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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

2.- 1. LA FUNCIÓN DEL CONOCIMIENTO EN LA RESTAURACIÓN DEL IMPERIUM

2.- 1. LA FUNCIÓN DEL CONOCIMIENTO EN LA RESTAURACIÓN DEL IMPERIUM

1. LA FUNCIÓN DEL CONOCIMIENTO EN LA RESTAURACIÓN DEL IMPERIUM. I. ALFONSO X HISTORIADOR

      Varias historias y obras de carácter político procedentes de los reinos periféricos de España (Portugal, Navarra, Aragón y Cataluña) nos han trasmi­tido una explicación de la triste postrimería de Alfonso X como castigo divino a una terrible blasfemia1:

    «Estando en Sevilla, dixo en plaça que si el fuera con Dios quando fazia el mundo, que muchas cosas emendara en que se fiziera mejor»2

      No sabemos qué autenticidad puede tener el comentario alfonsí sobre los defectos de la creación; pero «se non è vero, è ben trovato», y la acusación tiene la virtud de dirigir nuestra atención hacia dos hechos muy distintos: la fe de Alfonso X en la razón como instrumento para descubrir el significado de las cosas naturales (de que luego hablaremos) y la mezcla de incompren­sión y hostilidad que generó el proyecto alfonsí de reforma del regnum fuera del círculo de sus colaboradores.

      Evidentemente, la Historia no pagó a Alfonso X lo que el Rey Sabio había hecho por ella.

      La Crónica de 1344 del conde don Pedro de Barcelos, hijo bastardo del rey de Portugal don Dinis (hijo de la reina doña Beatriz, la hija más amada de Alfonso X, quizá por ser también bastarda) no sólo recoge la leyenda de la blasfemia que acabamos de citar, sino que ataca con saña al «rey astrólo­go», descalificándolo sin contemplaciones. En la obra de Barcelos, la historia del reinado de Alfonso X se reduce a un cúmulo de cargos, que llevan directamente a la sentencia de deposición puesta en boca del infante don Manuel:

    «Por quanto el rey don Alfonso mato a don Fadrique su hermano e a don Ximon Ruyz señor de los Cameros e otros muchos fidalgos sin derecho commo non deuia, pierda la justiçia.

    E por que deseredo los fidalgos de Castilla e de Leon e los çibdadanos e los conçejos, non lo resçiban en las villas nin en las fortalezas e sea deseredado dellas.

    E por que desaforo los fidalgos e los conçejos, non cunplan sus cartas nin le respondan con los fueros.

    E por que despecho la tierra e fizo malas monedas, non le den pechos nin seruiçios nin monedas foreras nin las martiniegas nin otros derechos ningunos de la tierra avnque los demande»3

      Más grave para la imagen futura del rey que las acusaciones del conde portugués fue, sin embargo, la incomprensión del Canciller del sello de la poridad de Alfonso XI. Cuando, también a mediados del s. XIV, Fernán Sán­chez de Valladolid trata de continuar la Estoria de España alfonsí con las «Tres crónicas» (o Crónica de tres reyes) de los reyes sucesores de San Fernan­do,4 fue incapaz, a pesar de su vinculación a la corona, de ofrecer una exposición articulada de los proyectos y realizaciones de Alfonso X. Es verdad, que lo que por entonces logró «fallar en escripto» era demasiado dispar como para formarse una idea coherente del reinado: Sólo para los años finales contó con un relato pormenorizado de carácter cronístico; pero esa crónica, escrita indudablemente en el entorno de doña María de Molina, no podía ser más ajena a los intereses de Alfonso X, pues su propósito era, precisamen­te, justificar la rebelión y acciones todas del infante don Sancho. Para los años anteriores dispuso de documentos de la cancillería regia, que le permi­tieron seguir de cerca las vicisitudes de la rebelión de los ricos hombres con el infante don Felipe, esta vez desde el punto de vista de la corona. En cambio, para la primera época del reinado la penuria informativa era tal que tuvo que recurrir a (y malinterpretar) una Historia hasta 1288 dialogada de contenido muy anecdótico.5 Pero quizá más importante que la calidad y carácter de las fuentes que tuvo a mano fue el hecho de haber sido «hechura» de la reina doña María,6 quien emerge como la verdadera protagonista de toda su Crónica de tres reyes, e, incluso, del comienzo de la de Alfonso XI. La fidelidad de Fernán Sánchez al «molinismo» no le permitió siquiera descu­brir en Alfonso X un antecedente valioso de la política monárquica de Alfonso XI que él mismo defendía (como diplomático y como cronista regio).

