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ROMANCERO DE LA CUESTA DEL ZARZAL

MUERTE DEL DUQUE DE GANDÍA

MUERTE DEL DUQUE DE GANDÍA

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MUERTE DEL DUQUE DE GANDÍA

a)

Lloran condes, lloran duques,
--lloraba la frailecía,
también llora el Padre Santo
--por el Conde de la Oliva,
siete días con sus noches
--que el Conde no parecía.
Un pregón pregonó el rey,
--un pregón, que así decía:
“Todo el que al Conde hallare
--medio reino le daría.
Al que lo hallare muerto,
--las cien doblas le daría;
al que le hallare vivo,
--a oro le pesaría”.
Ahí se acercó un pescador
--que pescaba noche y día:
-Yo estando, mi señor,
--pescando como solía,
oí un combate en el agua
--que la mar se estremecía.-
Tiran barcas y barquillas
--y al buen Conde sacarían.
Ya le traía su tío,
--en la iglesia lo metía:
-¿Quién te mató, mi sobrino,
--que de ti no hubo mancilla?
Si te mató por dinero,
--muchas doblas le daría;
¿si te mató por la esposa
--de gran celo que tenía?-
Ya le enterraba su tío;
--la noche le ensoñaría:
-Mucho me llorasteis, tío,
--responder no vos podía.
Me ha matado el pescador
--que las señas os daría.
Me quitó el jubón de grana
--como lo estrené aquel día,
me quitó reloj del seno
--y el dinero que tenía,
un anillo de diamantes
--sólo una ciudad valía.
Me puso peso al pescuezo,
--cien libras y más tenía.-
Ya se levanta su tío
--y a las Cortes lo metía:
-El que este delito hace
--¿qué castigo merecía?
“Que le aten pies y manos
--y lo arrastren por la villa”-
Los huesos que le quedaron
--el pueblo se ahumaría.

 

 

b)

Estrellas no hay en los cielos,
--la luna no aparecía.
¡Dios del cielo, Dios del cielo,
--el Dios de la judería,
a todos criasteis ricos
--y a mí en gran pobrería!
Yo me estando un hombre pobre,
--pescando mi primería,
vi venir tres a caballo
--haciendo gran polvarina,
llevan un bulto en el hombro
--que de negro parecía,
el bulto echaron al río,
--entero se estremecía.
Eché ganchos y gancheras,
--por ver lo que me salía,
me salió un duque mancebo,
--hijo de rey parecía:
camisa lleva de holanda,
--cabezón de perla y sirma,
anillo lleva en su dedo,
--cien pobres ricos se harían.
Recogí la red al barco,
--a la mi casa me iba.
Topé la puerta cerrada,
--ventanas que no se abrían;
pregoneros pregonando
--por toda aquella villa:
“Quien viera al hijo del Conde,
--dádivas que le daría:
el que dé señas de muerto,
--en su lugar le pondría;
quien diera señas de vivo,
--medio reino le daría”.
Yo, el pobre y el mezquino,
--a decírselo iría:
-Ábreme tú, el portero,
--yo os diré lo que veía:
Yo me estando un hombre pobre,
--fui a pescar mi pobrería,
vi venir tres a caballo,
--haciendo gran polvorina,
bulto llevan en el hombro
--que de negro parecía,
el bulto cayó al río,
--el río se estremecía.
Recogí la red al barco
--y a la mi casa me iba,
topé las puertas cerradas
--y puertas que no se abrían.-
Ya lo toman al mezquino,
--matar ya lo matarían.

 

