avia seydo platicado; y que sy el Rey de Francia quería, que luego los dichos Rey y Reyna se lo restituyrían, con condición qu’el fijo del rey Fe­derico case con la sobrina del Rey d’España, hermana del dicho rey Federico, y que aquellos suçedan en el reyno», según la carta, «de la mano del cardenal» mismo, recibida por el príncipe don Felipe y que el embajador Gutierre Gómez de Fuensalida transcribió para sus reyes el 19 de setiembre (D. de Alba, Correspondencia de Fuensalida, pp. 277-278), y de acuerdo con lo anteriormente comunicado verbalmente al embajador de don Felipe, mose de Villa, por el cardenal (de que Fuensalida había in­formado ya a los Reyes Católicos el 30 de agosto). La reina doña Isabel no había dejado de estar febril desde julio, y a finales de setiembre el rey don Fernando temía ya por su vida (carta a sus embajadores en Flandes del 26 de setiembre).

70  Cuando los embajadores españoles procuraron tener audiencia secreta con el Rey de Francia y éste, por hallarse enfermo, los remitió al Cardenal de Rouan y al Chanciller (18 de agosto), e hicieron ante él la propuesta de volver a la negociación de la restitución del realme a don Fadrique, el Cardenal se apresuró a informar a mose Villa, embajador del príncipe don Felipe (y, seguramente, al de su pa­dre Maximiliano de Austria) para inclinarles a pactar por separado y romper con los Reyes Católicos. El príncipe se lo comunicó a los tres embajadores españoles (Fuensalida, don Juan Manuel y el Obis­po de Catania) «asaz turbado», aunque protestando de que no lo creía, y el 30 de agosto Fuensalida, aunque en la entrevista con el príncipe lo echó a risa, atribuyendo todo a «tronperias de los france­ses», escribió por correo aparte y alarmadísimo a los reyes pidiéndoles con toda urgencia una contes­tación. Entre tanto, una vez que los embajadores españoles presentaron oficialmente la propuesta de devolución ante el Rey de Francia y su Consejo (el 24 de agosto), el propio Luis XII, los miembros to­dos de su Consejo y el Cardenal de Rouan remitieron tres cartas al príncipe, en que le aseguraban, con todo el énfasis posible, la verdad de lo que escribían que les fue dicho por mosen Gralla y micer Agus­tín acerca de la nueva propuesta de paz (vistas por don Juan Manuel y por Fuensalida, que se apresu­raron a escribirlo a sus reyes desde Bolduque, 19 de setiembre de 1504, encomendando su carta a Hoz, cerero de la princesa doña Juana).

71 Según la versión que el 10 de setiembre de 1504 (desde Medina del Campo) se habían apresura­do a enviar los Reyes Católicos a su yerno el príncipe don Felipe, a través de sus embajadores en Flan­des (el Obispo de Catania, don Juan Manuel y Fuensalida), sus embajadores en Francia (mosen Gralla y micer Agustín), viendo que los embajadores de don Felipe y del Rey de Romanos en Francia (mose de Villa y Filiberto Natural proboste de Utrech), por intermedio de los cuales negociaban la paz entre Francia y España, consideraban definitivamente rotas las negociaciones y que el Rey de Francia se de­cidía por la reanudación de la guerra como solución al conflicto de Nápoles, habrían recurrido a la ar­timaña de evitar la ruptura total del proceso de paz sacando del olvido esa vieja propuesta: «Y como los nuestros ovyeron sentimiento que los franceses los querían despedir para que se viniesen a Nos syn concluyr ni asentar cosa ninguna y tenían mandamiento nuestro que en caso que los franceses los desafuziasen del todo de la negociación del Príncipe y del Ynfante [se refiere a la propuesta de entregar el realme al Príncipe don Felipe como tutor de los niños, el infante don Carlos, su hijo, y Glaudia, la heredera del rey de Francia, previamente desposados] y los quisyesen despedir para que se viniesen syn ninguna conlusyón, que por descargo y justificaçión nuestra para con Dios y con el mundo hiziesen de nuestra parte con el Rey de Françia todas las justificaçiones que se pudiesen hazer para que no viniésemos en rompimiento a nuestra culpa, y porque avía poco qu’el Rey de Françia, por desechar, segund pareçió, la negoçiaçión que hera en favor del Príncipe, nos avia hecho dezir, por via del rey don Fadrique, que él quería concluyr aquella negoçiaçión del rey don Fadrique, y no la que hera en fa­vor del Príncipe y que por nosotros quedava de hazer la paz, después de aver sydo nuestros enbaxadores desafuziados y despedydos del todo de la negoçiaçión que hera en favor del Príncipe, como ave­mos dicho, teniendo por cierto qu’el rey de Francia no dezia lo del rey don Fadrique para hazerlo syno por justyficársenos, asymismo por justificarnos y porque no pareçiese que desechávamos ningund medio de paz de los que él movía, salimos a él respondiéndole a ello d’esta manera: que nuestros enbaxadores dixesen de nuestra parte al Cardenal de Rúan y al Chanciller que, pues el Rey de Francia no quería venir en la negociación que procurávamos en favor del Prínçipe y del Ynfante don Carlos, que respondiesen qué hera su voluntad en la negoçiaçión que al comienço se habló de la restituçión del rey don Fadrique...» (D. de Alba, Correspondencia de Fuensalida, p. 273). Por carta de Fuensalida, envia­da desde Gante el 10 de abril de 1504 a sus reyes (D. de Alba, Correspondencia de Fuensalida, p. 220), sabemos que el embajador español había conseguido transcribir una carta del embajador del Rey de los Romanos y del Príncipe enviado a Francia (el Proboste de Utrech, Filiberto Natural) en que notificaba a don Felipe cómo un secretario de don Fadrique de Aragón había regresado de España, tras ir a negociar la restitución del realme, afirmando que «el Rey d’España le dixo que hera contento, tanto qu’el Rey de Francia consyntiese y que su hijo de don Fadrique casase con la sobrina del Rey d’Espa­ña», pero que la orden recibida por los embajadores (aunque personalmente interesados en esta pro­puesta) era la de negociar que don Felipe tuviese el realme para su hijo y la hija del Rey de Francia.