      Obviamente, si la ambición alfonsí de completar la General estoria «fastal nuestro tiempo» y de contar en la Estoria de España, no sólo «todos los fechos que fallar se pudieron» pertenecientes al tiempo pasado, sino incluso «los que acaescen en el tiempo present en que agora somos»7 no hubiera quedado frustrada por el tiempo, el balance de las realizaciones de Alfonso X que hubiera heredado la historiografía moderna no se parecería mucho al que recogen las historias al uso. Al no haber sido así, el peso de la desafortunada reconstrucción del reinado de Alfonso X por el Canciller de Alfonso XI ha seguido haciéndose sentir hasta nuestros tiempos y los historiadores moder­nos del reinado han sido incapaces por sí mismos de integrar en una visión coherente las actividades «políticas» y «culturales» del Rey Sabio. La labor de Alfonso X como «escodriñador de sciencias, requiridor de doctrinas e de enseñamientos», que por medio de los sabios «se trabaia [en] espaladinar los saberes... e tornarlos en lengua castellana» (ponderada en estos términos por Yěhudà ben Mošé «el Coheneso»)8 ha sido tradicionalmente considerada una actividad inconexa respecto a su labor de gobierno, como si tan sistemá­tico esfuerzo pudiera ser un «hobby», un entretenimiento ajeno al proyecto regio de transformación de las estructuras del reino.

      A falta de una evaluación del reinado de Alfonso X hecha desde su entorno político, resulta de utilidad recurrir al juicio de su sobrino, don Juan hijo del infante don Manuel. Aunque escribe cuarenta años después de la muerte del Rey Sabio,9 aunque su padre apostó decididamente por el infante don Sancho en la contienda dinástica y aunque, como «fijo de infante», representaba a una clase política necesariamente hostil a los puntos de vista «monárquicos»,10 don Juan Manuel no comparte el odio o la miopía política de un don Pedro de Barcelos o de un Fernán Sánchez de Valladolid y percibe claramente la labor cultural del rey como un aspecto esencial de la política de un gran estadista:

    «Entre muchos conplimientos e buenas cosas que Dios puso en el rrey don Alfonso, fijo del sancto e bien aventurado rrey don Ferrando, puso en el su talante de acresçentar el saber quanto pudo, e fizo por ello mucho, assi que non se falla que del rrey Tolomeo acá ningun rrey nin otro omne tanto fiziesse por ello commo el. Et tanto cobdiçio que los de los sus regnos fuessen m[u]y sabidores que fizo trasladar en este lenguaje de Castiella todas las sçiençias...»11

      Es más, al comparar el reinado de Alfonso con los que a él le estaban tocando vivir, se asombra de la decadencia de España y de los juicios de Dios, que ha permitido el fin de tanto bien:

    «...en tal manera, que todo omne que la lea [se refiere a la Estoria de España alfonsí] puede entender, en esta obra e en las otras que el conpuso e mando componer, que avia(n) muy grant entendimiento, e avia muy grant talante de acrescentar el saber, e cobdiciaua mucho la onrra de sus rregnos, e que era alumbrado de la gracia de Dios para entender e fazer mucho bien. Mas, por los pecados de España e por la su ocasión, e señalada miente de los que estonçe eran a avn agora son del su linage, ovo tal postrimeria que es quebranto de lo dezir e de lo contar; e siguiosse ende tal daño que dura agora e durara quanto fuere voluntat de Dios ¡Bendito sea el, por todo lo que faze, ca derechos e marauillosos e escondidos sson los sus juizios!»12