----Entre los temas aún cantados en el siglo XX se halla algún romance de los llamados noticieros, escritos para comentar sucesos de mayor o menor interés para el común de las gentes. Claro está que, si, pasados los siglos, algunos de esos romances han seguido recordándose es porque su “fábula” podía interpretarse como “ejemplo”, por encerrar un mensaje de interés general al margen del hecho puntual en él recordado. Es lo que vemos en estos dos relatos basados en la maliciosa (aunque verídica) interpretación de lo ocurrido en Roma cuando, en el año 1497, desapareció una noche el Duque de Gandía y su cadáver vino a ser hallado en el fondo del Tíber. Los españoles que allí residían no dudaron en atribuir el asesinato a su hermano César Borgia. La rivalidad personal de los dos hijos del Papa Alejandro VI les había conducido a actuar políticamente en campos opuestos: Juan, del lado de los Reyes Católicos; César, aliado de los franceses. El romance noticiero original (conservado en Pliegos sueltos del siglo XVI) no aclaraba el misterio del crimen, pues el relato no incluía una narración objetivada del “suceso”, del asesinato del Duque y la acción de hacer desaparecer su cadaver arrojándolo al río; y, al final, el Papa cerraba la investigación sin resolver el caso. Pero el romancista proporcionaba a los contemporáneos del “suceso” claves suficientes para que no considerasen el caso insoluble: nota, primero, la diligencia con que los españoles buscan al Duque desaparecido (versos 10-11), dejando ver, por defecto, el desinterés de los romanos; después subraya que al cadaver sacado del fondo del río no se le han robado sus joyas y dineros (versos 29-32), siendo, pues, patente que los asesinos tenían como objetivo su persona y les sobraba riqueza (versos 33-35), y, por último, en el desenlace, presenta a un arzobispo, “que de la trayción sabía”, hablando al oído del Papa y consiguiendo que Alejandro VI decida cambiar su inicial maldición a los que hubieran matado a su hijo, por un generoso perdón que incluye la bendición pontifical de los asesinos. Estas insinuaciones eran suficientes para que, en aquellos días los lectores del romance se confirmaran en la sospecha de que el crimen lo había cometido César, el hijo favorito del sinuoso Papa Borgia, según lo que explícitamente acusarían todos los historiadores del suceso afectos a la causa españolista. Pero, pasado el tiempo y al ir repitiéndose y adquiriendo estructura poética tradicional el romance impreso en los Pliegos sueltos, el relato, como “novela policiaca”, no resolvía el misterio del horrible crimen, lo dejaba abierto a la interpretación de cada uno. Cuando los cantores no contaron ya con información extra-narrativa que les ayudase a resolver el caso, centraron su interés en el “pobre pescador” como único posible protagonista de la narración, y en torno a él reelaboraron la “fábula”.
Nada sabemos de un probable canto tradicional del romance noticiero en España, pues las únicas ramas del romancero oral del siglo XX que conservaron memoria de él son las judeo-españolas de los sefardíes de Marruecos y del Oriente Medio (Turquía, Siria, Grecia y Macedonia) herederas de las comunidades judías salidas de España en 1492, cinco años antes del suceso, y no sabemos si fueron los judíos expulsados de Portugal en 1497, o los residentes en Roma, o los “marranos” que huyeron posteriormente por miedo a la Inquisición quienes divulgaron el romance de los Pliegos sueltos. Pero lo que sí está claro es que el romance oral del siglo XX de ambas tradiciones sefardíes ha substituido el cierre, en falso, del caso judicial propio del romance noticiero, en el cual, tras la cristiana bendición de los asesinos, el Papa se conforma con enterrar a la víctima en Santa María del Pópulo poniendo en su sepultura el rótulo“Aquí yaze el mal logrado / del buen Duque de Gandía”, por una secuencia narrativa en que se da cuenta que el pobre pescador es condenado y ajusticiado como presunto autor de la muerte.
Esta forma de cerrar el sumario resultaba, en principio, tan ambigua como la del texto impreso en los Pliegos sueltos, en cuanto al misterio del crimen. De ahí que haya podido ser entendida de dos formas muy diversas, según vemos en las dos versiones que aquí he publicado. representativas la primera de la tradición judeo-española de Marruecos y la segunda de la tradición del Medio Oriente.
En Oriente, los cantores sefardíes creen en la inocencia del pescador, cuyo único “crimen” es el ser demasiado “simple” y caer en la trampa tendida por los poderosos que controlan la justicia y pregonan “quien traiga señas de muerto / en su lugar lo metería”, ya que en tal pregón cabían dos interpretaciones: ser tratado como “hijo del Conde”, al igual que el muerto”, o compartir con el muerto su destino. El mensaje del romance es que los pobres, los marginados, no deben colaborar con la justicia oficial, con el poder, pues siempre es ajeno a sus intereses y corrupto. Para hacer explícita esta “lectura” del “ejemplo” narrado, las comunidades sefardíes orientales acudieron al simple recurso de hacer que el pobre pescador se convierta en el narrador objetivo de la historia, anticipando en el discuro romancístico lo que antes sólo constaba en el romance como declaración ante los poderosos. Así colocadas, las mismas palabras que luego conducirán al declarante a la muerte, resultan para el receptor del romance descripción innegable de la escena del crimen.
En Marruecos, por el contrario, las comunidades sefardíes, lejos de desconfiar de la justicia, de quien desconfían es de los pobres, por el mero hecho de serlo. La declaración del pobre pescador no se cree; por ello es preciso desautorizarla. Ahora bien, para no destruir la estructura de “novela policiaca”, que es la gracia del romance, los interesados en dejar clara esta otra enseñanza en el “ejemplo” no cayeron en la tentación de narrar explícitamente por delante cómo fue el crimen, sino que esperaron al final de la historia para contraponer al testimonio del pescador otro testimonio de carácter indubitable. Aunque, objetivamente, la declaración del tío del muerto ante la Corte no valga más que la del pobre pescador, las palabras del muerto en el sueño (como, en la otra versión, la narración en primera persona) llevan al oyente del romance a la convicción de que lo así dicho es la verdad. Convenciones literarias y creencias atávicas se encargan de cerrar toda otra posibilidad, y el pobre pescador recibe el castigo merecido.
--Quede para los sociólogos el poner en relación uno y otro texto del romance con los prejuicios de los miembros de los dos tipos de comunidad judía que existían antes de la Segunda Guerra Mundial en los países del Oriente y del Occidente mediterráneo, prejuicios surgidos en su diario convivir con las otras gentes.

Autor: Diego Catalán

Conversión del duque de Gandia por José Moreno Carbonero

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