72 Maximiliano, sintiéndose burlado personalmente, firmó de inmediato, por él y por su hijo, alian­za con Francia (Tratado de Blois, 23 de setiembre de 1504), sin incluir para nada a sus consuegros los Reyes Católicos, y el archiduque, aunque siempre más cauto (temeroso, sin duda, de las consecuencias que la ruptura con sus suegros podría tener para la sucesión de España), se mostró «tan corrido y es­candalizado que es maravilla» y declaró taxativamente ante Fuensalida: «Sy esto es mentira que los françeses me escriuen, ésta es la mayor desverguença que nunca Rey ni tales personas hizieron, mentir tan claramente y firmar y sellar su mentira; y, sy es verdad, ésta es la mayor enemiga que nunca padres hizieron a hijo...» (carta de Fuensalida, 19 de setiembre de 1504, D. de Alba, Correspondencia de Fuensalida, p. 281). Las explicaciones y seguridades de los Reyes de España, llegadas con retraso, no bastarían para borrar los efectos del mal paso en las cortes del Rey de Romanos y del archiduque; el Rey Católico se vería forzado a jugar sus cartas aislado y a la defensiva, ante el creciente poderío políti­co de Luis XII, cuando la muerte de la Reina Católica (26 de noviembre) abra definitivamente la crisis sucesoria.

73 Tan sólo es posible que haya en la tradición oral moderna algunos elementos (de intriga o de discurso) transferidos desde esta escena omitida a otros contextos de la historia narrada. Así, quizá sean restos de esa escena transicional los versos que aparecen en un grupo de versiones del tipo «Cán­tabro» que dicen: «Todos le vienen a ver,     todos los Grandes de España; / ha venido un tío suyo     un lunes por la mañana»; pero el papel de este personaje extraño al resto de la tradición oral moderna se confunde con el del doctor De la Parra, a quien substituye en todas sus funciones. También podría alegarse como recuerdo de las ofertas al Duque de Calabria versos como «Que se Ihe dessem a vida, teria[m] paga avultada», «Si me das buenas anuncias,      le mando una rica manda», en que el príncipe se dirige a los médicos, en general, o, en particular, al doctor De la Parra (versiones de Rapa a y Lajeosa, en Beira Alta, Miranda do Douro, en Trás-os-Montes y Guímara y Villarino de Sil, en León). En el plano verbal, podrían tener su origen en la escena omitida las preguntas retóricas con que se anuncia, a veces, la mala nueva que corre por España: «¿Qué se cuenta por Sevilla,      qué se cuenta por Grana­da?», «¿Qué se cuenta, qué se cuenta,       qué se cuenta por España?».

74 Cfr. S. Petersen, «Cambios estructurales en el Romancero tradicional», en El Romancero en la tradición oral moderna. Ier Coloquio Internacional, ed. D. Catalán et al, Madrid: Seminario Menéndez Pidal y Rectorado de la UCM, 1972, pp. 167-179, y D. Catalán, «Análisis electrónico del mecanismo reproductivo en un sistema abierto. El modelo Romancero», Revista de la Universidad Complutense, XXV (1976), 55-77; véase ahora, mejor, en la presente obra, cap. 2, § 8 de la Primera Parte.

75 Notado, desde antiguo, por R. Menéndez Pidal. Véase su Romancero hispánico, cap. III, § 7; cap.X, §3.

CAPÍTULOS ANTERIORES: 

NOTA INTRODUCTORIA

*   1.- NOTA INTRODUCTORIA. MEMORIA, INVENCIÓN, ARTIFICIO

I.    HALLAZGO DE UNA POESÍA MARGINADA: EL TEMA DEL CORAZÓN DE DURANDARTE

*   2.- 1. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA MOMIFICADO

3.- 2. EL CORAZÓN DE DURANDARTE, TEMA AÚN VIVO EN LA MONTAÑA ASTURIANA

4.- 3. LA TRANSMISIÓN ESCRITA DEL TEMA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII Y EL ROMANCE TRADICIONAL «CONQUEIRO»

*   5.- 4. LA «CREACIÓN» DEL ROMANCE TRADICIONAL. EL TESTIMONIO GITANO-ANDALUZ

*   6.- 5. TRANSMISIÓN Y RECREACIÓN DE CONTENIDOS SIMBÓLICOS. EL EJEMPLO DE EL PRISIONERO

II    PERMANENCIA DE MOTIVOS Y APERTURA DE SIGNIFICADOS: MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN

*    7.- 1. EL ROMANCE DE LA MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN

*    8.- 2. EL ROMANCE EN LA TRADICIÓN ANTIGUA Y MODERNA

*    9.- 3. EL DOCTOR DE LA PARRA DESAHUCIA AL PRÍNCIPE

10.- 4. LA PRIMERA SECUENCIA DEL ROMANCE UTILIZADA EN 1613 POR VÉLEZ DE GUEVARA

*   11.- 5. LA ENTREVISTA CON FERNANDO EL CATÓLICO

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La Garduña Ilustrada
Letras capitulares
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