      No hay duda de que Alfonso, educado con sus hermanos de una forma nueva (gracias, muy probablemente, a su madre doña Beatriz, transmisora de la tradición suaba Stauffen), se propuso desde muy pronto como tarea de gobierno «cumplir la gran mengua que era en los ladinos» en ciencias, doctrinas y enseñamientos, conforme subraya Yěhudà ben Mošé ha-Kohén en el prólogo del Libro de los juicios de las estrellas.13 La escala regia en que concibió «espaladinar los saberes», allegando a sí los sabios instructos en las diversas ciencias y doctrinas, es lo que torna su labor única en la Europa de su tiempo, es lo que la hace, como don Juan Manuel lamenta, inimitable:

    «E esto por muchas rrazones: Lo vno por el muy grant entendi­miento que Dios lo dio. Lo al, por el grant talante que auie de fazer nobles cosas e aprouechosas. Lo al, que auia en su corte muchos maestros de las ciencias e de los saberes a los quales fazia mucho bien (e) por leuar adelante el saber e por noblescer sus rregnos, ca fallamos que en todas las ciencias fizo muchos libros e todos muy buenos. E lo al, por que auia muy grant espacio para estudiar en las materias que queria componer algunos libros, ca moraua en algunos lugares vn año e dos e mas, e avn segunt dizen los que viuian a la su merced, que fablauan con el los que querían e quando [querían] e quando el queria, e ansi auia espacio para estudiar en lo que el quería fazer p[or] si mismo e avn para veer e esterminar las cosas de los saberes que el mandaua ordenar a los maestros e a los sabios que traya para esto en su corte» 14

      Pero el aspecto más renovador de su organizado esfuerzo fue el «espaladi­nar» los saberes en castellano, en lengua vulgar. Ello supone que los «ladi­nos» a quien Alfonso se proponía instruir con una tan vasta producción científica no constituían un privilegiado círculo de letrados, pues, según el propio don Juan Manuel nos hace ver, los libros que se hacen o mandan hacer en romance «es señal que se fazen para los legos que non son muy letrados».15 Los destinatarios de los libros alfonsíes y no sus productores son la justificación del recurso a la lengua vulgar. De conformidad con el ideal didáctico, que a la zaga de Alfonso defendería su sobrino, las palabras y razones en que se exponen los saberes serán «tales, que todo omne que aya buen entendimiento, aun que non sea letrado, las entendera».16

      La coherencia del proyecto cultural de Alfonso X y su estrecha conexión con su labor de gobernante resultan claras si no olvidamos los aspectos integradores que presentaban las ciencias y saberes particulares para la mentalidad medieval. Como Francisco Rico ha señalado:17 «La historia (sa­grada o profana)... se concibe en el mismo plano que la ciencia ’de naturas’ y, como ella, apunta a la ética y, en un soberano, a la política».

      Al elaborar el Setenario, obra que él mismo afirma que se debe a la voluntad de su padre el rey Fernando,18 Alfonso presenta claramente «el saber» como parte de un proyecto político. En la introducción del libro explica que su padre «en rrazon del enperio, quisiera que ffuesse asi llamado ssu sseñorío e non rregno, e que fuese el coronado por enperador segunt lo ffueron otros de su linage»; pero que hubo de renunciar a «ennobleçer e onrrar mas ssus ffechos, tornando su sseñorio a aquel estado en que ssolia sser e mantouyeran antiguamiente los enperadores e los rreyes onde el vinie», debido a que aún no se había acabado la reconquista de «la tierra daquent mar» y, sobre todo, porque los hombres de su reino desconocían a Dios, a su señor natural y a aquellos de quien venían y pasaban en sus actos contra razón, contra naturaleza de señorío y contra natura, y, en consecuen­cia, no le era posible organizar la corte, ni el consejo, ni los oficiales, ni tener leyes de acuerdo a derecho y razón, ni repartir tierras y soldadas, ni adminis­trar justicia «ssegunt que lo era en aquel tienpo» antiguo. Para «toller estos males», el rey don Fernando, convencido de que el «adereçamiento» del reino no se podría hacer «sinon por castigo e por conseio que ffiziesen el e los otros rreyes que después del viniesen», consideró que «conuenie que este castigo que ffuese ffecho por escripto para ssienpre», por lo que mandó hacer un libro «que touyese el e los otros rreyes que después del viniesen por tesoro... en que sse viessen ssienpre commo en espeio», libro destinado a que los hombres de su reino lo «oyesen a menudo, con que se costunbrasen para sser bien acostunbrados,... et que lo ouyesen por ffuero e por ley conplida e çierta».19

      Al asumir Alfonso el proyecto paterno, concibe el Setenario como una enciclopedia en que el Universo y el Saber, perfectamente homólogos, se entrelazan de mil formas; en sus «leyes» se adoctrina sobre las más diversas cosas que cabe imaginar. Este «tesoro» de conocimientos y doctrinas organi­zado en forma de «leyes» responde, según ha explicado Rafael Lapesa,20 «a la idea axial de que el ser y el acaecer del universo entero son simbólicos». La naturaleza, la historia y las obras de los grandes «auctores» del pasado tienen en común el ser libros abiertos, preñados de contenidos sémicos latentes que hay que descifrar; y, el última instancia, todas las verdades parciales encerra­das en las cosas, hechos y fábulas no hacen sino representar, por semejanzas, figurativamente, la única verdad, la del «Entendimiento primero» la del «Natura naturador».

      Pero la naturaleza, la historia (y las creencias todas de la antigüedad) son susceptibles de ser explicadas mediante razón, pues

    «Rrazon —según afirma Alfonso21—... es atal commo la lunbre entre las tinieblas, ca ella alunbra el entendimiento e ffaz connosçer la natura e ssabe cierta miente las cosas e demuestralas rrazonando e departiendo lo que sse muestra por ssignifficança, e ordena los ffechos cada vno o deue, e dales acabamiento commo conuyene».

      Me he detenido algún tiempo a recordar las afirmaciones de Alfonso en el Setenario porque creo que en este conciso tratado se nos explicitan con gran claridad la concepción del mundo y la función atribuida al conocimien­to que presiden la producción toda alfonsí. La mayor «especialización» de sus restantes obras ha desviado la atención de los lectores modernos hacia aspectos particulares de cada una de ellas y ha hecho olvidar, por lo general, su pertenencia a un planteamiento unitario del saber y a un plan conjunto de acción.

      En la obra de Alfonso, el elemental enciclopedismo del Setenario se desen­vuelve hasta adquirir proporciones gigantescas, que, en su ambición, nos obligan a recordar el extraordinario proyecto de los descendientes de Seth (citado por la General estoria)22 cuando, temerosos de la destrucción del mundo por agua o por fuego que Adán había profetizado, graban en piedra y ladrillo la totalidad de los saberes.

      El plan alfonsí de enderezar por doctrina su reino, para conseguir que su señorío volviera al estado mantenido antiguamente por los emperadores de donde él venía, es propiamente lo que comentan los últimos versos del poema laudatorio colocado sobre la miniatura de la Estoria de España en que el rey entrega la obra al infante heredero don Fernando:

Rex, decus Hesperie,      thesaurus philosophic
Dogma dat Hyspanis;      capiant bona, dent loca uanis.23

      Los «dogmas», las enseñanzas que Alfonso da a los hispanos podrán ser y de hecho serán codificadas en leyes; pero esas leyes se basarán en el estudio de la «natura» y de los «fechos», pues sólo el saber hace a los hombres obrar conforme a razón, respetando los derechos naturales de sus señores y el orden todo natural. En el conocimiento del ser y el acaecer estriba la capaci­dad del hombre de «semeiar a Dios»:24

    «Cada vno —afirma Alfonso en la General estoria 25 quanto mas a del saber e mas se llega a el por estudio, tanto mas aprende e creçe e se llega por ende mas a Dios»

      A mi parecer, es a la luz de este proyecto de restauración de las bases de un «imperio» a través del ejercicio de la razón como es preciso juzgar la concepción y práctica de las distintas ciencias y saberes por parte de Alfon­so X.

Diego Catalán. La Estoria de España de Alfonso X. Creación y evolu­ción. (1990)

NOTAS

* El texto de este capítulo procede de la «lección inaugural» (titulada «Alfonso X, hitoriador») del Congreso internacional sobre Alfonso X el Sabio: Vida, obra, época. Madrid-Toledo-Ciudad Real-Murcia-Granada-Cádiz-Sevilla, 29 de marzo-6 de abril, 1984, leída el 29-III-1984, y de la ponen­cia presentada (con el mismo título) en An International Symposium on Alfonso X, The Learned, of Spain. University of Wisconsin, Madison, April 5-7, 1984.

1  La primera versión de la blasfemia nos la proporciona la Crónica geral de Espanha de 1344, obra del conde don Pedro de Barcelos. El carácter trunco del ms. M, único descendiente de la redacción original, nos obliga a consultar la obra en su redacción refundida de hacia 1400; pero el pasaje procede, evidentemente, de la redacción primitiva. En esta versión portuguesa del año 1344 de la leyenda el castigo divino recae sólo sobre Alfonso X; por lo tanto, la blasfemia justifica indirectamente la usurpación del reino por Sancho IV, cabeza de la dinastía entonces reinante en Castilla. Más tarde, la leyenda se refundió en beneficio de la usurpación Trastámara, exten­diendo la maldición de la casa castellana hasta la cuarta generación (Pedro I), en que se extinguirá, pues, seguidamente, subirá al trono de Castilla un rey todo bondad y nobleza (Enrique II), que reparará los daños ocasionados por sus antecesores (Alfonso X, Sancho IV, Fernando IV, Alfonso XI y Pedro I). Así figura en la Canonica del obispo navarro Euguí, h. 1390 (ed. G. Eyzaguirre Rouse, en Anales de la Universidad de Chile, 1908, p. 278 y ss.), en la Crónica de Pedro IV de Aragón, cap. VI, atribuyendo la blasfemia a Fernando IV (ed. A. de Bofarull, p. 323), en dos manuscritos, uno castellano, ms. 431 de la Bibl. Nac, Madrid, y otro catalán, ms. 271 de la Bibl. Central de Catalunya (publicados por P. Bohigas en el Butlletí de la Bibl. de Catalunya, VIII, 1935, del que sólo existe tirada aparte; y nuevamente el texto castellano en RFE, XXV, 1941, pp. 382-398), en una crónica de fines del s. XIV de Silos (dada a conocer por D. W. Lomax en el Homenaje a Fray Justo Pérez de Urbel, OSB, 2 vols., Silos, 1976-77, pp. 1323-1337) y en las Profecías del Sabio Merlin incluidas al final del Baladro del Sabio Merlin, Sevilla, 1535 (reed. por A. Bonilla San Martín, Libros de caballerías, I, en la «NBAE», VI). Llamé ya la atención acerca de las dos versiones básicas de la leyenda en D. Catalán, El poema de Alfonso XI (Madrid: Gredos, 1953), pp. 64-66. [Véase ahora J. R. Craddock, «Dynasty in Dispute: Alfonso X el Sabio and the Succession to the Throne of Castile and Leon in History and Legend», Viator 17 (1986), 197-219].

2  Crónica de 1344, c. 791. Mss. U (o Zabálburu, perteneciente hoy a la biblioteca del Marqués de Heredia Spínola), f. 204v, y Q (Bibl. Nac, Madrid, 10815), f. 189.

3  Crónica 1344, c. 859. Cito por el ms. U, f. 220, pero corrijo la lección errónea de U «resçebian» con la mejor lectura de Q: «resçiban».

4  En su redacción original, la Crónica de Alfonso XI, concluía, sin dar noticia de los años finales del reinado, el 8 de abril de 1344. Su autor fue, con toda seguridad, el Canciller Fernán Sánchez de Valladolid. La unidad de autor de esa crónica y de la Crónica de tres reyes (Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV) me parece altamente probable. El prólogo de la Crónica de tres reyes sitúa la composición de la obra en el reinado de Alfonso XI y, si atendemos a la titulación dada al rey, estaría escrito después de la conquista de Algeciras (en abril de 1344). Es posible que se redactara a posterior, una vez concluidas las historias de los cuatro reyes. Es de suponer que la elaboración de esta continuación de la crónica regia de España más allá del reinado de Fernando III ocupara al Canciller varios años. [Sobre el prólogo de la Crónica de tres reyes véase ahora Paula Rogers, «Prolegomena to a Critical Edition of the Crónica particular de Alfonso X el Sabio», Ph. D. diss. (University of California, Davis, 1984)].

5  Según expliqué en el trabajo «El Toledano romanzado» (1966), pp. 77-80 [véase en la reed. incluida en el presente libro, cap. X, § 12].

6  Fernán Sánchez adquirió sus primeros cargos a la sombra de doña María, cuando la reina abuela «criaba» a su nieto Alfonso XI en Valladolid. En el testamento de la reina (Valladolid, 29 de junio de la era de 1395 [= 1321]) firman como testigos don Juan Sánchez de Velasco (su mayordomo mayor), don Nuño Pérez abad de Santander (su chanciller), Fernán Sánchez de Valladolid alcalde del rey, tres «escribanos de la señora sobredicha reina», dos «criados de la misma señora» y Fernando Fernández de Piña. Ed. En A. Benavides, Memorias de D. Femando IV de Castilla, I, Madrid: Real Academia de la Historia, 1860, pp. 680-686.

7  Alfonso X, General estoria, ed. Solalinde, I, p. 3b34-35 y Estoria de España, ed. Menéndez Pidal (= PCG), pp. 4a45-b3.

8  Aly Aben Ragel, El libro conplido en los iudizios de las estrellas. Traducción hecha en la corte de Alfonso el Sabio. Ed. G. Hilty. Madrid: Real Academia Española, 1954, p. 3ª

9  La Crónica abreviada de don Juan Manuel es de entre 1320 y 1325 [véase adelante, cap. IX, §2].

10  Sobre el protagonismo del infante don Manuel en el proceso de deposición de Alfonso X véase A. Ballesteros-Beretta, Alfonso X el Sabio, Barcelona: Salvat, 1961, pp. 966-969. Le valió la donación, por parte del infante rebelde don Sancho, del señorío de Chinchilla, Xorquera, Almansa, Aspe y Beas. Don Juan «fijo del infante don Manuel" explica claramente en su Libro de los estados (ed. R. B. Tate e I. Macpherson, Oxford: Clarendon Press, 1974, pp. 372-374) la delicada posición de los «fijos de infante», que aspiraban a tener tanta «honra» como sus padres (infantes) y abuelos (reyes), sin poseer los bienes y el poder para ello. La hostilidad de don Juan Manuel a Alfonso XI es manifiesta, desde que en 1327 descubre la ruptura de los pactos matrimoniales del rey con su hija, hasta los últimos años del reinado (sirva como prueba el documento secreto de setiembre de 1345 remitido a Pedro IV de Aragón que publica A. Giménez Soler, Don Juan Manuel, Zaragoza: La Académica, 1932, pp. 644-646). [Véase, a este respecto, María Cecilia Ruiz, Lit. y política: don Juan Manuel (1989), libro basado en su Ph. D. diss. (University of California, San Diego, 1987), quien analiza, con mayor rigor y perspicacia que los historiadores del reinado, los escritos políticos manuelinos].

11  Libro de la caza. Ed. G. Baist, Halle, 1880, p. 1.

12  Cr. Abreviada, Prólogo. Ed. R. L. y M. B. Grismer, pp. 3842-392.

13  Ed. Hilty, p. 3a: «el noble rey don Alfonso... qui sempre desque fue en este mundo asmo e allego a ssi las sciencias e los sabidores en ellas, e alumbro e cumplio la grant mengua que era en los ladinos por defallimiento de los libros de los buenos philosophos e prouados». La personalidad de Yěhudà ben Mošé ha-Kohen ha sido aclarada por G. Hilty, «El Libro conplido en los iudizios de las estrellas», Al-Andalus XX (1955), 1-74. Véase también D. Romano, «Le opere scientifiche di Alfons X e l’intervento degli ebrei», Oriente e Occidente nel Medioevo: Filosofia e Scienze. Convegno Internazionale, Firenze 9-15 aprile 1969, Roma: Accademia Nazionale dei Lincei, 1971, pp. 677-711 (esp. § 2.3.2.).

14  Cr. Abreviada. Prólogo. Ed. Grismer, p. 3826-39.

15  Cr. Abreviada. Prólogo. Ed. Grismer, p. 377-9.

16  Cr. Abreviada. Prólogo. Ed. Grismer, p. 3720-21.

17  F. Rico, Alfonso el Sabio y la General Estoria, Barcelona: Ariel, 1972; 2ª ed. Barcelona: Ariel, 1984, p. 124.

18  Alfonso X, Setenario. Ed. K. H. Vanderford, Buenos Aires: Instituto de Filología, 1945. Reed. Barcelona: Crítica, 1984 (es, salvo el estudio preliminar, reproducción facs. de la de 1945): «este libro que Nos començamos por mandado del rrey don Ffernando que ffue nuestro padre... Onde Nos, queriendo conplir el ssu mandamiento commo de padre e obedeçerle en todas las cosas, metiemosnos a ffazer esta obra mayormiente por dos rrazones: la vna, porque entendiemos que auya ende grant ssabor; la otra, porque nos lo mando a ssu ffinamiento quando estaua de carrera para yr a paraíso...» (pp. 8-9). Por esta razón se suele considerar el Setenario como una obra temprana de Alfonso X (baste citar a Lapesa, en el art. cit. en la n. 20). [Contra esta opinión argumenta J. R. Craddock, «La cronología de las obras legislativas de Alfonso X el Sabio», Anuario de historia del derecho español, LI (1981), 365-418].

19  Setenario, pp. 22-25.

20  R. Lapesa, «Símbolos y palabras en el Setenario de Alfonso X», NRFH, XXIX (1980), 247-261. [Reed., como estudio inicial, en la 2ª ed. del libro de Vanderford cit. en la n. 18 y en Estudios de historia lingüística española, Madrid: Paraninfo, 1985, cap. XII (pp. 226-238)].

21   Setenario, p. 46.

22  Alfonso X, General estoria. 1ª Parte, Lib. I, c. 17. Ed. A. G. Solalinde, I, pp. 13b42-14b8 (sobre las dos explicaciones alternativas del origen de los pilares contempladas por los redactores de la GE véase adelante el texto correspondiente a la n. 66).

23  Alfonso X, Estoria de España (PCG, p. 2).

24  Toda vez que "çiertamiente los ssaberes sson de Dios", Setenario, p. 44.

25  General estoria, 2ª Parte, Lib. de los Juyzes, c. 419. (Ed. A. G. Solalinde, Ll. A. Kasten y V. R. Oelschläger, II. 2, p. 31 b).

CAPÍTULOS ANTERIORES:  LA ESTORIA DE ESPAÑA DE ALFONSO X. CREACIÓN Y EVOLUCIÓN:

PRESENTACIÓN

1.- PRESENTACIÓN. «LA ESTORIA DE ESPAÑA DE ALFONSO X. CREACIÓN Y EVOLUCIÓN»

I. ALFONSO X HISTORIADOR

 

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